martes, 28 de diciembre de 2021

Jirón extraviado de memoria

La noche era cerrada y húmeda; se sentía la piel fría y la cerrazón nublaba la vista. La ropa no hacía más que estorbar los movimientos adhiriéndose al cuerpo. Al cobijo de la penumbrosa luz de la luna, iba el grupo abigarrado de estudiantes, como un cardumen de ciegos alevinos en busca de su alimento. Al frente el mayor de ellos y el más confiado indicaba el posible camino que no era mejor que los demás, lo guiaba el instinto de sobrevivir; los otros, dos chicos y tres chicas, apenas podían ver la huella que el pie del de adelante hacía en la arena húmeda. Los brazos enlazados en la cintura del compañero brindaban seguridad y ahuyentaban el miedo que se asomaba tras los párpados.
De repente, un penetrante aullido que caló la negra cortina de la noche se escuchó, fuerte y sobrecogedor a la izquierda, sobre las ramas de un álamo añoso; parecía un animal salvaje y a juzgar por lo gutural y potente del grito, muy grande. Todos se agacharon y bajaron la cabeza. Apenas un segundo como para tomar coraje y enseguida salieron corriendo lo más rápido que pudieron hacia la fuente del sonido, sabiendo que era la única posibilidad. En un movimiento coordinado, que ya había sido ensayado, rodearon el árbol y le clausuraron la posible escapatoria.

Con esa captura, la del Chancho, la patrulla 4 (la de color verde) ganó el juego "El Grillo" en el parque municipal, con un total de 45 puntos. De ahí el grupo se fue a cenar junto al fogón del campamento, a escuchar guitarras afónicas y declaraciones utópicas y tratar de abrazar alguna cintura amigable...

domingo, 5 de diciembre de 2021

El peso del mal

Abrí los ojos que tenía apretados con excesiva fuerza, miré hacia el horizonte y vi oscuras nubes que derramaban su acuosa carga, dejando ver tras la cortina gris la dorada bola de fuego, apenas su acariciante luz traspasa y se pierde sobre la superficie de la tierra. 

Giré la cabeza por sobre mi hombro apenas húmedo por las gotas que empezaban a caer sobre mí; miré en búsqueda de algún refugio que el cordón de la vereda no podía ofrecerme y a lo lejos divisé una cortina de álamos que indicaba la presencia de una chacra y tal vez, una acequia por la que seguramente fluía un hilo de agua con la que se riega la verde mata de cereal o el árbol de fruta. 

Me levanté y sin mirar los hoscos rostros de los automovilistas apurados montados en sus vehículos veloces crucé la calle con pasos largos y rápidos convencido de que ahí lo encontraría. Al llegar, sin perder un segundo busqué entre las raíces de los árboles, entre las ramas de los arbustos del boulevard, bajo la alcantarilla, detrás de la compuerta del derivador. 

Después de tanta búsqueda inútil, de tanto creer en su existencia, con el brazo extendido y la mano mojada por el agua del pequeño canal, mis dedos tocaron el material frío y siniestro de ese objeto que siempre supe que encontraría.

Lo saqué del agua y lo miré. La fuerza del mal contenida me pesaba en la mano, mis rodillas temblaron y estuve a punto de resbalar. De pronto escuché una voz que me preguntaba si me pasaba algo. Y yo, poseído por esa fuerza desconocida y sin tiempo a reflexión, levanté los ojos, vi un rostro que no reconocí y simplemente apreté el gatillo.