martes, 6 de junio de 2023

Desaparecer

En el aula siempre estuvo entre los del fondo, aunque nunca molestó a nadie. Lo más cerca que estuvo de una amonestación fue en una ocasión en que por su naturaleza haragana, por no caminar tres pasos hasta el pizarrón, arrojó el borrador con muy mala puntería (o muy buena), y partió un vidrio que estaba al costado del escritorio. Eso y las consideradas malas compañías le aseguraron una reputación exagerada, insospechada en el colegio (y en su casa). El clima, frío en invierno y húmedo y cálido en verano, desarrollaron en los pulmones de Joaquín un asma crónico que sólo lo molestaba cuando se excedía con la noche o en situaciones amorosas al aire libre. Además trabajaba en algunas changas con el padre o algún conocido que le ofrecía ser ayudante de albañil o pintor, pequeños ingresos que le permitieron en dos años y medio de dedicación armar un Renault Gordini para darle a su travesía nocturna un toque de distinción. Alto, pelo ordenadamente despeinado, campera de jeans gastada casi hasta lo imposible, caminaba por el boulevard a las siete de la tarde, con esa media luz entre penumbra y enceguecedora, típica del atardecer otoñal. Las vidrieras de los comercios le llamaron la atención; se quedó mirando una remera que le calzaría de maravillas a su guardarropa. Su mente estaba en otro lugar, pensaba en ella, ella que se fue sin decirle mucho, tomó el tren y no miró atrás. Prefería pensar que era para que no la viera llorar. Había sido muy importante en su vida como las madres lo suelen ser y ahora se encontraba solo, a la deriva. Metió las manos en los bolsillos, muy al fondo y enfundado tras el escudo de los lentes oscuros caminó hasta la esquina. No te encariñes demasiado con nada, pues todo es pasajero. Nada queda, todo sigue de largo. En la vida no tenés a nadie más que a vos mismo, se decía y el corazón se le comprimía contra las costillas. Arrastrando los pies, cruzó la avenida culpándose de su partida. Algo no había hecho bien, en algo había fallado, él no encontraba motivos para justificarlo y por eso creía que se debía a él que ella no hubiera dudado en tomar esa decisión. Sus amigos lo esperaban frente a la fuente para ir al parque. Los últimos calorcitos empujaban a la gente a aprovechar el verde profundo para charlar y tomar unos mates. Su apatía no desapareció al unirse al grupo y cobijarse en el eléctrico afecto adolescente; en silencio repasaba los momentos que había compartido con ella, agonizando con cada imagen. Los ojos vidriosos velados en su ausencia esquivaban miradas llenas de preguntas de los chicos. No iba a permitir que el olvido invadiera su recuerdo, mientras miraba en dirección a la estación. Los proyectos para el fin de semana, conseguir algo de plata para salir y con quién se iban a encontrar eran temas que llenaban la conversación caprichosa y sin orden. Nada de eso le interesaba, su rostro juvenil estaba teñido de sombras, una oscura tormenta interna le enfriaba la piel y alimentaba su retraimiento. El lejano sonido de una formación del ferrocarril le llegó como una descarga eléctrica, una señal inconfundible entre la bruma. Balbuceó una excusa, que tenía que ir a ver a su hermana por un asunto familiar, rechazó la oferta de compañía de uno de los chicos, y lentamente y con la mirada baja fue dejando el parque. En el momento en que pasaba por sobre el puente, una sucesión de imágenes conocidas se le presentaron como en una película dentro de su cabeza y le generaron incomodidad; entreveía una historia que nunca le contaron, que nadie quiso recuperar del pasado, de la cual él nunca hizo muchas preguntas ni a su padre ni a su hermana. Adivinaba silencios, aquellas reacciones se le hicieron más justificadas, veía las piezas del rompecabezas ubicarse lenta pero consistentemente. Furioso porque lo habían obligado a permanecer al costado de su propia vida aceleró el paso y llegó en cuestión de nada al cruce con la avenida de circunvalación. Que en su momento lo hayan marginado, bueno eso ahora no tenía remedio, pero que no le hayan dado la oportunidad de emitir su propio juicio, de escuchar de su boca lo que había pasado, eso lo ponía de muy mal humor. Se sintió invadido por una profunda soledad, desamparado. En la vida no tenés a nadie, se repetía, ya casi en un murmullo. Ni siquiera a mí mismo.

En ese instante, el pitido de la locomotora se hizo continuo y melancólico. La hermana de Joaquín sintió de pronto la ansiedad de aquellos que pierden algo importante.