Podés estar saltando, gritando fuerte, llorando a mares, riendo a carcajadas; tal vez nadando en aquel tanque, pasándola bien, pescando en un lago del sur, creando arte, trabajando a destajo. Pudiste estar haciendo cualquiera de esas cosas y lo seguís haciendo en la imagen que hoy reposa frente a mis ojos.
Podés estar simplemente mirando el lente de mi cámara para quedar impreso para siempre. Y eso te transporta, inmutable y raudo, del pasado que te albergó a este presente lejano en que te recuerdo.
En
su naturaleza de evocar en quietud insoslayable la fotografía crea
movimiento, imagina aromas, supone sonidos, piensa cosas nuevas, dice
otras palabras. En ese poder de inmovilizar tu gesto, de aquietar la tormenta que se agitaba en nosotros, transporta el escenario, recrea e incluso mejora nuestra evidente impericia para sobrellevar ese momento.
Una fotografía cualquiera es un puente
al pasado, otorgándole inobjetable realidad, es un recordatorio de
implacable precisión, es un baúl de recuerdos donde reposan las imágenes
que nuestra memoria creyó haber olvidado.