lunes, 13 de octubre de 2014

Momentos [1]

Amanecer.

La suave brisa hacía mecer sin orden la tela transparente que cubría su piel, acariciándola o separándose de ella en forma alternativa. A contraluz, se podía adivinar la tersura joven de sus deseados pliegues. Como una hoja en el viento se movía sin ruido por el pasillo del departamento en dirección a la puerta. Atrás quedaba en desorden la habitación, las sábanas de algodón apenas húmedas yacían en el piso junto a una mano derecha.
La penumbra generada por la luz de la calle que ingresaba por las ventanas dejaba ver dos copas de champagne apenas vacías, un cenicero repleto junto a un par de papeles arrugados y un reguero de ropa esparcida por el suelo. Un olor picante que se ahogaba llegando a la cocina se mezclaba con el perfume de marcadas notas femeninas.
Apenas el crepúsculo matutino alargaba su agonía, el sol se hacía invasor de cada punto de sombra que la noche había regado por el suelo. Esa misma luz que teñía plácidamente de oro y sangre dejó al descubierto un solitario cuerpo, extenuado.
Su mirada no se detuvo en nada, al igual que sus pasos. Tomó sus zapatos que habían quedado junto a la mesita, las llaves del auto y el encendedor dorado y así, con su cabello suelto y su absoluto silencio abandonó la casa. 
La puerta se cerró sin pausa ni ruido.

1 comentario:

  1. Muy poético, intendente. Me vino a la mente este verso de una canción de Génesis, The lamia: Only a magic that a name would stain
    Un abrazo.

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