viernes, 9 de noviembre de 2018

Sinceridad mortal

¿Querés saber por qué? Aunque no te guste la respuesta, ¿aún estás dispuesto a escucharla? ¿Y qué pretendés lograr con ella, una iluminación, una sabiduría superior?  En fin, no son cosas mías, puedo convivir con lo que soy, con lo que me moviliza. Lo disfruto, me produce una especie de placer mundano, una sensación omnipotente, un poderío infinito.
Todo el mundo hace esa pregunta, “¿Por qué?, ¿por qué?” y estoy convencido que es un poco por envidia y otro poco por morbosidad y no tanto por preocupación o civismo educado. He detectado en muchas miradas, y no es por provocarte pero también la vi en tus ojos, la profunda curiosidad que les provoca no saber lo que es tener el poder de decidir cuándo alguien exhalará el último suspiro.  No importa, están tan programados, tan embebidos de límites y prejuicios que no es posible que ocurra, no me preocuparía tanto. Lo que si te podría decir es lo interesante que resulta salir a la calle, pasear por las veredas, sentarse en bares anónimos y mirar, elegir de toda la manada quién podría ser un individuo ideal, entornar los ojos y decidir, éste si, aquél imposible, el de más allá queda en espera de otra oportunidad. La adrenalina fluye, las mejillas se me colorean, lo puedo sentir… Perdón, sé que esto no responde directamente pero tal vez estoy buscando que me entiendas. ¿Acaso la premeditación me hace un ser cruel? No sé, si le das a un ser lo que quiere, si lo que busca con insondable anhelo yo se lo proveo y lo eximo del peso de la culpa, de esa cosa ancestral que mamamos de pequeños que nos hace timoratos y débiles, no lo puedo ver como crueldad. Yo llegué a este negocio mucho por placer pero un poco por necesidad, y si llegó a ser rentable por alguna razón que escapa a mi entendimiento, bueno, eso lo explica todo, ¿no?.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Vida tomada

Entré sin pensar demasiado en lo que quería, simplemente empujé la puerta porque no había alternativa. Me equivoqué de lado y mi frente apenas se detuvo unos milímetros antes de golpear contra el vidrio laminado, cosas que pasan.
Él enseguida se acercó y me sostuvo la puerta abierta del lado correcto para que pudiera pasar y me preguntó si estaba bien, una cortesía rara avis hoy en día.
Ahí recién presté atención a sus ojos negros, una piscina de ébano absoluto, un mar de brea absorbente y pegajosa. Creo que me quedé con la boca abierta, no podría asegurarlo, hipnotizada por aquellas esferas azabaches que me miraban con genuina preocupación quizás evaluando si yo era peligrosa o no y si se justificaba llamar a la policía.
Me acompañó a su puesto, no recuerdo si era el 3 o el 5, no viene al caso, y me preguntó si quería un vaso de agua, un ratito para descansar o un profundo beso reparador. Bueno, esto último no me lo dijo, yo pensé que me lo diría es la verdad. Es que tal vez la adrenalina que me produjo el pseudo accidente me dejó sin reacción física pero con una hiperactividad mental que me dura hasta hoy todavía. De lo que pasó con él más vale no entrar en detalle, solo diré que activó terminales nerviosas en lugares irrisorios y desconocidos, para graficar en palabras lo bien que me hizo sentir. Pero pasado un tiempo y el encantamiento inicial, sus respuestas pretendidamente ingeniosas, sus miradas en silencio ya no me mostraban el mismo fuego, ya no me provocaban la misma devoción y pasaron a parecerme pretenciosas, una apariencia de cartón que se desarmaba ante mi cada vez más fría actitud.
Empecé a ver en mi cabeza más allá de lo visible y evidente. Auras profundas, palabras susurradas, sombras de movimientos aún no hechos, brisas provenientes de ningún lado, vértigos repentinos se me fueron presentando sin vergüenzas ni reparos. Yo los acepté como parte de lo que uno llama la vida, es decir, todos alguna vez tuvimos esas sensaciones de estar solos pero acompañados por alguna energía evanescente; de esas, una en particular era persistente y solía intervenir en los momentos menos oportunos haciendo que me sobresalte.
Hoy vivo sola, encerrada en mi departamento, rodeada de cosas que saltan de un mueble a otro, ropa que desfila en el pasillo y platos que estallan contra el piso para rearmarse al segundo siguiente. No me hacen nada, es verdad pero tampoco me dejan acercarme a la puerta.

viernes, 20 de julio de 2018

Tesis amistosa

Alguna vez leí: "Es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a escribir canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero". Quizás sea más complicado el proceso de pedir el dinero que la dedicatoria, sin embargo hoy cualquier pelagatos tiene dinero y no cualquiera posee los dones de la inspiración. Pero el autor se refería a otra cosa. Supongo que hablar de cualquier cosa, aún sin saber nada de ese tema es infinitamente más sencillo que arriesgarlo todo por alguien a quien es seguro que no volveremos a ver. Tal vez, pero lo importante es demostrarse a uno mismo que los amigos tienen ese lugarcito cerca de nuestro corazón (aún más cerca que la Tía Fabiana) y que no importa que Roberto Carlos tenga un millón, si lo que sirve en definitiva no es la cantidad sino la calidad. 
Y aún me animan tu pelo cortado como cepillo; tus ojos oscuros y hundidos; tu humildad en la opulencia. 
Y aún recuerdo tu mirada sincera; tus mates y esas facturas; tu compañía. 
Y aún sueño con tu llanto luego de desaprobar ese examen; con tus sabias palabras de joven. 
Y aún tengo presente tu incondicionalidad; tu humor ácido a veces, negro casi siempre, irónico todo el tiempo.
Y aún poseo porque nunca lo perdí, ese texto que inició todo.
Y aún creo firme, tozudamente, que ustedes son más hermanos todavía.

No es posible pensar que todas las personas que conocemos son nuestros amigos. Sin embargo se merecen una oportunidad. Tal vez no compartieron con nosotros el asalto a pedradas de la casa embrujada, la rateada frustrada que terminó con un profesor tomando café con nosotros o la construcción de esa choza en la terraza de tu casa, pero bien pueden ser partícipes de otros módicos episodios, puede ser compartir los nervios de un partido de cuartos de final o discutir acerca de los beneficios de hacer un crucero por las antillas. Eso lo deciden ustedes.

Y en la inmensidad de la vida, una isla en medio del camino que nos dé cobijo, sombra, un trago de agua y un abrazo cálido es imprescindible para no bajar los brazos.

Cuiden a sus amigos. No es una cuestión de supervivencia, es una cuestión de principios. Yo sé lo que les digo...

miércoles, 6 de junio de 2018

Punto final

Entre tanto ruido, un momento de silencio no viene nada mal.
Capaz que eso fue, solamente una pausa.
Lo miró de frente con el sol apenas rozándole la frente y aún así la respuesta no cambió. Mordisqueó nerviosa la patilla de sus lentes y bajó la vista, sabiendo que le tenía que mentir.
- No, no estoy con nadie -la respuesta salió dubitativa y poco creíble.
Como un punto final al que no le caben secuelas ni capítulos homenaje, por lo menos por ahora, él entendió que ese silencio por venir sería más que una pausa, un vacío eterno.
Aún en la discordancia de deseos, él amándola más allá de su propio confort y ella también pero con el futuro en otra dirección, estuvieron de acuerdo en que un café siempre los reunirá para contarse las novedades.
La puerta del bar se cerró con suavidad, el brazo neumático amortiguó el golpe. Él esperó a que ella se suba al taxi y allí en plena vereda céntrica, a modo de despedida, derramó una última lágrima.