Sexo sentido
Fue una salida nocturna normal, en grupo. Vos estabas entre las chicas como una más y yo, concentrado manejando el auto; es difícil no cometer errores habiendo más de diez personas alegres y achispadas arriba del auto. Llegada la mañana, uno a uno los fuimos llevando a sus casas, quedamos vos y yo.
Enseguida fuimos para tu casa, no podía dejar de pensar en tu piel de porcelana por ser explorada, en tu suaves labios de deseada humedad, en tus pechos de mujer que prometían aventura.
Fuimos a la cocina con el pretexto de calentar agua para prepararte un té pero el saquito quedó allí, seco, colgando de la taza vacía. De golpe y sin preámbulos saciamos nuestro hambre comiendo directamente de los labios, parecía que no había ni un minuto que perder.
Al pasar el umbral de tu pieza, te fui deslizando la blusa por los hombros poniendo apenas un dedo bajo la tela dejando al descubierto tu pálida piel, salpicada de suaves pecas, sin dejar de ahogarme en tus ojos verde esmeralda. Despacio, bajé mi mano hacia tu cadera para liberarla de esos encajes que aún delicados, escondían un tesoro incalculable. Lentamente, la gravedad actuó sobre la ropa, arrojándola por toda la habitación, mientras yo me hundía y vos arqueabas la espalda apretándote contra mi. Fueron momentos de asombro, los dos vibrábamos juntos al son de nuestros movimientos, acompasados, coordinados. Todo fue ideal: los besos por mi espalda, las caricias sobre tu perfecta cola disfrutando ese pliegue, sorbiendo el aroma a mujer, el placer que nos arrebató, juntos.
La luz de la mañana empezó a filtrarse por la persiana, dibujando los amantes perfiles, develando una pequeña sonrisa en nuestros rostros.
Nunca más volvimos a hablar de esto, los amigos no hacen estas cosas.
Secuela de estos textos, para aquellos que no lo recuerdan o no los leyeron: