jueves, 10 de diciembre de 2020

Última mirada

 Se escuchó el ruido de la puerta. Indudablemente alguien había entrado a la habitación. Es decir, se baja el picaporte con su típico chirrido carente de lubricante, se escucha el sufrido girar de los goznes con idéntica frecuencia, se percibe una leve baja en la temperatura debido al ingreso de una masa de aire frío proveniente del exterior del cuarto, se escucha la presión que alguien realizó sobre la placa de madera hinchada por la humedad para que encajase en su marco y se oyó claro y prístino el golpe de la puerta cerrándose. Era obvio que alguien había entrado.

Levanto pesadamente la vista de unos documentos que estaba estudiando para crear más tarde una ordenanza cualunque, la poso sobre el pisa papel de acrílico transparente en cuyo interior flota una rosa de pálidos pétalos rojos, continúo en una trayectoria elíptica subiendo la mirada que se posa en un orificio pequeño y oscuro de apariencia temeraria; enfoco más hacia el fondo ensanchando el campo de visualización y detecto un pulgar tembloroso y de manicure inexistente curvado sobre una pieza de metal en forma de medialuna. Mi mirada se sintió atraída por el color chillón de las flores que Olga había dejado sobre el otro escritorio porque en sí el pasamontaña, el pulover, los pantalones y el calzado que no recuerdo si eran zapatillas o zapatos, eran oscuros e indefinibles. Pude acaso adivinar las patas de gallo que se perdían bajo el punto trémulo de una aguja septuagenaria, pude incluso oler la colonia barata pringosa y siempre inadecuada que se quedó conmigo un par de minutos más, incluso cuando la puerta ya se había vuelto a abrir y cerrar y la amenaza casi comenzaba a surtir efecto.

viernes, 4 de diciembre de 2020

La vida se abre camino

 Te escuchaba llorar en la habitación contigua; un llanto apagado, contenido, como que no querías que ese llanto te delatara débil, conmocionada; luego un silencio, como si quisieras recomponerte y un chasquido.

Abriste la puerta, entró algo de claridad. Empezaste a hablarme, con ese tono que tan bien te conocía, mezcla de amor incondicional y bronca, dejando escapar las palabras por entre los labios tensos. Hablaste de todo lo que pasamos juntos, las cosas buenas y las cosas malas, lo que nos unió en un principio y lo que nos había llevado al abismo más tarde. Hablaste de cómo nos había envenenado las malas intenciones de ciertas personas, de cómo pudimos ser mejores personas juntos en lugar de terminar discutiendo por pequeñeces, por el placer de pelear nada más.
En ese momento quise hacer todas esas cosas que te debía, envolverte con mis brazos, darte confort, darte seguridad; besarte las mejillas para demostrarte que me importabas y los labios para demostrarte que te amaba.
De pronto un nuevo silencio, una pausa. Un suspiro resignado, profundo. Entonces dijiste:
- Estoy embarazada. Es tuyo. Fue aquella vez después de que cocinaste esos fideos horribles. ¿Te acordás?
Quizás, si no hubiera entrado tu hermana para avisarte que ya era hora, te habría hecho notar mi alegría, de alguna manera. Pero mi funeral estaba por comenzar, vos tenías que estar allí para decir algunas palabras y mi cuerpo irreconocible, dentro del cajón cerrado, presidiría la ceremonia.

martes, 24 de noviembre de 2020

Paranoia

 Ya sospechaba algo extraño, su forma de ser suspicaz, siempre cuestionadora, le hacía pensar y hacer intrincadas relaciones de cosas, pequeños detalles que en apariencia no tenían nada que ver que terminaban siendo parte de un gran complot.

Primero, el hecho de que no pudiera volverse a su casa, no entendía cuál era el motivo injustificado que lo impedía, era como si quisieran retenerlo cerca de esa ciudad. Luego, era muy sospechosa la ubicación pero sobre todo la categoría del hotel donde los habían alojado; es decir, no era coherente que si lo enviaban a hacer un curso de un software nuevo para ahorrar costos, le pagaran a todo el staff un 5 estrellas a todo lujo en pleno centro. Pero lo que le activó la alarma de la paranoia era que frente a la sede donde se dictaba el curso estaban ni más ni menos que las oficinas ejecutivas de la principal empresa competidora. No podía considerarse ese hecho como una simple coincidencia.
Empezó a preocuparse. Dudaba de los choferes que día tras día los pasaban a buscar e incluso de los empleados del hotel; llegó a esconder sus papeles y hasta la ropa sucia en la caja fuerte de la habitación. Y ni hablar de los capacitadores, esos seres con sonrisa eterna y predispuestos a responder toda clase de preguntas; anotaba lo que decían y cada palabra era un indicio de que había algo oculto tras esa fachada de sabiduría.
El día que dejó de andar el aire acondicionado realmente se preocupó. Distraído, perdía el hilo de lo que se decía dentro del salón, salía cada diez minutos al baño y miraba con celo a la secretaria. En una de esas salidas, se deslizó a la sala del coffee-break y no pudo abrir la puerta. La golpeó, primero tímidamente y luego un poco más fuerte; se dio cuenta que había alguien empujando la puerta desde adentro. Se le aflojaron las piernas y la cabeza se convirtió en un torbellino de miedos.
Del apuro se dejó en el aula su mochila con sus cosas e incluso en el hotel no le quisieron entregar una nueva llave para ingresar a la habitación. Tomó un taxi en la esquina y se fue sin cambiarse la remera.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Lo que un amigo le dice a sus amigos

Cuando el miedo te acorrale, te impida pensar fríamente y creas que no tenés salida, acordate que tenés una oportunidad.

Cuando la injusticia te agobie, te oprima con sus largos brazos y sientas que estás solo, acordate que tenés una mano tendida.

