Entraba al gimnasio, dejaba su mochila en un locker, sacaba la toalla de mano y se lanzaba ciegamente a cumplir con su rutina: al principio con la planilla en la mano, estudiando los ejercicios, calculando los pesos y dosificando las repeticiones y más tarde, tal vez en el transcurso de la segunda semana, ya más confiado y de memoria, se deslizaba entre las máquinas como si fuera de la casa.
martes, 29 de septiembre de 2020
La imaginación al poder (fantasía en el gimnasio)
martes, 8 de septiembre de 2020
En todas las ciudades hay veredas rotas
Siempre supe que esa niña me rompería el corazón.
Buscándola, me pasaba todo el día yendo al parque o rondando el centro a la tardecita cuando todo el mundo daba la vuelta al perro, evitando a mis amigos y sus bromas pesadas, pensando que la oportunidad con ella me estaba esperando.
Otras veces, de tarde, caminaba con el sol en la espalda por baldíos y calles con adoquines, acortando la distancia que había entre su casa y la mía; pasaba frente a su puerta y sin animarme a golpear, seguía de largo hasta la radio para dedicarle esa canción que bailamos alguna vez.
Desde la lejanía de su mirada esquiva, desde la inocencia de su vestido rosado con volados, ella estaba destinada a hacerme daño, ese dolor infinito que te marca a fuego, daño irreparable. Caminando bajo los tilos de la rambla rumbo al centro con sus amigas, esquivando las veredas rotas de la plaza, a la hora de la siesta o en la pileta, mirando con desdén las zambullidas mortales que nosotros intentábamos en los trampolines solamente para impresionarla, en cualquier escenario se mostraba inalcanzable pero siempre con un aura de imprescindible.
Pasó el tiempo, me humillé de mil maneras, públicas y privadas, incluso llegué a rogarle y ella, divertida y mirando hacia otro lado, rió con sus voz de cascabeles sin decir nada.
En la huida, tropecé con una baldosa suelta de una vereda rota y caí de rodillas rompiendo la tela del jean; miré hacia atrás y vi que ocultaba con disimulo una sonrisa tras su mano. Salí corriendo avergonzado sabiendo que jamás la tendría.