miércoles, 15 de julio de 2020

Percibiendo la ciudad con los sentidos

VISTA
Existen tres niveles visibles en la ciudad, los cuales son mi objetivo, mis musas inspiradoras, mi fin último. De todos aprendo y a todos afecto; de todos podemos recibir influencias y a todos podemos aniquilar.
Miro hacia arriba y veo ventanas, balcones, frisos, balaustradas y mampostería a punto de caerse. Y también veo viejas en batones raídos fumando con resignación mientras riegan las macetas, veo un gato barcino hacer equilibrio por la medianera mientras sujeta por la cola una laucha, espío por la ventana qué hace la vecina del funcional (que está mas buena que comer dulce de leche con las manos) y, cuando camino, miro hacia arriba cada vez que paso por debajo de un árbol, no sea cosa que me cague una paloma.
Miro hacia abajo y veo veredas de todo tipo, cordones, asfalto y cemento armado que precisan unos arreglos. Y también veo chicles pegados desde hace años, una moneda de 25 centavos que junto para el bondi, muchísimas clases diferentes de basura (de las reciclables y de las otras) y, cuando camino, miro hacia abajo cada vez que paso por enfrente de tu casa, no sea cosa que pise un regalito del Sultán.
Miro al frente y veo portafolios, carteras, paraguas, trajes de corte, tailleurs y remeras gastadas. Y también veo ambiciones en esos ojos frenéticos, frustraciones en esos otros cansados y locura en aquellos excitados. Veo hombros duros por el gimnasio y caídos, vencidos por la derrota; veo brazos que protegen la cintura de la criatura amada y otros que cargan el peso de la responsabilidad; veo manos que limpian con tenacidad y manos que piden con resignación y, cuando camino, miro al frente para que sepas que no tengo nada que ocultar.

TACTO
Las calles de la ciudad son ásperas: el asfalto es viejo y tiene algunos baches y aquellas que están hechas con cemento, ésas de color gris, algunas son lisas y otras no tanto y hacen que mis pies descalzos sangren y cuando eso pasa me paro en el césped, que es fresco y suave. Mi casa es una caja de cartón y está percudida de tanto sol y tanta lluvia, aunque ahora hace un tiempo que lo que me preocupa es el frío. A veces miro hacia fuera y pasa gente y la quiero tocar, sentir cómo se siente caminar erguido y que la ropa esté limpia y esponjosa. Y me gustaría sentir esa sensación de suavidad en la piel, esas telas raras para mí, ese roce casi simpático del sintético que genera estática y eriza los pelitos del antebrazo… Pero sé que el sólo pensar que yo los pueda tocar, con mi mugre y mis microbios, ya les da asco.
Y no puedo dejar de recordar que alguna vez mis manos cubiertas ahora de sabañones acariciaron tersas pieles de porcelana, cabelleras perfumadas y nalgas ansiosas de mujeres imposibles. Me empeño en rememorar esas curvas, esas humedades y no dejan de ser pasado, una piel ajena que nunca me perteneció, agónica seda y desesperado algodón. Esos recuerdos mueren de inmediato al sentir la cachetada de la helada matutina en la cara, como castigo por haberme atrevido a tocarlas y me contento con el saber que abajo mío tengo un par de ediciones de la sexta para que la tierra y el frío no se me colen entre el pantalón.

OIDO
Subiendo la cuesta de la avenida, sintió frío. Se abrazó a las solapas del sacón con las manos enguantadas pensando que aunque apurara el paso ya estaba llegando tarde a la oficina. De repente, una melodía apenas audible la sacudió. En realidad sacudió sus recuerdos. Aquel tema...
Se vio jovencísima, en un boliche con las paredes espejadas, una barra larga y generosa en tragos, un puente sobre la pista y unos mullidos y tentadores reservados al fondo del pasillo. Estaba bailando aferrada a la cintura de quien esa noche le haría conocer el amor, ese placer mezclado con dolor, ese cautiverio que te hace sentir libre.
Siguió caminando a pasos veloces, mirando atentamente la ventana por la cual había salido esa música. Al llegar a la esquina, se detuvo en el cordón de la vereda, esperando el rojo que detenga la marea motor y desata la marea humana. Frenó a su lado un taxi para finalizar el viaje de su pasajero; del estéreo salían unos ritmos conocidos...
Con los ojos abiertos, soñó con su abuelo, de chaleco raído, bigote amarillo por la nicotina y ojos entornados, abandonado al ritmo de una surera melancólica. Ella lo miraba desde la mesa del comedor, pensando en lo misterioso que parecía con la pipa en la boca.
Llegó agotada a la puerta de la oficina. Pero se sintió bien, reconfortada. Traspuso el umbral, fichó en el reloj con la tarjeta magnética y escuchó con una mueca en su rostro la música ambiental apenas distinguible del murmullo humano...