Cuando la soledad invada tu alegría, te encierre en un pozo y creas que nadie te sacará, acordate que alguien siempre piensa en vos.

Cuando tus problemas te superen y no sepas qué hacer con ellos y sientas que la desesperación te invade, acordate que tenés otra chance.

Cuando la desconfianza se apodere de tus sentidos y no puedas reconocer la sombra de una mano amiga, acordate que alguien ya te la ofreció.

Cuando la inmadurez ciegue tus ojos, te haga perder el rumbo y el cariño y la confianza de tus seres queridos, acordate que hay mucho tiempo para ser escuchado.

Cuando la impulsividad comande tus actos, no te deje reflexionar y marches alocadamente en tu vida, pará un segundo y acordate de tus amigos.

Cuando la agresividad sea el común denominador en todo lo que hagas y te sientas rechazado, acordate que la amistad no es racista.

Cuando pierdas la calma, te desesperes, te sientas en medio de un páramo desconocido, y no sepas hacia donde dirigirte, mirá en tu agenda de direcciones.

Cuando el egoísmo te tienda una trampa, te tiente y no sepas cuál es la elección correcta, acordate que tus amigos lo pudieron haber vivido.

Cuando la indecisión te vende los ojos, los cubra de oscuras dudas y haga peligrar tu seguridad, acordate que los amigos te pueden ayudar a sacarte la venda.

Cuando la tristeza se apodere de vos, te llene los ojos de lágrimas y el alma de penas, acordate que tus amigos te pueden prestar un hombro.

Cuando el orgullo te haga decir cosas que no sentís y te lance contra las personas que más querés, acordate que errar es humano.

Cuando la mentira sea uno de tus recursos para lograr algo y pretenda convertirse en tu aliado, acordate que tiene las patas cortas y es muy petisa para vos, no te rebajes.

Cuando la ingenuidad te quiera engañar como a un bebé y te quiera pasar por encima sin respetar tu decisiones como persona, contá con un amigo para luchar.

Y si la vida lo permite, cuando estés alegre, contento, con ganas de cantar, de saltar, de emocionarte, de contar algo que te pasó, de pedir un consejo o simplemente estar con alguien, ahí también acordate de tus amigos!


miércoles, 11 de noviembre de 2020

Te extrañamos vida.

Este texto sale a la luz en forma tardía, digamos fuera de timing, cuando ya la cuarentena y el distanciamiento social es más una norma que algo extraño. Ya no tiene la novedad del fenómeno recién iniciado, todos ya han hecho la catarsis correspondiente en los medios y redes sociales al alcance, han implosionado en el encierro, han descubierto sus talentos ocultos y se han filmado en clases virtuales y en llamadas más que en el resto de su vida anterior. Y yo todavía estoy empezando a disfrutar las ventajas de este reducido contacto personal. No tengo nada contra las personas, en serio, pero hay veces en que prefiero conversar con el perro o simplemente quedarme callado mirando por la ventana. Repito que no soy alérgico al contacto social, más bien diría que soy capaz de autoabastecerme el entretenimiento, de encontrar paz en la ausencia de charlas y de no sucumbir a la imagen que me devuelve el espejo. 

Mi cotidianeidad de cuarentena comenzó en traer todo mi equipamiento laboral a casa; eso duró lo mismo que la posibilidad de la empresa de subsistir en esas condiciones. Cuando la voluntad de firmar el cheque a fin de mes caducó y el equipamiento fue devuelto, toda mi atención fue canalizada a la manutención de la estabilidad doméstica, el surtido de alacenas y que los retoños cumplimenten su conexión virtual a la educación del futuro o lo que es lo mismo, que no aprendan ni siquiera a retener la más simple de las operaciones ni a escribir una frase sin superar el límite máximo tolerable de treinta faltas de ortografía. Si hay algo que le debo agradecer al virus endemoniado que nos forzó a encerrarnos es la cantidad de tiempo que he pasado con mis hijas que el bendito horario comercial no me permitía. Igual, no quiere decir que me amen ya que como padre, soy un pésimo pedagogo. 

La piel de las manos se me agrietó más de una vez. Los pulverizadores se multiplicaron al igual que los aerosoles que desinfectan casi todo. La nueva normalidad, sus nuevos productos y protocolos inundaron la rutina de todos con la intención de quedarse definitivamente en nuestra vida. Ya a esta altura han salido libros, charlas Ted, convenios entre gobierno, cursos y están pensando en inventar una vacuna para sacarnos de este sufrimiento. Y yo, lerdo, estoy haciendo ahora mi primera (y única, dirán ustedes) exposición a calzón quitado de nada en particular sobre esta pandemia. 

Yo extraño la espontaneidad de la gente. Mirar a los ojos (por elección, no por obligación). Los abrazos apretados. No tener que sacar turno para todo. Pedir permiso para todo. Poder viajar sin restricciones a donde me alcance el mapa. Extraño respirar sin barbijo. Que me duela todo el cuerpo de jugar al fútbol. Apretar fuerte una mano extendida en saludo franco. Las palmadas de afecto en la espalda. Extraño la vida sin límites. 

La extrañamos.

lunes, 26 de octubre de 2020

Momentos de suma importancia

Hace algo de fresco y la noche está agradable; los aislados ruidos pandémicos en la oscuridad parecen ser más nítidos, más puros y por eso mismo más intimidantes. Y mirando por la ventana tengo tiempo de pensar, poner la cabeza en foco y dejarla fluir sin restricciones de cuarentena.

