martes, 24 de octubre de 2023

Extraños sueños

Me desperté sobresaltado, pensando que había tenido un sueño. Tras un par de minutos, sentía de a poco ralentizarse el galopar de mi corazón. 
Miré alrededor mío y no pude reconocer la habitación en la que estaba; la usual oscuridad en la que suelo dormir no coincidía con la penumbra suburbana que se filtraba por la ventana. Incluso tenía el clarísimo recuerdo de haberme acostado solo, hecho que contrastaba contundentemente con el cuerpo atractivo y desnudo de la dama que yacía del lado izquierdo de la cama. Me levanté y busqué las ojotas que siempre dejaba al borde de la alfombra; no estaban. Caminé descalzo hasta la puerta y donde debería haber un pasillo había en cambio un bebesit colgando de un hueco en la pared, situación por demás extraña considerando que no he engendrado hijos. Ya un poco más nervioso, corrí a lo que supuse era la cocina (ya no reconocía ni mi propia casa) y me encontré con un espacioso ambiente, mitad comedor y mitad cocina y una pareja haciendo el amor desinhibidamente sobre el futón; no me preocupé, el material es lavable. De golpe, empecé a sofocarme. Una sensación de agobio, de ahogo me invadió de repente de forma insoportable, que me obligó a aferrarme la garganta con las dos manos (si piensan que eso soluciona algo, se equivocan) y a postrarme de rodillas. Los amantes ya no estaban en el sillón y en su lugar había un par de jóvenes jugando con la family game; ya no era mi casa sino la de mis padres. Arrodillado como estaba y ya con la mirada nublada me miré las manos, eran manos manchadas y arrugadas, como de un viejo. Lo último que recuerdo antes de desmayarme es la preocupación por no haber sacado la bolsa de residuos a tiempo para que la levantara el recolector.

Me desperté seguro de que había tenido un sueño.

miércoles, 11 de octubre de 2023

A contraluz

 Amanecer.


La suave brisa hacía mecer sin ritmo la tela transparente de la cortina que cubría su piel, acariciándola o separándose de ella en forma alternativa. A contraluz, se podía adivinar la tersura joven de sus besados pliegues. Como una hoja en el viento se movía sin ruido por el pasillo del departamento en dirección a la puerta. Atrás quedaba en desorden la habitación, las sábanas de algodón apenas húmedas yacían en el piso junto a una mano derecha.
La penumbra generada por la luz de la calle que ingresaba por las ventanas dejaba ver dos copas de champagne apenas vacías, un cenicero repleto junto a un par de papeles arrugados y un reguero de ropa esparcida por el suelo. Un olor picante que se ahogaba llegando a la cocina se mezclaba con el perfume de marcadas notas femeninas.
Apenas el crepúsculo matutino alargaba su agonía, el sol se hacía invasor de cada punto de sombra que la noche había regado por el suelo. Esa misma luz que teñía plácidamente de oro y sangre dejó al descubierto un solitario cuerpo, extenuado.
Su mirada no se detuvo en nada, al igual que sus pasos. Tomó sus zapatos que habían quedado junto a la mesita, las llaves del auto y el encendedor dorado y así, con su cabello suelto y su absoluto silencio abandonó la casa. 
La puerta se cerró sin pausa ni ruido.