martes, 23 de junio de 2020

LV, permiso para despegar

Hoy, aunque la noticia ya viene de hace unos días, me cayó la ficha. La vida tal como la conocía, las rutinas que había adquirido y ya no volveré a repetir, las horas que pasaba en esa oficina, los ratos que pasaba haciendo el mate, la ropa uniformada que me evitaba pensar en qué ponerme durante más de once años, todo eso ya no volverá. 
Escuchás de todo en estos momentos y la verdad es que yo prefiero quedarme con lo que mejor me hizo sentir, con lo que me hizo crecer como persona y como profesional. Me quedo con los momentos compartidos con mis compañeros (que a la larga conformamos una familia bastante disfuncional pero querible), me quedo con la excelente formación que me dieron, me quedo con la lealtad con que nos manejamos. Estoy seguro que otro grupo de trabajo como el que tuve será muy difícil de encontrar y conformar porque la calidad humana que allí había es muy rara de encontrar.
Reclamos hubo muchísimos y de toda índole pero ¿en qué trabajo no los hay? Que no mandaban a tiempo la información, que no tenía ni pies ni cabeza lo que decidían vender, que el procedimiento a comunicar era ineficiente o directamente inaplicable. Las pretensiones de la empresa hacían que nos miráramos entre sonrisas irónicas y aplausos sarcásticos; las misiones eran hercúleas y aún así no quedaron tan lejos. 
Pero ya está, no hay vuelta atrás. Lo decidido no se retracta. Y todos los que remamos alguna vez para que no se hunda a pique, hoy nos quedamos a pata mirando con lágrimas en los ojos cómo inexorablemente los sueños que juramos llevar a destino, las personas que prometimos cuidar, eso ya no será posible porque las puertas ya están en automático y ya no se volverán a abrir.

1 comentario:

  1. Bueno, Etienne, qué decirte. Así pasa con las nostalgias cuando están frescas. La felicidad pasada es una triste felicidad del presente. Y así nos movemos: entre brumas de lo que pudo ser y no fue y entre lo que fue y ya no es. Ánimo pues. Un abrazo.

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