Es que uno, sumido en la velocidad cotidiana, en los compromisos urgentes, en las nimiedades y detalles superfluos, no se hace una pausa para reflexionar. No hace falta mucho tiempo, solo unos momentos serán suficientes -me dije y puse ese CD que me empuja el alma hacia ese camino sinuoso que es la introspección- tiempo invertido para que el sueño no se haga pesadilla.
De pronto mi mirada se desvía hacia el televisor, prendido en mute, y miro que están dando "Hechizo del tiempo" y así un poco es la vida, repetimos conscientemente un día tras otro, tal vez con mínimas variaciones, pero si no nos damos cuenta de atesorar lo que nos ocurre y aprender de lo acontecido, no habrá valido la pena, y el "Tú estás aquí y yo estoy aquí" adquiere otra dimensión, otro valor. Ni hablar el contraste que la realidad virósica nos arroja en el rostro, haciendo hincapié en la frágil existencia humana, en que lo que nos desvela suele ser una nimiedad.
Vuelvo al balcón a ver cómo el tiempo se desliza bajo las escasas luces de los autos errantes, sospecho un apuro en un caminante arrastrado por su mascota, intuyo el ánimo erótico exaltado de dos jóvenes y pienso que ese tiempo ya pasó para mi y para mucha gente y habrá de ocurrir para otros muchos. Y no. Pasamos nosotros, nos sumergimos en el calendario cada vez más hondo, más profundo, mientras el tiempo simplemente es.
Las heridas encuentran su fin cuando las hojas del almanaque se acumulan de a decenas, desaparecen las marcas y queda la enseñanza. Las heridas nos dicen que crecimos, que somos capaces de superarnos, de avanzar. Y en esa dimensión, el tiempo es otro ingrediente, un plano que hasta no hace mucho era ignorado.
Los objetivos que ayer nos deslumbraron hoy tienen una capa de óxido que los recubren y los envejecen; ni hablar los montones de cosas que pensamos nos darían nivel social que hoy regalamos por no encontrarles mejor destino. 
Momento de silencio. Tiempo, pido gancho. Si pidiéramos recuperar todos esos minutos perdidos, todos ese tiempo desperdiciado en inútiles peleas, en agravios gratuitos, en lapsus voluntarios, en declaraciones pomposas, en filas infinitas, supongo que encontraríamos otras formas más elegantes de gastarlo. Es el destino final del tiempo, escurrirse intangible por entre los dedos como arena marina.
Tiempo de finalizar este desvarío ha llegado, dijo el Maestro Yoda, no sin antes entornar levemente sus párpados y menear graciosamente sus orejas.

viernes, 16 de octubre de 2020

El ejercicio de imaginar

 Imaginar que vivimos en otro, diferente lugar, que nos rigen otras diferentes leyes, que nos contiene otro diferente cuerpo. Imaginar que viajamos rápida, solitariamente por otros paisajes y vemos árboles con forma de aves, insectos con forma de agua, rocas con forma de polvo. Pensar que el mundo no es esférico y que presenta forma de cuerpo amorfo (valga la paradoja) y varía cada tanto sólo para despistar, sólo por costumbre. Imaginar que las palabras que decimos salen sólidas de nuestra boca (con forma de dedo pulgar, por ejemplo) y se van volando por entre las nubes mientras las miradas se entrecruzan formando nudos complicados, queriendo entender vaya uno a saber que cosa. Pensar que nuestra realidad es de otros, y vivir viajando por nuestra imaginación, creando nuevos mundos, nuevos individuos, nuevas palabras; pensar que es real todo lo que nos rodea pero con otros nombres, otros efectos y otros olores. Imaginar un viaje con la imaginación donde lo increíble no lo sea tan solo para el que imagine que es posible porque de ilusiones vivimos rodeados, ilusiones que creamos con nuestras mentes, nuestras manos, nuestros prejuicios y que nos limitan hasta el extremo de no dejarnos mover con libertad, verdadera y concreta libertad de seres humanos con gran inventiva para crear obstáculos, para dificultar nuestra vida. Imaginar que el bien es tangible y verdadero, que el afecto no está en extinción, que el amor crece y se reproduce, es volverlos reales, visibles a todas las imaginaciones de los hombres y fáciles de sentir en toda la piel de animal que nos cubre. Crear con la mente lo que nos falta y volverlo corpóreo, completar ese casillero tan esquivo; desear que los recuerdos no se borren y la única imaginación poderosa nos lleve sin pausa al rincón más añorado del calendario. Imaginar, qué agradable sensación nos recorre el cerebro cada vez que viaja descontrolada nuestra imaginación.

martes, 29 de septiembre de 2020

La imaginación al poder (fantasía en el gimnasio)

 Entraba al gimnasio, dejaba su mochila en un locker, sacaba la toalla de mano y se lanzaba ciegamente a cumplir con su rutina: al principio con la planilla en la mano, estudiando los ejercicios, calculando los pesos y dosificando las repeticiones y más tarde, tal vez en el transcurso de la segunda semana, ya más confiado y de memoria, se deslizaba entre las máquinas como si fuera de la casa.

