sábado, 20 de septiembre de 2014

El ritual

Hay muchas veces que los rituales marcan cierto sentido de pertenencia, de orgullo grupal en sus miembros. Ser aceptado en una tribu urbana requiere de ciertos méritos personales que acrediten la capacidad individual para ser parte de ella.

No me estoy refiriendo a rituales de origen exótico ni violentos en el primer caso ni de grandes talentos ni méritos extraordinarios en el segundo.

En la ciudad y en el campo, entre miembros de una familia o amigos en un parque, entre un grupo de estudiantes o la típica visita a la tarde, siempre está presente el mate como enlace de la conversación, como nexo tácito entre las personas.

Todos los que trabajamos aquí tomamos mate. Algunos lo prefieren con un poco de azúcar, otros bien amarguito y hay quienes le agregan algunos granos de café. Depende de quien cebe el mate varía el hecho de que sea dulce o amargo y la velocidad de la ronda.

Compartir entre nosotros ese ritual nos hace mejores compañeros, profundiza el conocimiento personal y genera otro espacio íntimo en el cual acercar los espíritus y zanjar alguna que otra diferencia.

Y les aseguro que el mérito de recibir un reconocimiento con la frase: “¡Che, pero que buenos que están estos mates!” no lo obtiene cualquiera.

2 comentarios:

  1. Primero, lo formal: comparto totalmente lo del mate. Está tan arraigado que ni siquiera uno se da cuenta (salvo cuando te quedás sin yerba). Ahora, en la ciudad, alguno hasta lo toma con "stevia": spantoso!
    Segundo: ¡Qué raro que en una oficina municipal se la pasen tomando mate... todos!
    Saludos!!!

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  2. Una observación, intendente. Una persona que conocí, solía decir que no tomaba "mate amargo". Sostenía -y creo yo que con mucho fundamento- que simplemente tomaba "mate". Que no cabía el adjetivo "amargo", porque él no le echaba nada al mate para amargarlo.

    P/D: Que cosa fea el mate con yuyos, con endulzantes dietéticos!

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