jueves, 25 de enero de 2024

Las tardes de pueblo en verano de una época juvenil

Los padres, luego del almuerzo, inutilizados por el calor huyen hacia el interior de las casas buscando reparo en la siesta, dejando el camino libre a los hormonales jóvenes. En ese momento, era cuestión de agarrar una mochila, una toalla, la billetera y poco más para encarar el día. El calor sofoca y te hace desear que el parque municipal y sus piletas estén más cerca. La caminata bajo el sol de enero se hace larga; por eso hacer un par de paradas para buscar sombras protectoras nos parecen imprescindibles. Pasamos después por el kiosko a buscar cigarrillos, chicles y algunas galletitas para acompañar al mate y ahí nos encontramos con las chicas y quedamos en vernos después en la pileta grande, la que tiene los trampolines en el lugar donde siempre se sentaban. 

Prendimos un cigarrillo y nos subimos al fitito a dar un par de vueltas antes de entrar al parque. La pileta una tarde de verano es como una pasarela, una especie de muestrario en el que todos sacan pecho para sobresalir, mirar y ser mirado. Con suerte, las viejas chusmas te hacían un escaneo de cuerpo completo y al día siguiente salía publicado en primera plana; con un poco más de suerte no pasabas desapercibido. 
Pusimos el fitito en un lugar a la sombra, pasamos la revisación médica que consistía en sacarse las ojotas y abrir uno por uno los dedos de los pies para que la enfermera revise si había algún tipo de hongos. Una vez adentro, tirar las cosas a un costado y correr a tirarse al agua no tardaba mucho tiempo. Un par de anchos a la pileta y otro par de brazadas improvisadas como para refrescarse, sin dejar de mirar con disimulo.
Ya más frescos, las opciones eran un peleado encuentro de truco, un charlado mate o simplemente tirarse de espalda a tomar sol. El grupo se iba agrandando y buscando nuevos espacios de sombra para dejar las mochilas y extender las lonetas. El tiempo se escurría sin que nos diéramos cuenta, no sentíamos que fuera importante retener detalles, queríamos vivir todo junto, todas las vidas en un verano. Y teníamos todo el menú a la vista, cuerpos que poblaban nuestros sueños desfilaban al alcance de nuestros ojos.
Después de aplacar el sopor con reiterados chapuzones, y ya con el sol descendiendo hacia su refugio, la opción era ir a la confitería y pedir algo que acompañe la partida de pool, una gaseosa o tal vez una cerveza y los infaltables maníes en combo. También eran una posibilidad los helados de agua o los jugos congelados, en contraposición con los ardientes ojos miel de la chica que atendía y que parecía prometer el paraíso.
Al final de la tarde y ya con las sombras ocupando cada vez más la tierra, en solitario o en grupo todos volvían a sus casas, para prepararse para la noche...