miércoles, 26 de junio de 2013

Oscura, eterna noche

La noche fue oscura, navegando en la insensatez del pensamiento nublado, cegado. No tener noción del alcance de lo ocurrido generaba una cierta pesadumbre, un inquietante sentimiento de responsabilidad amputada. La soledad del pequeño cuarto era solo interrumpida por los haces de luz que penetraban desde los ventanucos rectangulares que coronaban las vacías paredes. Este vacío original cedió su lugar con el paso del tiempo y de los huéspedes, a voces sin redención que oyendo a los gritos de la rebeldía interna rayaban con lo que tenían a mano la pintura de color apagado que cubría el revoque calcáreo. Fechas, nombres, lugares, conformaban un inventario desordenado de almas trashumantes, culpables de vivir sin permiso, realizando promesas sin intención de cumplirlas. 
La pared que interrumpía el uniforme fondo de la habitación ocultaba a duras penas el hueco donde bullía el hedor de los desperdicios naturalmente humanos y servía de segundo capítulo para las peticiones desesperadas, inútiles súplicas sin sentido. 
El suelo frío, dudosamente hospitalario, recibió sin inmutarse el calor desamparado de mi cuerpo; me servía de compañía una manta y un colchón amistoso, recibiendo mis desvaríos solitarios, mis sueños caóticos, protegiendo mis ansias de libertad. El silencio agobiante es la peor de las características decorativas y el eco resultante de los errantes pensamientos bailan pesadamente en los mínimos metros cuadrados. El aislamiento es el peor castigo para los seres concebidos en sociedad. La imposibilidad de reconocerme en otro par de ojos me sumió en un estado de distancia intangible, de mutismo indolente, de terror oscuro. A través de la pesada puerta de impenetrable metal se suponía un mundo activo que continuaba girando, naciendo, desarrollando, muriendo. A ese mundo yo quería volver, quería pertenecer con poderoso deseo. Nunca más esta sórdida celda logrará seducirme.

sábado, 15 de junio de 2013

Energía de paso

Ocurrió apenas en la madrugada, justo antes de que el sol arañe el horizonte. Estaba por levantarme para ir al trabajo, rutina de todos los días, esperando que el despertador quiebre la quietud matutina. Con los ojos entrecerrados me quité las sábanas de encima, a regañadientes, junté los tobillos y doblé las piernas para bajarlas al piso; el frío del porcelanato me indicó que estaba aún lejos del calefactor. Caminé a tientas por el pasillo en dirección a la puerta del baño, la intenté empujar con la palma de la mano cuando sentí que la planta del pie me quería decir algo. Primero la obvia humedad, quizás una canilla abierta habría derramado gotas durante la noche. Me orienté en la oscuridad, caminé despacio hasta la cocina y ya con los dos pies mojados sentí de golpe el impacto. 
Extraño.
En simultáneo, mi cuerpo empezó a sacudirse, las uñas de los pies saltaron como maíz pisingallo en erupción,  comenzó a sentirse olor a cabello quemado, mis pezones rozaban la seda del camisón hasta que ardiendo, la traspasaron; mis manos se sacudían como extrañas banderas al viento, las articulaciones se oscurecieron, pasando del bordó al negro en cuestión de segundos.
Pero mi mente seguía lúcida, no sentía dolor. Durante todo el tiempo que duró mi perecer pensé qué extraño que es esto de morir. Veía mi envase carnal sufrir todo tipo de alteraciones, la ínfima tela que lo recubría en jirones, la heladera abierta y chorreando agua y aún así pude hacer un íntimo recuento de tesoros y dejarlos ir. Y tampoco fue así, me di cuenta que en el instante en que mi cabeza golpeara la pared del living, producto del impacto eléctrico que mi energía saltaría a otra instancia superior, que ese poder que moviliza mi carne no se apagaría con el cortocircuito.
Sorprendida por el golpeteo atronador del corazón en mi pecho me desperté.

viernes, 7 de junio de 2013

Punto de vista

En tanto que la ciudad se empeñe en repetir
en modalidad de cinta sinfín
todos esos oscuros, pérfidos defectos
que hacen a su maltrecha naturaleza;
en tanto que ella me ignore con voluntariosa actitud
y no deje ni un mínimo espacio a mi expresión
de nada en general y de todo mi particular;
en tanto que aquellos que habitamos esta ciudad
no volemos los prejuicios, no dinamitemos los miedos,
no erradiquemos al virus del menosprecio,
en tanto nos sigamos manejando con hipocresía
a la hora de llenar el sobre con nuestra opinión,
en tanto sigamos siendo prisioneros,
seguiremos pagando deudas que no disfrutamos,
comprando comestibles que no alimentan
y votando representantes políticos que no nos representan,
que no trabajan para el pueblo.