martes, 16 de abril de 2013

Elegía de la lluvia


Siempre hubo en la lluvia algo que me llamaba la atención, que me provocaba inquietud y me hacía mirar hacia el horizonte buscando indicios de alguna nube. Cada vez que comenzaban a caer gotas del cielo, perlas que se destruyen al tocar el suelo, me provocaba mirar por la ventana cómo se formaban los charcos en la vereda, cómo corría el agua por el cordón de la vereda, arrastrando los papeles y las colillas de cigarrillos.
Las primeras gotas gigantes que golpean el hombro, la luz gris penumbrosa, las nubes violentas, el frío repentino y la humedad penetrante generan en mi imaginación agradables imágenes.
Hubo una sola vez que la temperatura me permitió quedarme bajo las gotas, sentir que se te humedece la cabeza, que empiezan las gotas a correr por la nuca y la espalda. La terraza se llenó de música, era año nuevo y el abundante brindis se diluyó con cantos desafinados bajo la lluvia.
Algunas cosas sólo ocurren cuando llueve. La intimidad arrullada, el juego de cartas, tal vez un tablero, un brindis de a dos, adquieren mayor relieve bajo el golpeteo de las gotas contra el cristal de la ventana.
Ahora que las nubes sólo sombrean tímidamente la bóveda celeste y se resisten a soltar su carga, me doy cuenta cuanto extraño la lluvia...

sábado, 6 de abril de 2013

Pequeños textos para la CD

1- La lluvia arreciaba con esa garúa ínfima que apenas se siente, de esa que se derrama sin pausa y por tanto tiempo que parece humedecer hasta los huesos. Bajo esa cortina líquida, con velocidad controlada y destino cierto, un auto se dejaba arrastrar por la potencia juvenil de su motor, llevando dentro ilusiones y ganas de descanso.

2- No es que quiera hacerlo, sino que me dejo llevar por lo que ocurre a mi alrededor. Si estoy en un grupo y vamos a comer una pizza, no veo ningún inconveniente en posponer mis ganas individuales de engullir un buen pollo al horno con papas fritas regado con un fresco merlot. Mi carácter conciliador me lleva a evitar cierto conflictos y someterme a los deseos ajenos.

3- Si la arena que el viento arrastraba hubiese sido marea alta, nos habría tapado hasta la nariz. Como una fina lámina dorada pasaba por sobre nuestros pies, brillaba tenue al rayo del sol y se posaba un poco más allá. Un momento después, animada por nuevos aires, reiniciaba su paseo rumbo al mar. A pesar de ello, los lobos marinos se mantenían estoicos bajo el sol de marzo con sus párpados entornados y sus aletas removiendo la arena en busca de frescura.

4- Del bordó más intenso pintado en la pared al dorado brillante de la arena marina, del fresco verde arbóreo al algodonoso gris de las nubes de tormenta. De todos esos colores se ha pintado este viaje, que el cuerpo agradeció y que la mente necesitaba. Y sin embargo, aún quisiera estar sin horario y sin obligaciones.