Hay muchas cosas que pueden paralizarte, negarte ese beneficio que es el movimiento, el poder elegir entre estar en un lugar o en otro, más allá de las distancias. Paralizarte la capacidad de levantar la mano, adelantar la pierna, cruzarte de brazos o mover la cabeza. Aunque bien mirada, en la imposibilidad del movimiento, el verdadero beneficio es en sí la elección.
El movimiento te lleva a conocer algo más que la cara, la
fachada, el resumen; brinda un contacto más estrecho, cercano con la
existencia.
Hay muchas razones que pueden motivar el movimiento y
creo que son todas valederas; es cuestión de que cada uno encuentre la que motorice y justifique el esfuerzo que se necesita para que valga la pena.
Creo que no es fácil tomar el camino y marchar
kilómetros en busca de un futuro. Fácil es callar el compromiso, cerrar el alma
a los problemas y voltear la cabeza hacia un costado.
Lo cuestionable del futuro es que nunca llega. Vivimos
pensándolo, incansablemente lo ideamos, lo recreamos, hasta lo soñamos. Y
cuando creemos que hemos llegado, lo único que obtenemos es un efímero presente
y un moroso y desconocido pasado; y un futuro de más kilómetros y sueños. Nos
vemos obligados a sacudir el polvo de nuestros proyectos para ver si alguno sirve
de algo.
Es inútil esperar que se presenten soluciones mágicas, sólo habrá soluciones prácticas para un problema concreto.
Todas las aparentes soluciones carecen del componente mágico y de hecho son muy difíciles de conseguir; todas tienen una innegable forma terrenal.