lunes, 10 de agosto de 2020

Aquellas tardes

Las tardes de verano en el pueblo eran de lo mejor que mi memoria guardaría. Los padres inutilizados por el calor huyen hacia el interior de las casas buscando reparo en la siesta, dejando el camino libre a los hormonales adolescentes. Ni bien el almuerzo acaba, es cuestión de agarrar una mochila, una toalla, la billetera y poco más para encarar el día. El calor sofoca y te hace desear que el parque municipal y sus piletas estén más cerca. La caminata bajo el sol de enero se hace larga; por eso hacer un par de paradas para buscar sombras protectoras nos parece imprescindible. Pasamos después por el kiosko a buscar cigarrillos, chicles y algunas galletitas para acompañar al mate y ahí nos encontramos con Euge, Gaby y quedamos en vernos después en la pileta grande, donde siempre se sentaban. 
Prendimos un cigarrillo y nos subimos al fitito a dar un par de vueltas antes de entrar al parque. La pileta una tarde de verano es como una pasarela, una especie de muestrario en el que todos sacan pecho para sobresalir, mirar y ser mirado. Con suerte, las viejas chusmas te hacían un escaneo de cuerpo completo y al día siguiente salía publicado en primera plana; con un poco más de suerte no pasabas desapercibido. 
Pusimos el fitito en un lugar a la sombra, pasamos la revisación médica que consistía en sacarse las ojotas y abrir uno por uno los dedos de los pies para que la enfermera revise si había algún tipo de hongos. Una vez adentro, tirar las cosas a un costado y correr a tirarse al agua no tardaba mucho tiempo. Un par de anchos a la pileta y otro par de brazadas improvisadas como para refrescarse, sin dejar de mirar con disimulo. Salir de la pileta con los pies mojados siempre fue peligroso, el riesgo de un vergonzoso resbalón está presente y los pasos deben ser firmes y sin dudas; caerse era descender en la escala social, si eso fuera posible, además de ganarse un moretón o incluso algo peor.
Ya más frescos, las opciones eran un peleado encuentro de truco, un charlado mate o simplemente tirarse de espalda a tomar sol. Y nunca dejábamos de mirar.

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