jueves, 26 de enero de 2023

Control


Es que él sabía lo que le iba a decir, por eso me dejó hablar. Pensaba que nunca se cansaría de decirle lo que tenía que hacer. Era una costumbre de los primeros años en la universidad en donde lo que decía nunca era tenido en cuenta para nada y se terminaba haciendo lo que yo quería. Aunque era un poco su culpa también, ya que solía terminar dándome la razón, pero esa vez fue diferente. Martín miraba por la ventana y pensaba en que en ese momento su mamá estaría dándole una inyección a algún anciano en el hospital municipal, en que su amigo embalaría otra caja y que pase el que sigue y que Sabina terminaría exhausta su jornada de atención psicológica y que todo eso no era justo. Y más ahora en fechas festivas, diciembre lo ponía nervioso. Dio media vuelta y sin escuchar lo que le estaba diciendo, me interrumpió, indeciso. Acaso fue la primer muestra de rebeldía en su apacible vida, pero le sentó bien, le gustó. Supo también que sería la última vez que lo haría y que no lo extrañará nunca. No se puede pretender como propio algo que nunca nos perteneció, aunque por un momento sintió que no habría nada ni nadie en el mundo capaz de igualarlo si se decidiera.

Lo miré enojado porque nunca me escuchaba cuando le hablaba, le dije que todo era para mejorar, que cualquier cosa que hiciera, tenía que estar en control. Esa era la base de todo, tomar las propias decisiones. No podía ser, no era justo que su supervisor infringiera una y otra vez las reglas del juego y siempre a costa de él. Lo dejé reflexionando; me fui, ofendido y disgustado porque siempre hace lo que le parece, lo que me hace pensar que es inútil expresarle mis opiniones. Siempre era lo mismo cada vez que nos veíamos, se embarcaba en una descripción frenética de lo acontecido en el último tiempo, que bien podían ser dos días o dos meses. Y a uno siempre se le ocurrían miles de comentarios que él metódicamente ignoraba una y otra vez. Tal vez no quería perder el hilo del relato, o no le parecían pertinentes. No le modificaban el punto de vista final, que solía ser apocalíptico. 

Al otro día fue como siempre en forma más que puntual a su empleo que lo irritaba sobremanera, marcó el horario de entrada en su tarjeta en el reloj que estaba frente a la puerta de salida de emergencia, fue al camarín a cambiarse de ropa, ponerse la faja de seguridad y los botines punta de acero y se internó en el depósito de mercaderías pensando que ese día sería diferente. Control, control, se repetía una vez tras otra dentro de su cabeza, la palabra que era frase, que se hacía idea. Caminó unos metros hacia el fondo del depósito, era un galpón enorme con deficiente iluminación y atiborrado de mercancías y se ocultó con el firme propósito de empezar a controlar su vida, no sabía cómo pero lo haría. Y estaba en esos rumbos del pensamiento cuando se cruzó inesperadamente con su supervisor, Qué hace acá González, inquirió descortés el hombre a cargo, Nada, recién acabo de entrar y estoy revisando las tareas que hay que hacer, Pues entonces apúrese porque han llegado dos camiones, uno de artículos de limpieza y el otro de gaseosas que hay que descargar, dijo el encargado en forma desagradable. Martín deseó en ese instante tener el valor de tomarlo del cuello, apretarlo lenta pero firme, con las dos manos hechas puños, ver las sucesivas transformaciones que le deformaban el rostro en horribles muecas, los cambios de color y los sentimientos que variaban conforme el aire abandonaba los pulmones, sofocar los gemidos desesperados y mitigar los sonidos que rebotaban y se hacían eco al golpear los botines en el suelo de cemento alisado. Vio cómo la luz se apagaba de los ojos ya inexpresivos, aquellos ojos que lo habían hostigado por tanto tiempo ya no lo molestarían más. Esta recreación lo dejó agotado, le dolían las manos y los hombros e incluso le sangró la nariz, pero se sentía desahogado, liviano, con un confort que nacía en ese lugar que no se puede ubicar dentro del cuerpo y se expandía hacia todos lados, se le notaba en la forma de caminar, iba como flotando, no le costaba ningún esfuerzo trasladarse. Fue al baño a limpiarse, luego se aproximó al portón de acceso de la mercadería y con ayuda de la zorra, ese carro con accionar hidráulico que hay en todos los depósitos, comenzó a bajar pallets de los camiones y así estuvo todo el día, sin que nadie se metiera con él. Se sorprendió a sí mismo entusiasmado, eufórico, independiente; sí, era eso, se sentía libre, sin ataduras, sin compromisos. Se creía capaz de todo, y así lo siguió creyendo de camino a su casa. Desde atrás de las cajas de sidra y pan dulce que se colocarían la semana entrante, los párpados rígidos, abiertos del encargado confirmaban esa idea.

martes, 17 de enero de 2023

Hay gente, cosas, personas...

 Hay cosas y personas

que nunca son nada
que siempre serán parte
de nuestra vida pasada
que no olvidaremos
su compañía, su mirada
una de esas personas
sos vos niña querida.
No olvido tus labios
tus ojos, tus palabras
tu pose siempre altiva
la mala onda acababas
con tu suave sonrisa
que tu boca iluminaba
que me hacía delirar
cuando te miraba.

Hay personas y gente
que viven en soledad
aún siendo inteligentes
aún conociendo la Ciudad
no encuentran a nadie
no conocen la vanidad
no saben de la compañía
no creen en la amistad.
Así me siento yo
inundado de ansiedad
los ojos, las mejillas
invadidas de humedad
mi alma, mi corazón
llenos de necesidad
mi cuerpo, mi mente
necesitados de sinceridad.

