Ya sospechaba algo extraño, su forma de ser suspicaz, siempre cuestionadora, le hacía pensar y hacer intrincadas relaciones de cosas, pequeños detalles que en apariencia no tenían nada que ver que terminaban siendo parte de un gran complot.
martes, 24 de noviembre de 2020
Paranoia
lunes, 16 de noviembre de 2020
Lo que un amigo le dice a sus amigos
Cuando
el miedo te acorrale, te impida pensar fríamente y creas que no tenés salida,
acordate que tenés una oportunidad.
Cuando
la injusticia te agobie, te oprima con sus largos brazos y sientas que estás
solo, acordate que tenés una mano tendida.
Cuando
la soledad invada tu alegría, te encierre en un pozo y creas que nadie te
sacará, acordate que alguien siempre piensa en vos.
Cuando
tus problemas te superen y no sepas qué hacer con ellos y sientas que la
desesperación te invade, acordate que tenés otra chance.
Cuando
la desconfianza se apodere de tus sentidos y no puedas reconocer la sombra de
una mano amiga, acordate que alguien ya te la ofreció.
Cuando
la inmadurez ciegue tus ojos, te haga perder el rumbo y el cariño y la
confianza de tus seres queridos, acordate que hay mucho tiempo para ser
escuchado.
Cuando
la impulsividad comande tus actos, no te deje reflexionar y marches
alocadamente en tu vida, pará un segundo y acordate de tus amigos.
Cuando
la agresividad sea el común denominador en todo lo que hagas y te sientas
rechazado, acordate que la amistad no es racista.
Cuando
pierdas la calma, te desesperes, te sientas en medio de un páramo desconocido,
y no sepas hacia donde dirigirte, mirá en tu agenda de direcciones.
Cuando
el egoísmo te tienda una trampa, te tiente y no sepas cuál es la elección
correcta, acordate que tus amigos lo pudieron haber vivido.
Cuando
la indecisión te vende los ojos, los cubra de oscuras dudas y haga peligrar tu
seguridad, acordate que los amigos te pueden ayudar a sacarte la venda.
Cuando
la tristeza se apodere de vos, te llene los ojos de lágrimas y el alma de
penas, acordate que tus amigos te pueden prestar un hombro.
Cuando
el orgullo te haga decir cosas que no sentís y te lance contra las personas que
más querés, acordate que errar es humano.
Cuando
la mentira sea uno de tus recursos para lograr algo y pretenda convertirse en
tu aliado, acordate que tiene las patas cortas y es muy petisa para vos, no te
rebajes.
Cuando
la ingenuidad te quiera engañar como a un bebé y te quiera pasar por encima sin
respetar tu decisiones como persona, contá con un amigo para luchar.
Y
si la vida lo permite, cuando estés alegre, contento, con ganas de cantar, de
saltar, de emocionarte, de contar algo que te pasó, de pedir un consejo o
simplemente estar con alguien, ahí también acordate de tus amigos!
miércoles, 11 de noviembre de 2020
Te extrañamos vida.
Este texto sale a la luz en forma tardía, digamos fuera de timing, cuando ya la cuarentena y el distanciamiento social es más una norma que algo extraño. Ya no tiene la novedad del fenómeno recién iniciado, todos ya han hecho la catarsis correspondiente en los medios y redes sociales al alcance, han implosionado en el encierro, han descubierto sus talentos ocultos y se han filmado en clases virtuales y en llamadas más que en el resto de su vida anterior. Y yo todavía estoy empezando a disfrutar las ventajas de este reducido contacto personal. No tengo nada contra las personas, en serio, pero hay veces en que prefiero conversar con el perro o simplemente quedarme callado mirando por la ventana. Repito que no soy alérgico al contacto social, más bien diría que soy capaz de autoabastecerme el entretenimiento, de encontrar paz en la ausencia de charlas y de no sucumbir a la imagen que me devuelve el espejo.
Mi cotidianeidad de cuarentena comenzó en traer todo mi equipamiento laboral a casa; eso duró lo mismo que la posibilidad de la empresa de subsistir en esas condiciones. Cuando la voluntad de firmar el cheque a fin de mes caducó y el equipamiento fue devuelto, toda mi atención fue canalizada a la manutención de la estabilidad doméstica, el surtido de alacenas y que los retoños cumplimenten su conexión virtual a la educación del futuro o lo que es lo mismo, que no aprendan ni siquiera a retener la más simple de las operaciones ni a escribir una frase sin superar el límite máximo tolerable de treinta faltas de ortografía. Si hay algo que le debo agradecer al virus endemoniado que nos forzó a encerrarnos es la cantidad de tiempo que he pasado con mis hijas que el bendito horario comercial no me permitía. Igual, no quiere decir que me amen ya que como padre, soy un pésimo pedagogo.
La piel de las manos se me agrietó más de una vez. Los pulverizadores se multiplicaron al igual que los aerosoles que desinfectan casi todo. La nueva normalidad, sus nuevos productos y protocolos inundaron la rutina de todos con la intención de quedarse definitivamente en nuestra vida. Ya a esta altura han salido libros, charlas Ted, convenios entre gobierno, cursos y están pensando en inventar una vacuna para sacarnos de este sufrimiento. Y yo, lerdo, estoy haciendo ahora mi primera (y única, dirán ustedes) exposición a calzón quitado de nada en particular sobre esta pandemia.
Yo extraño la espontaneidad de la gente. Mirar a los ojos (por elección, no por obligación). Los abrazos apretados. No tener que sacar turno para todo. Pedir permiso para todo. Poder viajar sin restricciones a donde me alcance el mapa. Extraño respirar sin barbijo. Que me duela todo el cuerpo de jugar al fútbol. Apretar fuerte una mano extendida en saludo franco. Las palmadas de afecto en la espalda. Extraño la vida sin límites.
La extrañamos.