GUSTO
¿Cómo nos verán los antropólogos de acá a mil años? ¿Qué pensarán de nosotros cuando desentierren un celular, un posavasos, una tijera? Espero que cuando encuentren mi traje a rayas, no piensen que era un preso de verdad...
Si hoy quedara enterrada, por ejemplo, mi heladera, van a pensar que yo era un alcohólico: media botella de Gancia, una de vodka, dos latas de Speed, un fondito de fernet, dos botellas de cerveza y una de gaseosa. Van a pensar que no comía en mi casa nada sólido, más que un danette, un par de limones y un trozo viejo de queso de rallar.
Quizás, en su evolucionada mente crean, al encontrar el folleto de una pizzería con todo el listado de variedades, que el gobierno supremo nos obligaba a comer alternativamente una fugazzeta, luego una tres quesos, al otro día una de anchoas y para el fin de semana, una calabresa y una de jamón crudo y rúcula. Y para los feriados quedan las especiales (harán ellos sus presunciones), la de palmitos y una combinación de panceta, brócoli y espárragos. Y para los que no pagaran los impuestos al día, una mini ración de empanadas; si estaban en la moratoria, y eran vecinos de nombre, a lo sumo un calzone relleno o un plato de patitas de pollo rebozadas.
Y mejor que no abran el freezer, van a pensar cualquier cosa. Comida congelada, para hacer en el momento en el microondas; les parecerá una aberración, una especie de condena domiciliaria como castigo a mi intento de gobernar una ciudad virtual.
Hummm, me dio hambre. ¡Me voy a hacer unas hamburguesas con queso!

OLFATO
-Estoy muy cansada. Quisiera hoy un buen masaje y morirme hasta mañana. No, mejor por una semana. O vacaciones, pero me van a descontar los días. Mejor, desaparezco y digo, no sé, que se murió un pariente o que me abdujeron unos aliens exploradores. Y este idiota del 2º que se empeña en hacer bifes a la plancha a las 4 de la tarde... Mejor me voy a lo de la Pato a ver si sabe algo del primo. ¡Es que olía tan bien esa colonia (tengo que averiguar la marca, para regalarla) que tenía puesta! No es que fuera tan lindo, pero bueno, hay que pasar el invierno, dicen. Un buen baño me vendría bien, ponerme una loción fresca, algo relajante. Ese champú de ortigas que olvidó el último incauto es su mejor recuerdo, huele a verde, a pradera, porque lo que era él, ufff, olía a guerrero cobarde, a esclavo traidor, a letrina de baño público. Bueno, exagero, pero más o menos... Me tomo un taxi, todos huelen igual, a ese olor de desodorante de auto mezcla con desinfectante, algunos de limón, otros de pino, da igual, todos me ponen de mal humor. ¿Será que en verdad necesito un masaje? Menos mal que el taxista no intentó darme charla porque me tiraba del coche; le pagué con un billete sucio, me olí las manos y aún estaba ahí ese hedor de múltiples manos e inmundos bolsillos, gracias que traigo este gel antibacterial, que me quedó en el fondo de la cartera del invierno pasado, por lo de la gripe A. Me bajé y me asaltó un tufo rancio de cloacas y desagües, maldita sea, ¡quiero un mate! Y sin embargo, esta perra no está en la casa. Le dije que me esperara, qué clase de amiga es, la voy a llamar... No, mejor me meto en este salón de belleza, tal vez ese masaje deseado con cremas frescas y aromas suaves me despejen la mente y el cuerpo. Ah! Jazmines, arándanos, azahares… Me está agarrando una modorra, me duermo... ¡Qué placer!