El objetivo que lo había llevado a ese antro de salud física y músculos febriles era al comienzo claro y definido: una lesión jugando al tenis y una rehabilitación sencilla que le llevaría no más de seis meses.
El profesor lo guiaba, le indicaba la técnica de los ejercicios más exigentes y complicados y lo dejaba solo cuando veía que le había tomado la mano y no corría riesgo de provocarse otra lesión. Y era al único al que le dirigía la palabra. No podía mirar a esos desconocidos, todos transpirados y sedientos, le parecían seres trastornados, como si estuvieran enchufados a una máquina de producir energía por movimiento. Si algún aparato estaba ocupado, esperaba sin apuro; si alguien le preguntaba si podía alternar, se alejaba abandonando su lugar.
Hasta que pisó la banquina. Perdió el control de sí mismo.
Ella iba siempre al gimnasio, simpática y sencilla. Morena, de pelo y calzas negras, cuarentona con todo en su lugar, excepto un leve color morado en los labios, que podría considerarse excesivo en ese lugar. Un culo rotundo que era un monumento, exacto en sus proporciones y acentuado por la justeza del lycra, inventado para deschavetar al más pintado, generar tortícolis masivas y humedecer sueños nocturnos. Y él sucumbió a su embrujo.
Encerrado en su mutismo, simuló estar desconcertado con sus ejercicios y con una impostada cara de extrañeza se acercó hacia ella. Quiso hacerle una pregunta. En su imaginación, confiado, se dirigía a ella con aplomo y hombría y ella respondía a sus preguntas primero y a sus galanteos después con firmeza e interés. Pero se miraba al espejo y ella seguía indiferente, concentrada en su rutina.
Empezó a ir todos los días y se quedaba rondando al lado de las máquinas, boquiabierto, mirándola. Estaba para enmarcarla cuando hacía los tríceps con la rodilla apoyada en el banco y su perfecto culo mirando al sur; su escote en suspenso aprisionado por el corpiño era una deliciosa silueta curvilínea cuando trepada al elíptico transpiraba delicadamente. Y en su imaginación, ya perdida, se acercaba a ella, le aferraba la muñeca haciéndole caer la mancuerna le sacaba la ropa lentamente dejando al desnudo el más perfecto cuerpo femenino y, ante la mirada extrañada del profesor, hacían el amor sobre la colchoneta de los abdominales.

martes, 8 de septiembre de 2020

En todas las ciudades hay veredas rotas

Siempre supe que esa niña me rompería el corazón.


Buscándola, me pasaba todo el día yendo al parque o rondando el centro a la tardecita cuando todo el mundo daba la vuelta al perro, evitando a mis amigos y sus bromas pesadas, pensando que la oportunidad con ella me estaba esperando. 

Otras veces, de tarde, caminaba con el sol en la espalda por baldíos y calles con adoquines, acortando la distancia que había entre su casa y la mía; pasaba frente a su puerta y sin animarme a golpear, seguía de largo hasta la radio para dedicarle esa canción que bailamos alguna vez. 

Desde la lejanía de su mirada esquiva, desde la inocencia de su vestido rosado con volados, ella estaba destinada a hacerme daño, ese dolor infinito que te marca a fuego, daño irreparable. Caminando bajo los tilos de la rambla rumbo al centro con sus amigas, esquivando las veredas rotas de la plaza, a la hora de la siesta o en la pileta, mirando con desdén las zambullidas mortales que nosotros intentábamos en los trampolines solamente para impresionarla, en cualquier escenario se mostraba inalcanzable pero siempre con un aura de imprescindible.


Pasó el tiempo, me humillé de mil maneras, públicas y privadas, incluso llegué a rogarle y ella, divertida y mirando hacia otro lado, rió con sus voz de cascabeles sin decir nada.
En la huida, tropecé con una baldosa suelta de una vereda rota y caí de rodillas rompiendo la tela del jean; miré hacia atrás y vi que ocultaba con disimulo una sonrisa tras su mano. Salí corriendo avergonzado sabiendo que jamás la tendría.

domingo, 16 de agosto de 2020

Destino final

 Yo siempre supe que iba a morir de cáncer, son esas cosas que uno intuye temprano en la vida cuando algunas señales se van acumulando, esas indirectas como contactos que comparten historias de gente con la enfermedad, propaganda de medicamentos y tratamientos paliativos, compañeros de trabajo que se van antes porque deben cuidar a un familiar o enterrarlo. Disculpen si resulta ofensiva la declaración, léanla como mi última voluntad y así será un poco más tolerable. 

Al principio, me enojé. Es decir, nadie quiere saber cómo termina aunque lo digan. Decidí que esos mensajes no eran para mí y que no me iba a afectar, que los ignoraría. Con el tiempo uno tras otro se me presentaban sin objeciones, sin pausa y me iban torciendo la voluntad. El márketing de la enfermedad es malo y negativo, tiene muy mala prensa pero la repetición es intensa y se te termina metiendo en el cuerpo y lo creés. 

Si te duele la cabeza, va por ahi. Si cuando llueve, los huesos te duelen como si tuvieran terminaciones nerviosas, la conclusión es clara. Además, la comida superprocesada actual es propicia para pensar que los males estomacales en general, la mala digestión, esos ruidos que uno escucha por la noche (que no vienen del departamento de al lado) es el estómago sucumbiendo a los ataques infernales. Y ni hablar del cigarrillo, el demonio en persona con halo de humo tabacal y boquillas delicatessen que te trae a tu propia casa la versión respiratoria con perspectiva de mochila y rapidez para el trámite.

Llegué a pensar en algún momento que el pronóstico oncológico no se cumpliría. Chocar tu vehículo de frente a poco más de sesenta kilómetros por hora no es algo que mucha gente termina contando. Esa película en cámara lenta que se produce, ese cliché de ver toda tu vida completa como en diapositivas de repente no terminó y ahí me di cuenta que no escaparía de los designios que en profundidad estaban tallados para mi.

Participar de campañas para recaudar fondos para luchar contra este flagelo fueron oasis en un desierto lleno de dolor y angustia. Ver caras reconcentradas, existencias enteras sumidas en la tarea de alargar el hilo de esperanza, en tratar de encontrar un destello de luz en un horizonte tremendamente negro y poder alivianar un poco la carga de los demás fue liberador y desde un punto de vista egoísta, redentor para mis vertiginosos pensamientos.

Recostado, miro por la ventana. Mis ojos acuosos, nublados por la morfina están fijos en la nada. Sería más fácil decir lo que no me duele, más corto por lo menos pero ni siquiera esa lista les daría una miserable idea de lo terriblemente dañina que es esta enfermedad. Es la personificación de un estratega militar, de un boxeador que tras un golpe efectivo a la mandíbula huele próximo el knockout. Miré hacia arriba como buscando una respuesta y así pude ver cómo una placa del techo cayó sobre mi cabeza aplastándome a mi y a mi destino final.

lunes, 10 de agosto de 2020

Aquellas tardes

Las tardes de verano en el pueblo eran de lo mejor que mi memoria guardaría. Los padres inutilizados por el calor huyen hacia el interior de las casas buscando reparo en la siesta, dejando el camino libre a los hormonales adolescentes. Ni bien el almuerzo acaba, es cuestión de agarrar una mochila, una toalla, la billetera y poco más para encarar el día. El calor sofoca y te hace desear que el parque municipal y sus piletas estén más cerca. La caminata bajo el sol de enero se hace larga; por eso hacer un par de paradas para buscar sombras protectoras nos parece imprescindible. Pasamos después por el kiosko a buscar cigarrillos, chicles y algunas galletitas para acompañar al mate y ahí nos encontramos con Euge, Gaby y quedamos en vernos después en la pileta grande, donde siempre se sentaban. 
Prendimos un cigarrillo y nos subimos al fitito a dar un par de vueltas antes de entrar al parque. La pileta una tarde de verano es como una pasarela, una especie de muestrario en el que todos sacan pecho para sobresalir, mirar y ser mirado. Con suerte, las viejas chusmas te hacían un escaneo de cuerpo completo y al día siguiente salía publicado en primera plana; con un poco más de suerte no pasabas desapercibido. 
Pusimos el fitito en un lugar a la sombra, pasamos la revisación médica que consistía en sacarse las ojotas y abrir uno por uno los dedos de los pies para que la enfermera revise si había algún tipo de hongos. Una vez adentro, tirar las cosas a un costado y correr a tirarse al agua no tardaba mucho tiempo. Un par de anchos a la pileta y otro par de brazadas improvisadas como para refrescarse, sin dejar de mirar con disimulo. Salir de la pileta con los pies mojados siempre fue peligroso, el riesgo de un vergonzoso resbalón está presente y los pasos deben ser firmes y sin dudas; caerse era descender en la escala social, si eso fuera posible, además de ganarse un moretón o incluso algo peor.
Ya más frescos, las opciones eran un peleado encuentro de truco, un charlado mate o simplemente tirarse de espalda a tomar sol. Y nunca dejábamos de mirar.

miércoles, 15 de julio de 2020

Percibiendo la ciudad con los sentidos

VISTA
Existen tres niveles visibles en la ciudad, los cuales son mi objetivo, mis musas inspiradoras, mi fin último. De todos aprendo y a todos afecto; de todos podemos recibir influencias y a todos podemos aniquilar.
Miro hacia arriba y veo ventanas, balcones, frisos, balaustradas y mampostería a punto de caerse. Y también veo viejas en batones raídos fumando con resignación mientras riegan las macetas, veo un gato barcino hacer equilibrio por la medianera mientras sujeta por la cola una laucha, espío por la ventana qué hace la vecina del funcional (que está mas buena que comer dulce de leche con las manos) y, cuando camino, miro hacia arriba cada vez que paso por debajo de un árbol, no sea cosa que me cague una paloma.
Miro hacia abajo y veo veredas de todo tipo, cordones, asfalto y cemento armado que precisan unos arreglos. Y también veo chicles pegados desde hace años, una moneda de 25 centavos que junto para el bondi, muchísimas clases diferentes de basura (de las reciclables y de las otras) y, cuando camino, miro hacia abajo cada vez que paso por enfrente de tu casa, no sea cosa que pise un regalito del Sultán.
Miro al frente y veo portafolios, carteras, paraguas, trajes de corte, tailleurs y remeras gastadas. Y también veo ambiciones en esos ojos frenéticos, frustraciones en esos otros cansados y locura en aquellos excitados. Veo hombros duros por el gimnasio y caídos, vencidos por la derrota; veo brazos que protegen la cintura de la criatura amada y otros que cargan el peso de la responsabilidad; veo manos que limpian con tenacidad y manos que piden con resignación y, cuando camino, miro al frente para que sepas que no tengo nada que ocultar.

TACTO
Las calles de la ciudad son ásperas: el asfalto es viejo y tiene algunos baches y aquellas que están hechas con cemento, ésas de color gris, algunas son lisas y otras no tanto y hacen que mis pies descalzos sangren y cuando eso pasa me paro en el césped, que es fresco y suave. Mi casa es una caja de cartón y está percudida de tanto sol y tanta lluvia, aunque ahora hace un tiempo que lo que me preocupa es el frío. A veces miro hacia fuera y pasa gente y la quiero tocar, sentir cómo se siente caminar erguido y que la ropa esté limpia y esponjosa. Y me gustaría sentir esa sensación de suavidad en la piel, esas telas raras para mí, ese roce casi simpático del sintético que genera estática y eriza los pelitos del antebrazo… Pero sé que el sólo pensar que yo los pueda tocar, con mi mugre y mis microbios, ya les da asco.
Y no puedo dejar de recordar que alguna vez mis manos cubiertas ahora de sabañones acariciaron tersas pieles de porcelana, cabelleras perfumadas y nalgas ansiosas de mujeres imposibles. Me empeño en rememorar esas curvas, esas humedades y no dejan de ser pasado, una piel ajena que nunca me perteneció, agónica seda y desesperado algodón. Esos recuerdos mueren de inmediato al sentir la cachetada de la helada matutina en la cara, como castigo por haberme atrevido a tocarlas y me contento con el saber que abajo mío tengo un par de ediciones de la sexta para que la tierra y el frío no se me colen entre el pantalón.

