viernes, 24 de junio de 2011

Mundo propio, mundos ajenos

¿Cuántos mundos existen en este mundo? ¿Cuál es la realidad que nos afecta y nos influye? ¿Podemos desde nuestro lugar cambiar algo, mejorar algo, influir, ayudar a alguien?

Mi mundo es pequeño, muy reducido y sufre intentos varios de invasión de otros mundos, del universo que lo rodea y del vacío que rodea a todo eso. No tiene nada definido, ni siquiera su gobierno, menos la economía, la creencia, tampoco tiene idea del nivel de alfabetismo ni el de mortalidad infantil. Está en formación, es una sociedad joven y tiene mucho para aprender. ¿Hasta qué punto se puede aprender de otros mundos sin perder el rumbo del propio aprendizaje? Si ando por la existencia arrastrando un mundo adolescente, inmaduro, en formación, poco podría ayudar a dar una orientación acertada, un consejo. Mis variables, mi postura, mis condiciones son únicas y si en ellas baso mis acciones, también sobre ellas basaré mi punto de vista y mis opiniones. Por lo tanto, sólo me serán útiles a mí e incomprensibles para el resto de los mundos. Por supuesto que puedo influir a los que me rodean pero ¿me puedo permitir el derecho de aleccionar como un maestro, como una estrella alrededor de la cual giran esos otros mundos?

lunes, 20 de junio de 2011

Prometerás

Escuché hasta más no poder tus promesas;
me harté del tono de tu voz dando explicaciones.
Te creí ingenuamente las mentiras pronunciadas;
del paraíso prometido no quedaron ni las cenizas.
Tu parte en el trato no fue cumplida
tu sanción correspondiente no tardará en llegar.

martes, 14 de junio de 2011

Gris el cielo, gris el balcón y gris la calle también...

Ya hace poco más de diez días que la Ciudad se ha visto teñida de gris por los residuos de la combustión interna de nuestro planeta. Y si, las cenizas volcánicas es el resultado de eso, de una combustión. A veces más copiosa, como una nevada y otras como cuando un vecino desalmado pasa apresurado con su coche en la calle de tierra, se ha ido posando sobre cualquier cosa que haya quedado al aire libre. Así de molesta e inasible, por más que la combatamos con bufandas, camperas o barbijos.
Uno tiene la sensación de que se vive sucio; el polvillo se acumula aún después de haber pasado el lampazo y la escoba lo único que hace es ponerlo a flotar en el ambiente. Por supuesto, no hay ropa que aguante limpia. Estudios intensivos han arribado a la conclusión de que hay dos tipos de ceniza: uno, la ceniza blanca que se apoya en todo tipo de superficies oscuras y la ceniza gris que se posa sobre las superficies blancas.
Más al sur, la cosa no es tan graciosa ni tan liviana. A la ceniza, se suma la perspectiva de la lluvia, más tarde la nieve y la posibilidad de grandes pérdidas en la temporada turística, base económica de muchas localidades y emprendimientos.
Gris está el cielo cada vez que uno lo mira y de ese color está el horizonte hacia el oeste...
Y ya barrí el balcón como tres veces hoy!

jueves, 9 de junio de 2011

Sueño

En el final oscuro y silencioso de un día extremadamente ocupado, recosté mi exhausto cuerpo en relativa posición horizontal como premio por la actividad realizada y cerré los ojos queriendo potenciar el estado de inerte relajación que mis extremidades ya sentían.
Y me dormí.
Y así soñé que tenía alas, que podía moverme con eterna libertad en un espacio sin fronteras; allí había miles de seres que no se diferenciaban unos de los otros sino por sonidos muy agradables.
Soñé una cúpula grandiosa que protegía todo el entorno y puertas que se abrían dejando entrar una nueva brisa; en el centro una fuente surtía incansable a quien quisiera servirse un potaje de efecto desconocido.
Allí a la sombra de un muro me reconocí con los ojos cerrados, soñando.
Y pude ver en mi sueño, lo que soñaba.
El personaje soñado soñaba que los sueños de todos se cumplían, sin excepción. Aunque inmediatamente soñó que se despertaba, al tiempo que abría los ojos y me miraba fijo.

De golpe, sentí que me tomaban del hombro y que me llamaban a cenar.

domingo, 5 de junio de 2011

De regreso a la batalla

En esa ciudad hay una avenida de esas con un bulevar en medio. Algunas cuadras tienen un diseño elaborado de especies autóctonas, otras simplemente un estacionamiento. Las que a mi me gustan tienen gramilla y árboles de tilo a los costados.
Nosotros éramos cuatro amigos que vivíamos en la misma manzana. Yo era el mayor, por quince días. Nos pasábamos la tarde imaginando escenarios épicos, aventuras que resultaban verdaderas puestas en escena, con villanos y fortalezas inexpugnables. A veces en la terraza de la casa de Diego, a veces en el patio generoso de la casa de la abuela de Ricardo, muchas veces en la calle y en la plaza. Allí las batallas eran sobre dos ruedas, enfrentando un circuito fantástico, extremadamente complicado y con caminantes ajenos a nuestros deseos de ganar.
Nos unían las veredas en común y también el colegio. Diego fue conmigo desde primer grado hasta cuarto o quinto; ahí repitió pero lo pusieron con mi hermano y seguimos en contacto de esa manera. Incluso en la juventud compartimos la ciudad universitaria, aunque ya no éramos los mismos y nos mirábamos con extrañeza.
El primer tilo empezando desde el extremo oeste de la rambla tiene una forma particular: se parece a una nave espacial. Si te subís, previa apertura de la puerta deslizante, te vas a encontrar con el sillón del capitán, la cabina del piloto y la del artillero y un par de ramas más arriba están las cuchetas y la cocina. Ahí subidos conquistamos muchos mundos y ganamos innumerables batallas.
El tiempo pasó raudo, los caminos de nuestras vidas se bifurcaron, porque así suele ser la existencia. Cada uno tomó sus propias decisiones, soportó las complicaciones de ser vivo, de estar en el sistema. Y él, un día en que nadie se lo esperaba, tomó un cinto, se lo enroscó alrededor del cuello y cerró los ojos al abismo.
Si alguna vez alcanzás a ver a un adulto trepado a un árbol, enfrascado en una batalla interestelar contra una raza brutal, hacele la venia y pedile permiso para abordar que seguro está necesitando con urgencia un ingeniero para reparar el escudo protector.

miércoles, 1 de junio de 2011

Literatura, ficción y más ciudades [21]

Capítulo III

"¿Y ahora? se preguntó Gregorio y miró a su alrededor en la oscuridad. Pronto descubrió que ya no se podía mover. No se extrañó por ello, más bien le parecía antinatural que hasta ahora hubiera podido hacerlo con esas patitas. Por lo demás se sentía relativamente a gusto. A decir verdad, le dolía todo el cuerpo, pero le parecía que los dolores se hacían más y más débiles hasta desaparecer por completo. Pensaba en su familia con afecto y ternura, su convicción de que tenía que desaparecer era, si cabe, aún más firme que la de su hermana. En este estado de plácida y letárgica meditación permaneció hasta que el reloj de la torre dio las tres de la mañana. El comienzo del amanecer lo encontró todavía detrás de los cristales. Seguidamente su cabeza se desplomó en el suelo y sus orificios nasales exhalaron el último suspiro."

La Metamorfosis - Franz Kafka