SEXTO SENTIDO
Siempre me pareció una mancha en el vidrio de la ventana de la cocina, tal vez producto de varios años de ausencia del antigrasa. No le había dado demasiada importancia, nunca fui demasiado quisquilloso con la limpieza.
Con el devenir de la vida una mujer se afincó en casa y con ella se modificaron ciertos hábitos y se incorporaron elementos tecnológicos modernos: limpiador a gatillo y franela tipo balerina, entre otras maravillas.
Intentamos en repetidas oportunidades que el vidrio fuera transparente, como nos imaginamos que era recién salido del horno factoría, sin éxito. Es decir, realmente había estado sucio y ahora pasaba algo de luz pero habían quedado ciertos sectores más opacos que, vistos de un determinado ángulo, formaban un muy particular rostro barbudo, con ojos profundos de mirada sabia y melena a los hombros.
- No puede ser, es muy cliché- me dije sosteniendo el gatillo.
Y sin embargo, ahí estaba.
Mi mente racional se resignaba a reconocerlo, no podía creer en eso.
Pasaron unos meses y un buen día Laurita, mi sobrina, hizo añicos el vidrio de la cocina, esparciendo pedazos del simpático rostro por toda la mesada. Tras llanto, hipo y chupetín, paseo a la vidriería para reponer la pieza destrozada.
Y después de colocar el repuesto, ahí estaba otra vez, quizás más sonriente todavía e incluso me pareció que se había cortado el pelo y emparejado la barba.
Lo saludé y le convidé un mate.

SEXO SENTIDO
Fue una salida nocturna normal, en grupo. Vos estabas entre las chicas como una más y yo, concentrado manejando el auto; es difícil no cometer errores habiendo más de diez personas alegres y achispadas arriba del auto. Llegada la mañana, uno a uno los fuimos llevando a sus casas, quedamos vos y yo.
Enseguida fuimos para tu casa, no podía dejar de pensar en tu piel de porcelana por ser explorada, en tu suaves labios de deseada humedad, en tus pechos de mujer que prometían aventura.
Fuimos a la cocina con el pretexto de calentar agua para prepararte un té pero el saquito quedó allí, seco, colgando de la taza vacía. De golpe y sin preámbulos saciamos nuestro hambre comiendo directamente de los labios, parecía que no había ni un minuto que perder.
Al pasar el umbral de tu pieza, te fui deslizando la blusa por los hombros poniendo apenas un dedo bajo la tela dejando al descubierto tu pálida piel, salpicada de suaves pecas, sin dejar de ahogarme en tus ojos verde esmeralda. Despacio, bajé mi mano hacia tu cadera para liberarla de esos encajes que aún delicados, escondían un tesoro incalculable. Lentamente, la gravedad actuó sobre la ropa, arrojándola por toda la habitación, mientras yo me hundía y vos arqueabas la espalda apretándote contra mi. Fueron momentos de asombro, los dos vibrábamos juntos al son de nuestros movimientos, acompasados, coordinados. Todo fue ideal: los besos por mi espalda, las caricias sobre tu perfecta cola disfrutando ese pliegue, sorbiendo el aroma a mujer, el placer que nos arrebató, juntos.
La luz de la mañana empezó a filtrarse por la persiana, dibujando los amantes perfiles, develando una pequeña sonrisa en nuestros rostros.

3 comentarios:

  1. Son textos que publiqué por separado y ahora van todos juntos, como secuencia. Personajes diferentes, percibiendo el entorno de esta ciudad que cada día que pasa se nos torna alienada y distante.

    ResponderEliminar
  2. Ya ves. Yo pensé que estaban juntos desde su concepción. ¿Qué pensarán los antropólogos en mil años? Bueno, mil años es nada. Seguro pensarán que nada ha cambiado y que todo sigue igual.
    Por el otro lado, no pude no querer leer algo sobre el séptimo sentido, pero es de los Caballeros.
    Abrazos pues.

    ResponderEliminar
  3. Tenes razón, estaban concebidos juntos pero publicados por separado. Los cinco primeros, los sentidos más conocidos, jaja, los subí primero; al tiempo el sexto y el último como al año. Ahora los volví a subir pero todos de una vez.
    Abrazo!

    ResponderEliminar

Mesa de entrada: aqui se recepcionan las consultas, quejas, solicitudes y reclamos. Le daremos un número de legajo y... paciencia! Es municipal, vió?