OIDO
Subiendo la cuesta de la avenida, sintió frío. Se abrazó a las solapas del sacón con las manos enguantadas pensando que aunque apurara el paso ya estaba llegando tarde a la oficina. De repente, una melodía apenas audible la sacudió. En realidad sacudió sus recuerdos. Aquel tema...
Se vio jovencísima, en un boliche con las paredes espejadas, una barra larga y generosa en tragos, un puente sobre la pista y unos mullidos y tentadores reservados al fondo del pasillo. Estaba bailando aferrada a la cintura de quien esa noche le haría conocer el amor, ese placer mezclado con dolor, ese cautiverio que te hace sentir libre.
Siguió caminando a pasos veloces, mirando atentamente la ventana por la cual había salido esa música. Al llegar a la esquina, se detuvo en el cordón de la vereda, esperando el rojo que detenga la marea motor y desata la marea humana. Frenó a su lado un taxi para finalizar el viaje de su pasajero; del estéreo salían unos ritmos conocidos...
Con los ojos abiertos, soñó con su abuelo, de chaleco raído, bigote amarillo por la nicotina y ojos entornados, abandonado al ritmo de una surera melancólica. Ella lo miraba desde la mesa del comedor, pensando en lo misterioso que parecía con la pipa en la boca.
Llegó agotada a la puerta de la oficina. Pero se sintió bien, reconfortada. Traspuso el umbral, fichó en el reloj con la tarjeta magnética y escuchó con una mueca en su rostro la música ambiental apenas distinguible del murmullo humano...

GUSTO
¿Cómo nos verán los antropólogos de acá a mil años? ¿Qué pensarán de nosotros cuando desentierren un celular, un posavasos, una tijera? Espero que cuando encuentren mi traje a rayas, no piensen que era un preso de verdad...
Si hoy quedara enterrada, por ejemplo, mi heladera, van a pensar que yo era un alcohólico: media botella de Gancia, una de vodka, dos latas de Speed, un fondito de fernet, dos botellas de cerveza y una de gaseosa. Van a pensar que no comía en mi casa nada sólido, más que un danette, un par de limones y un trozo viejo de queso de rallar.
Quizás, en su evolucionada mente crean, al encontrar el folleto de una pizzería con todo el listado de variedades, que el gobierno supremo nos obligaba a comer alternativamente una fugazzeta, luego una tres quesos, al otro día una de anchoas y para el fin de semana, una calabresa y una de jamón crudo y rúcula. Y para los feriados quedan las especiales (harán ellos sus presunciones), la de palmitos y una combinación de panceta, brócoli y espárragos. Y para los que no pagaran los impuestos al día, una mini ración de empanadas; si estaban en la moratoria, y eran vecinos de nombre, a lo sumo un calzone relleno o un plato de patitas de pollo rebozadas.
Y mejor que no abran el freezer, van a pensar cualquier cosa. Comida congelada, para hacer en el momento en el microondas; les parecerá una aberración, una especie de condena domiciliaria como castigo a mi intento de gobernar una ciudad virtual.
Hummm, me dio hambre. ¡Me voy a hacer unas hamburguesas con queso!

OLFATO
-Estoy muy cansada. Quisiera hoy un buen masaje y morirme hasta mañana. No, mejor por una semana. O vacaciones, pero me van a descontar los días. Mejor, desaparezco y digo, no sé, que se murió un pariente o que me abdujeron unos aliens exploradores. Y este idiota del 2º que se empeña en hacer bifes a la plancha a las 4 de la tarde... Mejor me voy a lo de la Pato a ver si sabe algo del primo. ¡Es que olía tan bien esa colonia (tengo que averiguar la marca, para regalarla) que tenía puesta! No es que fuera tan lindo, pero bueno, hay que pasar el invierno, dicen. Un buen baño me vendría bien, ponerme una loción fresca, algo relajante. Ese champú de ortigas que olvidó el último incauto es su mejor recuerdo, huele a verde, a pradera, porque lo que era él, ufff, olía a guerrero cobarde, a esclavo traidor, a letrina de baño público. Bueno, exagero, pero más o menos... Me tomo un taxi, todos huelen igual, a ese olor de desodorante de auto mezcla con desinfectante, algunos de limón, otros de pino, da igual, todos me ponen de mal humor. ¿Será que en verdad necesito un masaje? Menos mal que el taxista no intentó darme charla porque me tiraba del coche; le pagué con un billete sucio, me olí las manos y aún estaba ahí ese hedor de múltiples manos e inmundos bolsillos, gracias que traigo este gel antibacterial, que me quedó en el fondo de la cartera del invierno pasado, por lo de la gripe A. Me bajé y me asaltó un tufo rancio de cloacas y desagües, maldita sea, ¡quiero un mate! Y sin embargo, esta perra no está en la casa. Le dije que me esperara, qué clase de amiga es, la voy a llamar... No, mejor me meto en este salón de belleza, tal vez ese masaje deseado con cremas frescas y aromas suaves me despejen la mente y el cuerpo. Ah! Jazmines, arándanos, azahares… Me está agarrando una modorra, me duermo... ¡Qué placer!

