sábado, 25 de mayo de 2013

Fin de semana

El domingo es un día muy extraño. Yo sé que está destinado a mi descanso, a que libere mis ideas de hacer reventar este mundo desde ya condenado, a que mi cuerpo recupere esas energías encapsuladas en las moléculas de ATP que son tan necesarias para que haga bien mi trabajo, a que comparta tiempo de calidad con mi familia y todo eso que la sociedad hace los días domingos.
El fin de semana es un par de días muy extraño. Aunque debería ser cobijo de los días más relajados, informales, tranquilos, en lugar de eso lo encuentro rutinario, repetitivo. Siempre lo mismo, no hay variación y eso no hace más que agotarme, hace que prefiera estar en otra parte, en otro momento.
Un domingo cualquiera decidí que no caería en el círculo vicioso de siempre, me levanté temprano, inflé las cubiertas de la bicicleta y salí rumbo a ningún lado. Guardaba la esperanza de que algo fuera de lo normal ocurriera. A las dos cuadras la goma delantera dejó su vida útil con un estallido seco y definitivo. Volví a casa, dejé los restos ciclistas tirados en el patio y pensé en buscar un cómplice. El teléfono sonó en siete casas diferentes y las respuestas que obtuve (tres que se dignaron levantar el tubo) fueron horripilantemente similares.
Extraño día el domingo. Hace como dos años, un día de esos (un domingo, claro) se nos ocurrió hacer un mini paseo a la laguna, hacer un bife al disco y descansar con un grupo de amigos. El proyecto, obvio, no pasó de una idea. El carnicero no nos pudo cortar dos miserables kilos de bife de paleta y el motor de la lancha se sumó al clima de descanso dominguero y no arrancó. Terminamos cediendo a la monotonía de lo de siempre, dormir la siesta y sumarse al circuito del parque al centro y vuelta otra vez al parque.
En un momento se me había ocurrido que tal vez estábamos encerrados como Truman en Sea Heaven, pero días como un lunes o un jueves nos permiten viajar hasta Espartillar o Buenos Aires. Pareciera que el campo de fuerza influye sólo esos días, es más una limitación de actitud que física.
Ni siquiera se podía trabajar, para hacer algo fuera de agenda. Sabido es que cuando se empieza cualquier tarea, siempre falta algo y los negocios que lo venden, los domingos cierran todo el día.
Los demás días de la semana no tienen nada de particular. Cada día se diferencia de los demás días comunes por lo que generan en la gente: lunes, cansancio, desprecio; martes, rabia, fatiga; miércoles, esperanza; jueves, agotamiento, ilusión; viernes, alegría, alivio. Adquieren características distintivas cuando se los relaciona con algún evento, nacimientos y cumpleaños, obtención de algún logro académico y cosas similares pero que seguro sucedieron en otro día. Yo nací un viernes y festejo mi cumpleaños cada vez que puedo (aunque nunca lo hice un domingo)
En el fin de semana ocurren cosas inesperadas. Ese domingo me encontré con un viejo, tendría más de setenta años (y se le notaba); me preguntó una tontería para entablar conversación y luego, sin transición, se despachó con un monólogo sobre lo pésima que era la vida, lo mal que le había ido, que lo habían traicionado, maltratado, etcétera. Al otro día, pobre abuelo, se enteró que se había sacado la lotería, se embarcó en un crucero al caribe, se pasó de caipirinhas y lo terminaron enterrando en Bombinhas (todo ocurrió en sucesivos domingos).
También un domingo te conocí y un domingo confirmamos que éramos el uno para el otro, aunque yo insisto en que fue sábado, nada más que para salir del molde, para no encerrarme en este irritante esquema que no es mío.
Hoy es viernes y por eso puedo pensar estas ideas. Si hubiera sido fin de semana, creo que la computadora habría explotado, no encendido o yo no habría escrito más que pelotudeces. ¿Hoy es viernes?

sábado, 11 de mayo de 2013

Atlas invisible de la Ciudad (apéndice)


En continuación al primer capítulo publicado hace unos días, se hace conocer esta ampliación del atlas con el mismo ánimo de mostrar y describir, sin otra intención que satisfacer la curiosidad del lector. No hay construcciones megalíticas ni enormes desarrollos de ingeniería ni siquiera récords de ningún tipo.
Repetimos la rápida mirada que simulamos darle a la primer parte de este atlas confeccionado sin criterio ni orden. Nadie volverá a pretender impresionarse por lo que a continuación se enumere, no se enjuiciará ni se adjetivará a las masas indiferentes acerca de los pequeños horrores que acá se describan, que serán aquellos que fueron dejados de lado (por algo habrá sido...) en la primera parte.

