jueves, 21 de mayo de 2020

Todo tiende a cambiar

Como cambió la cosa, eh? La expresión es "cómo cambiaron los tiempos" pero a mi me da la impresión que han cambiado muchas más cosas. 
Miraba y releía algunas entradas de la primera y vieja etapa de este blog, donde el tono chistoso inocente, con alguna mínima idea mejoradora se mezclaba con pequeñas escenas cotidianas y, mas allá que las preocupaciones que reflejaba eran otras, lo que me llama más la atención es el cambio del registro, lo dicho entrelíneas, lo dado a entender. En aquellas épocas era más doméstico, más reducido el campo de análisis, digamos que una pequeña intendencia ficticia era todo el mundo disponible.
Más adelante en el tiempo, se dio espacio a los textos revisitados, una suerte de compendio propio donde los pensamientos volcados en lápiz y papel encontraban una nueva pantalla en blanco donde ser interpretados. Alli hubo de todo, escenas coloquiales y penosos intentos de relatos pseudo cuentos. El registro varió hacia lo incomprensible, lo muy personal y lo muy ficcional entremezclado como el germen de la realidad mejorada como género literario y otras pastillitas de fugaces ideas.
Y, de repente, hubieron profundos cambios. 
Lo que en algún momento podía ser atractivo a la lectura, hoy puede ocasionar hasta peleas sangrientas entre hermanos. Lo que nos regocijaba la vista y el intelecto, hoy es reprobable y merece ser tachado de los libros de arte, bajar los cuadros de los muros y defenestrar la psicología del artista, que se ve rebajado a psicótico o degenerado. 
Ya no puedo decir lo que pienso, o siento, o lo que me estimula o divierte, sin correr el riesgo de herir el orgullo o los ideales de mi interlocutor. Ya no se puede mantener una discusión sin que sobrevuele la incomprensión como epílogo ineludible.
Los cambios le dan dinamismo y evolución al creador. Primero idea, luego borrador, boceto y la obra de arte como resultado del aprendizaje. 
Pero pareciera que como masa social, los tiempos corren para el lado equivocado.

lunes, 4 de mayo de 2020

La ciudad en tiempos de pandemia

Ahora que la cuarentena está en su esperado último tramo, sobre la ciudad pesa un extraño silencio. A veces, un murmullo de brisa se cuela por entre las ramas de las acacias y los plátanos refrescando la vereda recién regada. Otras, un remolino de viento frío arrastra las hojas secas que dormían al reparo del cordón cuneta.
Una calle en la que normalmente es imposible encontrar un sitio para estacionar, ahora ofrece múltiples opciones; tampoco hay autos que quieran ocupar esos espacios vacíos. Sentado en un cantero donde se va quedando sin hojas un paraíso se puede disfrutar del silencio, tachonado en forma esporádica por algún taxi perdido o una moto que hace reparto a domicilio. Se echan de menos (o por lo menos se nota su ausencia) los golpes rítmicos de un bombo protestón, las frenadas desafinadas de los internos de la línea 18B y los graves de la música electrónica brotando de un exagerado auto modificado. Digamos que cuando la cuarentena termine ya no seremos los mismos, ya no desearemos lo mismo, tampoco apreciaremos lo que antes nos desvelaba y quizás el replanteo de prioridades llegue hasta aquello que pensamos era nuestro santo grial, bajándolo de su pedestal.
El silencio se esparce, se derrama por la ciudad, rebota en las vidrieras cerradas, descansa en la penumbra de un zaguán y se esconde en el fondo de un baldío.
Mientras tanto, los paseantes se mueven con las bocas ocultas moviendo con frenesí las piernas para llegar lo más pronto posible a destino, sintiendo que afuera están a merced de algo inasible, vulnerables a la tos y la fiebre. Angustiados, se aferran al sonido de sus propios pasos volviendo automáticos a cerrar el circuito. 
Una vez bajo techo, vuelven a apoyar la nariz contra el vidrio generando vapor y extrañando los días en que el picaporte era una simple forma mecánica de activar la puerta y no un potencial enemigo.