SEXTO SENTIDO
Siempre me pareció una mancha en el vidrio de la ventana de la cocina, tal vez producto de varios años de ausencia del antigrasa. No le había dado demasiada importancia, nunca fui demasiado quisquilloso con la limpieza.
Con el devenir de la vida una mujer se afincó en casa y con ella se modificaron ciertos hábitos y se incorporaron elementos tecnológicos modernos: limpiador a gatillo y franela tipo balerina, entre otras maravillas.
Intentamos en repetidas oportunidades que el vidrio fuera transparente, como nos imaginamos que era recién salido del horno factoría, sin éxito. Es decir, realmente había estado sucio y ahora pasaba algo de luz pero habían quedado ciertos sectores más opacos que, vistos de un determinado ángulo, formaban un muy particular rostro barbudo, con ojos profundos de mirada sabia y melena a los hombros.
- No puede ser, es muy cliché- me dije sosteniendo el gatillo.
Y sin embargo, ahí estaba.
Mi mente racional se resignaba a reconocerlo, no podía creer en eso.
Pasaron unos meses y un buen día Laurita, mi sobrina, hizo añicos el vidrio de la cocina, esparciendo pedazos del simpático rostro por toda la mesada. Tras llanto, hipo y chupetín, paseo a la vidriería para reponer la pieza destrozada.
Y después de colocar el repuesto, ahí estaba otra vez, quizás más sonriente todavía e incluso me pareció que se había cortado el pelo y emparejado la barba.
Lo saludé y le convidé un mate.

SEXO SENTIDO
Fue una salida nocturna normal, en grupo. Vos estabas entre las chicas como una más y yo, concentrado manejando el auto; es difícil no cometer errores habiendo más de diez personas alegres y achispadas arriba del auto. Llegada la mañana, uno a uno los fuimos llevando a sus casas, quedamos vos y yo.
Enseguida fuimos para tu casa, no podía dejar de pensar en tu piel de porcelana por ser explorada, en tu suaves labios de deseada humedad, en tus pechos de mujer que prometían aventura.
Fuimos a la cocina con el pretexto de calentar agua para prepararte un té pero el saquito quedó allí, seco, colgando de la taza vacía. De golpe y sin preámbulos saciamos nuestro hambre comiendo directamente de los labios, parecía que no había ni un minuto que perder.
Al pasar el umbral de tu pieza, te fui deslizando la blusa por los hombros poniendo apenas un dedo bajo la tela dejando al descubierto tu pálida piel, salpicada de suaves pecas, sin dejar de ahogarme en tus ojos verde esmeralda. Despacio, bajé mi mano hacia tu cadera para liberarla de esos encajes que aún delicados, escondían un tesoro incalculable. Lentamente, la gravedad actuó sobre la ropa, arrojándola por toda la habitación, mientras yo me hundía y vos arqueabas la espalda apretándote contra mi. Fueron momentos de asombro, los dos vibrábamos juntos al son de nuestros movimientos, acompasados, coordinados. Todo fue ideal: los besos por mi espalda, las caricias sobre tu perfecta cola disfrutando ese pliegue, sorbiendo el aroma a mujer, el placer que nos arrebató, juntos.
La luz de la mañana empezó a filtrarse por la persiana, dibujando los amantes perfiles, develando una pequeña sonrisa en nuestros rostros.

martes, 23 de junio de 2020

LV, permiso para despegar

Hoy, aunque la noticia ya viene de hace unos días, me cayó la ficha. La vida tal como la conocía, las rutinas que había adquirido y ya no volveré a repetir, las horas que pasaba en esa oficina, los ratos que pasaba haciendo el mate, la ropa uniformada que me evitaba pensar en qué ponerme durante más de once años, todo eso ya no volverá. 
Escuchás de todo en estos momentos y la verdad es que yo prefiero quedarme con lo que mejor me hizo sentir, con lo que me hizo crecer como persona y como profesional. Me quedo con los momentos compartidos con mis compañeros (que a la larga conformamos una familia bastante disfuncional pero querible), me quedo con la excelente formación que me dieron, me quedo con la lealtad con que nos manejamos. Estoy seguro que otro grupo de trabajo como el que tuve será muy difícil de encontrar y conformar porque la calidad humana que allí había es muy rara de encontrar.
Reclamos hubo muchísimos y de toda índole pero ¿en qué trabajo no los hay? Que no mandaban a tiempo la información, que no tenía ni pies ni cabeza lo que decidían vender, que el procedimiento a comunicar era ineficiente o directamente inaplicable. Las pretensiones de la empresa hacían que nos miráramos entre sonrisas irónicas y aplausos sarcásticos; las misiones eran hercúleas y aún así no quedaron tan lejos. 
Pero ya está, no hay vuelta atrás. Lo decidido no se retracta. Y todos los que remamos alguna vez para que no se hunda a pique, hoy nos quedamos a pata mirando con lágrimas en los ojos cómo inexorablemente los sueños que juramos llevar a destino, las personas que prometimos cuidar, eso ya no será posible porque las puertas ya están en automático y ya no se volverán a abrir.

jueves, 21 de mayo de 2020

Todo tiende a cambiar

Como cambió la cosa, eh? La expresión es "cómo cambiaron los tiempos" pero a mi me da la impresión que han cambiado muchas más cosas. 
Miraba y releía algunas entradas de la primera y vieja etapa de este blog, donde el tono chistoso inocente, con alguna mínima idea mejoradora se mezclaba con pequeñas escenas cotidianas y, mas allá que las preocupaciones que reflejaba eran otras, lo que me llama más la atención es el cambio del registro, lo dicho entrelíneas, lo dado a entender. En aquellas épocas era más doméstico, más reducido el campo de análisis, digamos que una pequeña intendencia ficticia era todo el mundo disponible.
Más adelante en el tiempo, se dio espacio a los textos revisitados, una suerte de compendio propio donde los pensamientos volcados en lápiz y papel encontraban una nueva pantalla en blanco donde ser interpretados. Alli hubo de todo, escenas coloquiales y penosos intentos de relatos pseudo cuentos. El registro varió hacia lo incomprensible, lo muy personal y lo muy ficcional entremezclado como el germen de la realidad mejorada como género literario y otras pastillitas de fugaces ideas.
Y, de repente, hubieron profundos cambios. 
Lo que en algún momento podía ser atractivo a la lectura, hoy puede ocasionar hasta peleas sangrientas entre hermanos. Lo que nos regocijaba la vista y el intelecto, hoy es reprobable y merece ser tachado de los libros de arte, bajar los cuadros de los muros y defenestrar la psicología del artista, que se ve rebajado a psicótico o degenerado. 
Ya no puedo decir lo que pienso, o siento, o lo que me estimula o divierte, sin correr el riesgo de herir el orgullo o los ideales de mi interlocutor. Ya no se puede mantener una discusión sin que sobrevuele la incomprensión como epílogo ineludible.
Los cambios le dan dinamismo y evolución al creador. Primero idea, luego borrador, boceto y la obra de arte como resultado del aprendizaje. 
Pero pareciera que como masa social, los tiempos corren para el lado equivocado.

