Esa noche no podía dormir. Trató de relajarse,
de dejar su mente en blanco, pero mientras más lo intentaba, más rumiaba ideas
que no alcanzaba a entender con exactitud.
Buscó un anotador y apoyó la punta de la birome sobre la hoja en blanco, como
si esperara a que las palabras emergieran por sí solas. Sin embargo no encontró
la manera para que la tinta azul trazara más allá de un punto. El cansancio la
invitaba a dormir. Se acomodó otra vez en la cama y apagó la luz. Pero cuando
sus ojos se cerraron su mente se llenó de imágenes confusas. ¿Eran recuerdos,
sueños o imaginación?
El ruido de la agujas del reloj despertador la irritaba, la aturdía. El zumbido
del vuelo de un mosquito la ponía en alerta. Daba vueltas enredando las sábanas
entre sus piernas. Presa del extraño presentimiento de que esa noche no iba a
ser una noche más, decidió prender la luz, sin imaginar lo que estaba por
suceder.
Por encima de su hombro alcanzó a ver el frenético movimiento de la birome azul
que hace un momento tenía en su mano sobre el bloc de hojas, las cuales unas
vez completas eran arrancadas y flotaban lentamente hasta depositarse en orden
en la bandeja de plástico negro donde apilaba fotos viejas, facturas impagas y
sobres cerrados de correspondencia que nunca leería. Las agujas del reloj,
giraban locamente, sin ritmo ni velocidad, un par de vueltas hacia un lado,
otro par de vueltas hacia el lado contrario, hecho que la hizo sentir
alternativamente cansada y con los párpados pesados y despierta y fresca,
liviana y lúcida. En ese momento, el mosquito aferró con sus patas la última
hoja y en vuelo rasante se lo colocó frente a su nariz para que lo pudiera
leer; ella se tomó un minuto para releerlo y asintió lentamente con la cabeza,
sin emitir sonido alguno.
De esa escena solamente
tuvo como recuerdo vívido una roncha en el hombro de una picadura de mosquito.
No quiso forzar más sus recuerdos, decidió dedicarse de lleno a la firma de sus
libros, recién salidos de la imprenta.