miércoles, 15 de septiembre de 2021

Viento que traes esos papeles

Hay que ver al viento y su incapacidad de quedarse quieto siquiera un momento, eh. Todo el tiempo haciendo de las suyas; la suya es menearse de acá para allá, es llevar cosas de un lado a otro y sin permiso de sus dueños. Llenar los cordones de la vereda de hojas, los zaguanes de papeles, las cabelleras de enredos es cosa de esos días. Y así, encontrar en los rincones prendas huérfanas de piel, diarios con sus lectores amputados, dibujos reclamando a gritos que los terminen de pintar, papeles sin dueño que como último intento de ser leídos salen flameando y rebotan en la cara de los paseantes.

De pronto y sin motivo, empiezan a girar y se mezclan con hojas amarillas que con crujientes lamentos llaman implorantes que las vuelvan a alojar en una rama cualquiera de cualquier árbol, con tal de no estar a merced de ráfagas indescifrables de aire en movimiento. Pero no hay consuelo para esos papeles que reposan efímeros segundos en el piso para luego remontar vuelo en dirección al cielo, siguen buscando un dueño que los encarpete, que los lea y relea en ceremonioso silencio, cubriéndolos con una mirada protectora y no los deje bajo los caprichos del viento.

Y no hay redención para quien sin pensar escribe y arroja, sin sentir se arruga bajo la manta que se menea con violencia. Hay que ver al viento y su capacidad de llevar lejos esos papeles arrugados y aún así filosos, casi virulentos, buscan indiscretos remitentes que acusen recibo en este giro dramático de la brisa invernal.