domingo, 15 de junio de 2014

Ese día en que cambia tu vida

Todo brilla bajo el helado resplandor del sol invernal. Un rayo traspasa el ventanal, reposa sobre la espalda del sillón y termina desparramado bajo la pata de la mesa.
Adentro del living atestado de muebles la atmósfera es cálida y así debe ser. Varias mantas descansan sobre el baúl del living y en las camas de ambas habitaciones, uno nunca sabe dónde y cuando las necesitará tener a mano. También pequeños trozos de tela para enjugar cualquier efluvio encuentran asilo en bolsillos urgentes.
A pesar del paso del tiempo, aún siguen viniendo visitas; el ritual es básicamente el mismo: timbre, abrazos, felicitaciones, regalo, mate, charla varia, saludos y despedida. No podría decir que las disfruto, tampoco que me molestan pero a veces uno necesita (en la acepción más vital) de un poco de tranquilidad y silencio. Lo que mi heredera no podrá nunca reclamar es por la falta de presentes, eso no cabe la menor duda.
Todo lo que un padre pueda decir acerca de su vástago podrá ser (y con justa razón) tildado de parcial, el juicio nublado por cataratas de babas paternales impide hacer un despliegue honesto de características, subrayando las enormes capacidades que transformarán a nuestra hija en cualquier cosa sobresaliente que se nos ocurra e ignorando los ya de por sí inexistentes defectos. Los agudos gritos son interpretados como la afinación de una futura barítona (?), los intermitentes llantos pronostican a la sucesora de Andrea del Boca y los dedos largos auguran cualidades innatas para descollar tocando el piano. Toda ella está concebida para arrasar con los corazones humanos, sin distinción de género ni color, sus pestañas curvas hacen un aleteo hipnótico, sus brazos estilizados confeccionados para estrujar la cintura de su padre y sus infinitas piernas vadearán los océanos sin esfuerzo.
Atrás en el olvido quedarán las noches en vela, caminatas alrededor de la mesa aferrado a la esperanza de que sus ojos pronto encuentren descanso y mi cuerpo sosiego. Estas cosas no son más que detalles pintorescos de una relación que se fortalece con cada segundo que transcurre.
Si alguien alguna vez pudiera buscar y no encontrar una definición de belleza, que me llame sin dudar, una foto de Agustina será más que suficiente para simplificar el concepto.
Fuera, la fría noche se cierra haciendo de los transeúntes pequeñas fumarolas de vapor, la luna vigila espectante la ventana de aquel tercer piso, como queriendo compartir un pequeño momento con mi sol.

sábado, 7 de junio de 2014

Insanías inofensivas

Estoy seguro que todos, en una u otra medida cultivamos alguna excentricidad, en general inofensiva y casi siempre graciosa que pretendemos ocultar ante la mirada crítica de nuestros conocidos. Manías, hobbies, coleccionar objetos inútiles, rutinas, frases hechas y tener un alter ego en blogger, son las más comunes.
La mía (es decir, una de las mías) involucra a mucha gente inocente que ignora las causas de verse involucrada en este juego psicótico, aunque no tienen ninguna chance cierta de liberarse.
Se trata de imaginar y hacer un recorrido fijo, en un horario fijo. Todos los días, a la misma hora, caminar desde un punto a otro, siempre por el mismo lugar (no, esta no es la manía) para lograr tras un cierto tiempo la identificación de personas que realizan otro recorrido similar que les obliga a cruzarse conmigo de frente.
Y ahí, si. La idea es mirar a los ojos, fijamente. Al principio, con timidez, pues no sabemos si generará rechazo (onda, qué estás mirando pervertido?) y con el paso de los días, una vez que entro en confianza (es una forma de decir) empezar a transmitir emociones. Algunos días, el ceño fruncido, otros sonriendo, en general con cara de dormido. Y tratar de detectar qué piensa, qué siente, antes de que se sienta invadido/a y acosado/a y cambie el recorrido o renuncie a su trabajo o me pegue una soberana paliza.
No provoca rupturas, no genera soluciones a mis problemas, no me paga el alquiler. Me entretiene en ese trayecto, me ocupa.
Y me conecta.