viernes, 16 de diciembre de 2022

Yo digo que no es un día cualquiera

 ¿Qué tiene de especial cumplir años? Un buen día tu madre estaba redonda como una pelota, pesada como collar de garrafas y al otro, cansada y transpirada, te sujetaba en sus brazos. Un día te arrastrás como babosa por el piso, ensuciando tu ropita y golpeándote y al otro andás corriendo por el patio ensuciando tu ropita y golpeándote. Un día tu compañía son las amigas de tu hermana y los Piluqui que te regaló el tío Nito y al otro tu compañía son esos compañeritos de jardín y la espada esculpida en madera de cajón de manzanas. Un día lo importante es poder abrazar las rodillas de tu madre y al otro te da vergüenza que tu madre te vaya a buscar a los asaltos a las once de la noche. Un día sos inimputable y todo lo que hacés es culpa de tus padres y al otro podés comerte perpetua (aunque sigue siendo culpa de ellos...). Un día soplar las velitas es algo inocente y significativo, incluso ideal para la foto y al otro es de doble sentido y más vale que no te saquen una foto haciéndolo (o peor, que te filmen y lo suban a YouTube). En la torta, las velitas con forma de números, se van sumando impiadosamente. Un día sos peatón y al otro un conductor; un día sos veinteañero y al otro, mejor ni hablar.

Si no fuera algo importante no habría horóscopos, no existirían las cartas astrales, ni los astrólogos, no importaría que los amigos y familiares, compañeros de trabajo y lamezuelas te llamen en este día. Tampoco importaría discurrir sobre este día si no me importara. Es decir, ¿qué tiene de especial este día para que alguien piense que uno debería pedir el día libre en el trabajo?. Me acuerdo una vez que en abierto desafío a mi papá, le dije que no iría al campo con él, con la excusa de cumplir años. No sirvió de mucho, no me hizo más sabio ni nada por el estilo. No es un día cualquiera. A veces podemos decir que no queremos cumplir años, que nos revienta el paso del tiempo, que nos resistimos al inexorable devenir de la vida. Otras veces, es una excusa para brindar y ahí, pedimos muchos más. Entonces, queremos más. Y yo quiero más. Quiero cumplir otro año más. Porque levantar esa copa y brindar frente al fuego de una vela es una señal de que estoy vivo, la verdadera señal de que todavía quedan cosas por hacer.

martes, 6 de diciembre de 2022

El círculo de la vida

 Te escuchaba llorar en la habitación contigua; un llanto apagado, contenido, como que no querías que esas lágrimas te delataran débil, conmocionada; después un breve silencio espeso, como si quisieras recomponerte y un chasquido seco de una cerradura.

Abriste la puerta, entró algo de claridad en la habitación. Empezaste a hablarme, con ese tono que tan bien te conocía, mezcla de amor incondicional y bronca, dejando escapar las palabras por entre los labios tensos. Hablaste de todo lo que pasamos juntos, las cosas buenas y las cosas malas, lo que nos unió en un principio y lo que nos había llevado al abismo más tarde. Hablaste de cómo nos había envenenado las malas intenciones de ciertas personas, de cómo pudimos ser mejores personas juntos en lugar de terminar discutiendo por pequeñeces, por el placer de pelear nada más, por ver empequeñecido al otro cuando tenía que ceder.
En ese momento quise hacer todas esas cosas que te debía, envolverte con mis brazos, darte confort, darte seguridad; besarte las mejillas para demostrarte que me importabas y los labios para demostrarte que te amaba.
De pronto un nuevo silencio, una pausa. Un suspiro resignado, profundo. Entonces dijiste:
- Estoy embarazada. Es tuyo. Fue aquella vez después de que herviste esos fideos horribles. ¿Te acordás?
Quizás, si en ese momento no hubiera entrado tu hermana para avisarte que ya era hora, te habría hecho notar mi alegría, de alguna manera. Pero mi funeral estaba por comenzar, tenías que estar allí para decir algunas palabras y mi cuerpo irreconocible, dentro del cajón, presidiría la ceremonia.

viernes, 2 de diciembre de 2022

En busca del paraíso perdido

Me siento muy cansada, como si hubiera llevado a upa un elefante todo el día. Me encantaría un buen masaje y morirme hasta mañana. No, mejor unas vacaciones por una semana a algún lugar tranquilo pero ya no me quedan días. Mejor, desaparezco y digo, no sé, que se murió un pariente que me me abdujeron unos aliens exploradores y no me importa que me descuenten los días. Y el idiota del vecino que se pone a taladrar la pared a las dos de la tarde, plena siesta. 

Mejor plan es ir a lo de la Pato a ver si sabe algo del primo. ¡Es que olía tan bien esa colonia (tengo que averiguar la marca, para regalarla) que tenía puesta! Es para pasar el invierno como dicen, porque lindo, no es. Y hablando de colonia, huelo a amazona después de una batalla, me vendría bien un baño y ponerme una loción o algo relajante. Ese champú de ortiga que se olvidó el último chongo es su mejor recuerdo, huele a chicle de menta porque lo que era él, ufff, olía a guerrero cobarde, a esclavo traidor, a letrina de baño público. Bueno, algo exagero pero más o menos... 

Me tomo un taxi y enseguida se me calza la cara de culo, es ese infame olor a pinito desinfectante que tienen todos que me pone de mal humor. Claramente necesito un masaje urgente. Menos mal que el taxista no intentó darme charla porque me tiraba del coche en movimiento. Le pagué con un billete inmundo, me olí las manos y aún estaba ahí ese hedor de múltiples pasamanos y sucios bolsillos; gracias que traigo este gel antibacterial que me quedó en el fondo de la cartera, por lo del maldito covid. 

Me bajé del auto y me asaltó un tufo rancio de cloacas y desagües, maldita sea, ¡quiero un mate! Y sin embargo, esta perra no está en su casa, pero si le dije que me esperara, qué clase de amiga es, la voy a llamar e insultar un rato... No, mejor me meto en este salón de belleza, tal vez ese masaje deseado con cremas frescas y lociones exóticas me despejen la mente y el cuerpo. Ah! Qué placer, aromas suaves de jazmines y azahar inundan el aire... Me está agarrando una modorra, me duermo...