La Fuente de la Juventud
Hay en pleno centro de la Ciudad una fuente confeccionada especialmente para un evento particular, con aires de pretendida solemnidad y vanguardia artística. Dicen las lenguas vivas que aquél que beba un sorbito del agua que circula por sus cañerías en la madrugada del día de su cumpleaños por veintidós años seguidos tendrá asegurada la juventud eterna.
El ejemplo mentado cada vez que se hablaba de esta fuente era el del mismísimo artista que la diseñó, hasta el año pasado en que falleció en un accidente de tránsito, situación imposible de adjudicar a la ineficacia de los tragos ingeridos.

La Cancha de los Meniscos Perdidos
En la zona oeste ocupa una considerable extensión una cancha que pretendía ser modelo de instalación y lujo y en pretensiones se ha quedado. Ya no crece el verde césped, el suelo que otrora era fértil y promisorio hoy es árido e inhóspito. Enterrados entre los cantos rodados han encontrado reposo miles de meniscos arrebatados de rodillas elegantes, ligamentos cruzados de articulaciones esquivas y tobillos veloces.
Si bien la capacidad atlética de los exponentes deportivos de la Ciudad es mínimamente cuestionable, esta puede ser la causa de la ausencia de escuadras representativas en cualquier deporte en la primer plana del escenario nacional. Excusas livianas para una realidad oscura.

El Hotel de los Divorciados
Es como si las instalaciones hubieran sido construidas para albergar solos, no hay sonidos de amor, no hay dos personas caminando lado a lado ya que los pasillos son angostos y las paredes ásperas, las escaleras son como túneles y los ascensores no pueden ser ocupados por más de una persona (o por lo menos no superar los 80 kilos).
Allí viven los varones que han sufrido la crisis de los 40 y los pescaron con una de 22, también aquellas señoras estiradas que han dilapidado fortunas familiares en cirugías en busca de mantener intacta la belleza y solterones y solteronas que han hecho del celibato una vida normal.
Por supuesto, el portero es mal hablado, irrespetuoso y prepotente. Y divorciado. Tres veces.

Podría incurrir en repeticiones o invenciones de dudoso origen para decorar este humilde, paupérrimo atlas pero en definitiva las malformaciones urbanas son las que definen a la Ciudad y así lo toleraremos, sometidos a la incuestionable realidad.


domingo, 5 de mayo de 2013

Atlas invisible de la Ciudad


Aunque un simple mapa, con su tendencia a abusar de la exactitud podría indicar ciertas características de un lugar, no es posible percibir esas otras cosas interesantes que solo se pueden descubrir estando allí. La Ciudad tiene calles sin salida, edificios notables, avenidas iluminadas y plazas espaciosas. También tiene plazoletas traicioneras, bulevares infernales poblados de conductores veloces, rotondas malévolas y casas invadidas de espíritus. 
De una rápida mirada a un atlas confeccionado sin criterio ni orden podríamos ver ciertas joyas que más nos espantarían por lo ridículas que por lo horrorosas. Nadie quedará impresionado por lo que a continuación se enumere, no se emitirán juicios ni se adjetivará para evitar que las masas susceptibles se espanten.

El Mirador o el Hotel al aire libre.
De día es un lugar adorable, con un pequeño muro de piedra redonda que demarca hasta donde debería la gente adentrarse siguiendo la línea de la barda. De allí se posee una vista increíble que abarca muchos kilómetros, incluso se puede ver otra provincia. Familias se acercan a disfrutar del espacio libre, grupos de amigos comparten termos interminables de mates y las bicicletas le dan movimiento aleatorio. Al anochecer se reemplaza esta imagen por una fila interminable de vehículos que se parapetan uno contra otro, que se mecen rítmicamente prometiéndose sus ocupantes amor eterno o por lo menos diez minutos de apresurado placer.

El Cajero del Reality.
Los cajeros automáticos deberían ser cubículos cómodos, iluminados por dentro con un pequeño estante para apoyar las cosas que uno lleva en la mano e incluso un gancho para que las damas cuelguen allí sus carteras o los caballeros sus gabanes y por sobre todas las cosas que no se pueda ver desde la calle que alguien está allí dentro. Existe un cajero sobre la avenida principal que es lo opuesto a todo esto, tiene una vidriera que le otorga al comensal de la heladería de enfrente disfrutar del placer de ver al cliente marcar su código de seguridad. Tengo la sospecha que la cámara instalada es más para espiar que para vigilar.

La Plaza Magnética.
Cada vez que tomes un colectivo o incluso un taxi en cualquier lugar de la ciudad y cualquiera sea tu destino el recorrido pasará por la plaza Italia. Es un pequeño espacio verde en el cruce de las calles Ushuaia y Ameghino y todos los que tienen que ir a la universidad, terminal, mercado de frutos, centro comercial o cabaret pasarán por allí. Es un vórtex vehicular, un remolino que atrae a los coches como la miel a las moscas, aunque es inoperante para las bicicletas y patinetas y apenas medible para los peatones.

Si hubiera más lugar se consignarían otros sitios de interés tales como La Fuente de la Juventud, La Cancha de los Meniscos Perdidos y El Hotel de los Divorciados pero ya es suficiente por hoy.