Iba con los ojos entornados, castigados suavemente por la claridad del sol de media tarde que entraba por la ventanilla del auto, y pensaba que no había casualidad en nada de lo que le pasa a las personas, que de todo se saca una enseñanza y está en uno aprovechar ese conocimiento extra que la vida se digna proveerte, y me dije que no estaba mal hacer lo que nos hace sentir bien y tratar de olvidar aquello que pesa en la conciencia y que enturbia los sueños.
viernes, 19 de noviembre de 2021
Desquite
viernes, 12 de noviembre de 2021
Como cada noche
La copa de champagne sobre el piano... Do, re, mi... Mi, fa, sol. Mis dedos se deslizan sobre las teclas con miedo, como si las acariciara, como te gusta acariciarme, dejando que cada nota llene el salón. Sol, la, si... De golpe, volteo la mirada y estás ahí, parada en la puerta, con tu vestido negro, que hace juego con tus ojos en la penumbra, y comenzás a acercarte lentamente hacia el medio de la sala... Hacia el piano... Hacia mí.
Bebo un último trago y descubro la flor en tu mano. Jugás con la rosa como si fuera un florete y te alejás del piano y vas contra la pared. Contra el espejo. Y comenzás a hacer figuras apoyada en la baranda mientras te reís y bailás al compás de las notas. Y te movés y saltás y gritás y te acercás y te alejás.
Volvés contra el espejo y no puedo adivinar tu reflejo. Desaparecés en la oscuridad y reaparecés a mis espaldas. Pasás tus brazos a través de mi cuello y depositás la rosa en la copa. Re, mi, sol, fa, la, la... Y cantás. E inundás el salón con tu voz maravillosa mientras te subís arriba del piano y finalizás tu acto. Agradecés al inexistente público sus sordos aplausos y te agachás frente a mí y me invitás a bailar.
Y nos perdemos en un tiempo de tango. Tu mano derecha en mi nuca... mi mano izquierda en tu cintura. Las dos restantes juntas, a la altura de nuestros cuellos, con los dedos entrecruzados. Y tus ojos en los míos y los míos en los tuyos. Silencio. Que nuestra música nos lleve. Dos pasos a la derecha y uno atrás. Y un intento de ocho que termina con nuestros cuerpos en el piso, riendo como dos chicos. Y me ayudás a levantarme y te acercás al piano nuevamente y tomás la rosa en tus labios.
Y tus ojos vuelven a los míos, y la melodía nos vuelve a dictar los pasos. Y te hago dar una vuelta y te caés, entre cansada y borracha. Y tus ojos quedan en el techo mientras vuelvo a acariciar las teclas, casi dejando escapar las notas de aquella canción que tanto te gustaba. Y musito en voz baja la letra.
Y vuelvo como cada noche a tomar el último trago de la copa, que ya no sabe a champagne ni a rosas, sino a sangre. Y vuelvo a mirar, como cada noche, a la derecha del piano y te veo tirada con la rosa clavada en tu pecho. Y tus ojos vuelven a mirarme, por más que yo los esquive, y de pronto tu fantasma comienza a elevarse y pasea por toda la sala, volando, pasando sobre el espejo, colándose dentro del piano, acercándome un sonido de violines desafinados. Y llevo mi mirada a mi mano, y el cuchillo todavía está sangrando. Y escucho a tu amante que corre y salta a través de la ventana, pidiéndome que respete su vida. Y tus ojos muertos que continúan mirándome, expresando tu incomprensión. Y volvés a pasar tus brazos a través de mi cuello y te vas alejando, como cada noche, a medida que la canción termina y la noche se muere. Y yo vuelvo a gritar como un loco.
Termina la canción, y las primeras luces del alba se filtran a través de la ventana. Y tu reflejo vuelve a estar ausente. Sólo queda la rosa en el piso, y tu promesa al oído, como cada vez... Y el enfermero que vuelve a entrar por la puerta y el salón que de golpe se convierte en una habitación acolchada. Y la aguja de la jeringa que nuevamente me induce a la oscuridad. Y siento que mi camisa me aprieta un poco más, produciéndome un leve dolor.
Y, como cada noche, saludo tu fantasma, prometiéndote lo mismo: hasta mañana por la noche, mi amor.