Oscuros caminos

Empecé por abrir los párpados cada día un poco más cerca del sol en su cenit, con esa pesadez en los miembros propia de un estado de momificación, del día siguiente a una feroz paliza; la oscuridad comenzó a inundar en forma parsimoniosa (pero indubitable) cada uno de los negros rincones de mi turbada mente a la deriva, ocupando paso a paso los minutos muertos, las horas perdidas, desperdiciadas.

Seguí por un permanente y asqueroso gesto de indolencia, de indiferencia que me ahorraba muchas palabras pero también (todo tiene un pero) me aislaba sin remedio de todo aquello tan hermoso por lo que había luchado a brazo partido, denodadamente; la oscuridad continuaba su silenciosa e implacable invasión a mis ideas, el brutal ataque a todas mis ilusiones, los sueños cultivados con fervor cayeron sin oponer resistencia sus bases se derrumbaron y desaparecieron, aplastadas por los lejanos, inexistentes resultados causando estupor en los alucinados e incrédulos espectadores.

Terminé por sentarme en mi esquina a recapitular las rondas pasadas, aceptar los cuidados de mis acompañantes sin perder de vista que el protagonista sobre esa lona esquiva soy yo, sumar segundos de aire y años de experiencia para luego ser capaz de verter en un asalto todo ese bagage brutal, real, increíble e inclinar a mi favor la arisca balanza de la realidad, los atajos de la vida que nos llevan al destino elegidos al azar, igualmente tienen mi nombre y son oscuros, negros y parecen que son extensos.
Y me pertenecen.