Dónde te puedo hallar
nena dueña de mi amor
quiero tenerte aquí conmigo
quiero estar con vos;
te pido que vuelvas
contigo siempre estoy mejor
cuando estamos juntos
en el éter brilla el sol.
Hay gente y cosas
que quedarán en el corazón
hay personas que no precisan
pedir de los demás el perdón
hay gente que cree
que compró el mundo (como vos)
hay una cosa que me encanta
y es tener un tiempo con vos.

martes, 10 de enero de 2023

Momentos

 1- El café fuerte tomaba temperatura de a poco sobre la cocina a leña, una forma de calentarlo que le realza el sabor; el olor exquisito a pan casero se esparcía incluso hasta la planta alta donde dormían los demás. La casa ubicada en la esquina frente a la terminal de ómnibus despertaba de a poco de su letargo, unos armando sus bolsos, otros preparando el mate. Fueron unos día en que disfrutaron de la naturaleza. Ellos no se habían percatado de nada, absortos en la mirada del otro.


2- Por la ventana entraba un viento frío que venía del lago que helaba la cocina de la cabaña; ya se sentía en todo su esplendor el otoño cordillerano, en las mañanas frías de cielos despejados y árboles amarillentos. Ella lo miró, la espalda contra el edredón y los ojos cerrados. Se levantó lentamente, tratando de no hacer ruido, buscó sus cosas y sin saludar, salió en dirección al cerro. Es que no quería perderse la claridad del amanecer para captar esas imágenes que rebalsan de colores y no se logran con ninguna otra luz.

3- Ni bien ella entró en el salón, lo vio conversando con sus compañeros, enérgico y bien plantado, con ese aura de seguridad masculina que la dejaba muda. Buscó entremezclarse entre los corredores que animadamente comentaban la carrera, pero no hubo nada que hacer, él ya la había visto y caminaba en cámara lenta hacia ella. Se le paralizó el corazón, se le llenó el corazón de vergüenza y su rostro se puso rojo al instante.

lunes, 2 de enero de 2023

El llamado del amor

 Felipe de Quevedo y López marchaba solitario por entre el monte bajo que circunda el fabuloso castillo de Montagout.

 Cierto es que Felipe está casado con Margot, la hija del Conde; una joven capaz de cortarle la respiración a más de un valiente escudero. Cierto es que a Felipe, dueño de grandes feudos y una extraordinaria herencia que le fue legada por su padre, Soberano de Quevedo, reino que a su vez es gobernado por Lope de Quevedo y Sánchez, hermano mayor de Felipe, no le faltaban dinero ni joyas. Ése no era el problema que lo aquejaba y que lo mantenía en vela desde hacía tres noches.

 Hacía algún tiempo, Felipe, aún soltero, participó en una campaña contra los históricos, acérrimos rivales de Quevedo, los infames de Navarro. Allí, en la capital enemiga, durante su asedio y ocupación, el noble de Quevedo penetró en una catedral con el objetivo de revisar si quedaba algún soldado rebelde; en la nave central distinguió una silueta oscura que silenciosa y solitaria oraba con los brazos elevados al cielo pidiendo vaya a saber que favor personal. Felipe caminó hacia la figura y ésta, al escuchar sus pasos se levantó súbitamente del suelo y giró para enfrentar al noble quevediense. Felipe se encontró de frente con una joven de gran estatura y cuerpo esbelto, ojos tristes y cabello claro hasta la cintura. Su cuerpo estaba cubierto de una túnica larga y marrón; su primera reacción ante Felipe fue escapar corriendo pero luego, al observar la armadura y el escudo del noble, se detuvo. Felipe continuaba parado en el centro de la nave, mirando fijamente los pardos ojos de la joven doncella. Ésta, sin pronunciar una palabra, despojó al joven de sus atavíos de guerra y luego se quitó la túnica; su hermosura, digna de los dioses, deslumbró a Felipe. Luego de poseerse, allí en la catedral, la doncella se vistió con su manto y desapareció. En los días siguientes, ya conquistada la ciudad, Felipe retornó a la catedral con la esperanza de encontrarse nuevamente con aquella joven, la buscó en el mercado y en las pozas donde se lavaba la ropa; todo en vano pues ella no volvió a aparecer. Más tarde, las tropas se retiraron de Navarra y así Felipe perdió las esperanzas de encontrarla.

 Mucho después, conoció a Margot de Montagout y se casó con ella, luego de que sus padres arreglaran convenientemente el matrimonio para asegurarse el porvenir. Él, creyó ver entre los concurrentes aquél rostro de ojos pardos que le hizo conocer el verdadero amor, los vio desaparecer sin poder acercarse y creció aún más el desengaño en su corazón.

 El joven soldado quevediense no pudo encontrar solución a su problema entre sus pensamientos; caminó lentamente hacia sus armaduras y luego de tomarlas entre sus manos, las arrojó al foso que rodea el castillo. Luego, se despidió de su corcel que lo saludó con un triste relincho y pasando por el comedor y la sala del trono, se dirigió finalmente a su recámara. Tomó una de las dagas que allí resguardaba y miró sin consuelo hacia el horizonte.

 Jamás comprendieron el porqué de su muerte. Sólo hallaron su cuerpo sin vida, aferrado a la daga y envuelto en una túnica marrón, que brillaba tenue, persistentemente con un melancólico resplandor.