lunes, 4 de mayo de 2020

La ciudad en tiempos de pandemia

Ahora que la cuarentena está en su esperado último tramo, sobre la ciudad pesa un extraño silencio. A veces, un murmullo de brisa se cuela por entre las ramas de las acacias y los plátanos refrescando la vereda recién regada. Otras, un remolino de viento frío arrastra las hojas secas que dormían al reparo del cordón cuneta.
Una calle en la que normalmente es imposible encontrar un sitio para estacionar, ahora ofrece múltiples opciones; tampoco hay autos que quieran ocupar esos espacios vacíos. Sentado en un cantero donde se va quedando sin hojas un paraíso se puede disfrutar del silencio, tachonado en forma esporádica por algún taxi perdido o una moto que hace reparto a domicilio. Se echan de menos (o por lo menos se nota su ausencia) los golpes rítmicos de un bombo protestón, las frenadas desafinadas de los internos de la línea 18B y los graves de la música electrónica brotando de un exagerado auto modificado. Digamos que cuando la cuarentena termine ya no seremos los mismos, ya no desearemos lo mismo, tampoco apreciaremos lo que antes nos desvelaba y quizás el replanteo de prioridades llegue hasta aquello que pensamos era nuestro santo grial, bajándolo de su pedestal.
El silencio se esparce, se derrama por la ciudad, rebota en las vidrieras cerradas, descansa en la penumbra de un zaguán y se esconde en el fondo de un baldío.
Mientras tanto, los paseantes se mueven con las bocas ocultas moviendo con frenesí las piernas para llegar lo más pronto posible a destino, sintiendo que afuera están a merced de algo inasible, vulnerables a la tos y la fiebre. Angustiados, se aferran al sonido de sus propios pasos volviendo automáticos a cerrar el circuito. 
Una vez bajo techo, vuelven a apoyar la nariz contra el vidrio generando vapor y extrañando los días en que el picaporte era una simple forma mecánica de activar la puerta y no un potencial enemigo.

sábado, 18 de abril de 2020

El antídoto

Olvidemos que el encierro es forzado y que disponemos de todo este tiempo por elección, y  que decidimos utilizarlo de la mejor manera posible. El escenario nos agobia, las paredes que nos rodean parece que cada vez están más encima nuestro, comienza a faltar el aire, no queremos estar más tiempo encerrados...
Hay una solución, siempre hay una salida.
En los estantes brillan las portadas de infinitos mundos que nos llaman a ser visitados, a hacernos amigos de sus habitantes y de ser partícipe de enormes aventuras, dolorosas decepciones, ausencias irrecuperables, forjar alianzas y entablar guerras por el honor. Todo eso y mucho más desde la comodidad de tu rincón favorito.
Antes, la excusa era no tener tiempo. Ahora, con esa variable a disposición, solamente es cuestión de tomar la decisión de qué mundo visitar, abrir la tapa y con paciencia, ir recorriendo los sinuosos caminos que la aventura te presente. Eliminar los límites a través de la imaginación, crear esos mundos sin moverse de tu casa y hacer de este encierro un viaje sin escalas. 
De propia experiencia les digo que en los momentos más solitarios, esos en que todo parece alejarse, incluso aquellos que parecen incondicionales, un libro te da el antídoto a la pandemia de aislación, miedo y desconfianza.
Aprovechemos a visitar esos mundos ahora que los pasaportes tienen próximo el vencimiento y renovemos la esperanza en esos indómitos personajes que alguna vez nos enamoraron y que siguen corriendo extraordinarias aventuras cada vez que los visitamos.

domingo, 5 de abril de 2020

¡Alguien por favor quiere pensar en los niños!

Se me amontonan las ideas, las propuestas, las acciones preventivas, las excepciones, las ayudas, las omisiones, el papeleo es infinito, las firmas no alcanzan. Quería evitar empezar la frase con la palabra NO, y les digo que me fue bastante difícil lograrlo. Miro por la ventana del despacho, empuñando la tacita de te verde y el meñique en alto, y veo gente que debería estar en su casa. Y veo las noticias que muestran a los abuelos todos amontonados en la vereda. Y no veo voluntades ciudadanas, no veo pensamientos sociales inclusivos, no veo actos desinteresados. La máscara aplaudidora se desmorona al primer indicio de que el vecino puede ser contagioso. Somos buenos actores simulando bondad, pero al corte de cámara no somos capaces de compartir el camarín. 
Ni siquiera una situación que se me antoja histórica nos lleva a dejar de lado mezquindades e hipocrecías y a pensar en serio en el otro. Siempre los especuladores, los vivos, los egoístas, la inmundicia del mundo estará atenta para aprovechar las debilidades del momento y salirse con la suya. El librito es previsible, pésimo, repetitivo; en las que aciertan, se ponen el traje de héroes y en la que le pifian (porque es lo normal) la carita de perro mojado tipo meme sale a la orden del día.
SOMOS REPRESENTANTES DE UN PUEBLO, que no se olvide. Y en ellos debemos pensar antes de tomar nuestras decisiones.