jueves, 10 de diciembre de 2020

Última mirada

 Se escuchó el ruido de la puerta. Indudablemente alguien había entrado a la habitación. Es decir, se baja el picaporte con su típico chirrido carente de lubricante, se escucha el sufrido girar de los goznes con idéntica frecuencia, se percibe una leve baja en la temperatura debido al ingreso de una masa de aire frío proveniente del exterior del cuarto, se escucha la presión que alguien realizó sobre la placa de madera hinchada por la humedad para que encajase en su marco y se oyó claro y prístino el golpe de la puerta cerrándose. Era obvio que alguien había entrado.

Levanto pesadamente la vista de unos documentos que estaba estudiando para crear más tarde una ordenanza cualunque, la poso sobre el pisa papel de acrílico transparente en cuyo interior flota una rosa de pálidos pétalos rojos, continúo en una trayectoria elíptica subiendo la mirada que se posa en un orificio pequeño y oscuro de apariencia temeraria; enfoco más hacia el fondo ensanchando el campo de visualización y detecto un pulgar tembloroso y de manicure inexistente curvado sobre una pieza de metal en forma de medialuna. Mi mirada se sintió atraída por el color chillón de las flores que Olga había dejado sobre el otro escritorio porque en sí el pasamontaña, el pulover, los pantalones y el calzado que no recuerdo si eran zapatillas o zapatos, eran oscuros e indefinibles. Pude acaso adivinar las patas de gallo que se perdían bajo el punto trémulo de una aguja septuagenaria, pude incluso oler la colonia barata pringosa y siempre inadecuada que se quedó conmigo un par de minutos más, incluso cuando la puerta ya se había vuelto a abrir y cerrar y la amenaza casi comenzaba a surtir efecto.

viernes, 4 de diciembre de 2020

La vida se abre camino

 Te escuchaba llorar en la habitación contigua; un llanto apagado, contenido, como que no querías que ese llanto te delatara débil, conmocionada; luego un silencio, como si quisieras recomponerte y un chasquido.

Abriste la puerta, entró algo de claridad. Empezaste a hablarme, con ese tono que tan bien te conocía, mezcla de amor incondicional y bronca, dejando escapar las palabras por entre los labios tensos. Hablaste de todo lo que pasamos juntos, las cosas buenas y las cosas malas, lo que nos unió en un principio y lo que nos había llevado al abismo más tarde. Hablaste de cómo nos había envenenado las malas intenciones de ciertas personas, de cómo pudimos ser mejores personas juntos en lugar de terminar discutiendo por pequeñeces, por el placer de pelear nada más.
En ese momento quise hacer todas esas cosas que te debía, envolverte con mis brazos, darte confort, darte seguridad; besarte las mejillas para demostrarte que me importabas y los labios para demostrarte que te amaba.
De pronto un nuevo silencio, una pausa. Un suspiro resignado, profundo. Entonces dijiste:
- Estoy embarazada. Es tuyo. Fue aquella vez después de que cocinaste esos fideos horribles. ¿Te acordás?
Quizás, si no hubiera entrado tu hermana para avisarte que ya era hora, te habría hecho notar mi alegría, de alguna manera. Pero mi funeral estaba por comenzar, vos tenías que estar allí para decir algunas palabras y mi cuerpo irreconocible, dentro del cajón cerrado, presidiría la ceremonia.