Es que sabía lo que iba a ocurrir, por eso me dejó hablar. Pensaba que nunca se cansaría de decirle lo que tenía que hacer. Era una costumbre de los primeros años en la universidad en donde lo que decía nunca era tenido en cuenta para nada y se terminaba haciendo lo que yo quería. Era un poco su culpa también, ya que terminaba dándome la razón, pero esa vez fue diferente. Martín miraba por la ventana y pensaba en que en ese momento su mamá estaría dándole una inyección a algún anciano en el hospital municipal, en que su amigo daría otra cabina y que pase el que sigue y que Sabina terminaría exhausta su jornada de atención psicológica y que todo eso no era justo. Y más ahora en fechas festivas, diciembre lo ponía nervioso. Dio media vuelta y sin escuchar lo que le estaba diciendo, interrumpió, indeciso. Acaso fue la primer muestra de rebeldía en su apacible vida, pero le sentó bien, le gustó. Supo también que sería la última vez que lo haría y que no lo extrañará nunca. No se puede pretender como propio algo que nunca nos perteneció, aunque por un momento sintió que no habría nada ni nadie en el mundo capaz de igualarlo si se decidiera.
Lo miré enojado porque nunca me escuchaba cuando le hablaba y además ahora tenía que soportar que me interrumpiera. Le dije que todo era para mejorar, que cualquier cosa que hiciera, tenía que estar en control. Esa era la base de todo, tomar las propias decisiones. No podía ser, no era justo que su supervisor infringiera una y otra vez las reglas del juego y siempre a costa de él. Lo dejé reflexionando; me fui, ofendido y disgustado porque siempre hace lo que le parece, lo que me hace pensar que es inútil expresarle mis opiniones.
Siempre era lo mismo cada vez que nos veíamos, se ponía a revisar su correo, cosa que no me molestaba porque en definitiva él no disponía de otro momento para hacerlo y yo no pretendía modificarle su vida o se embarcaba en una descripción frenética de lo acontecido en el último tiempo, que bien podían ser dos días o dos meses. Y a uno siempre se le ocurrían miles de comentarios que él metódicamente ignoraba una y otra vez. Tal vez no quería perder el hilo del relato, o no le parecían pertinentes. No le modificaban el punto de vista final, que solía ser apocalíptico.
Al otro día se fue como siempre en forma más que puntual a su empleo que lo irritaba sobremanera, marcó el horario de entrada en su tarjeta en el reloj que estaba frente a la puerta de salida de emergencia, fue al camarín a cambiarse de ropa, ponerse la faja de seguridad y los botines punta de acero y se internó en el depósito de mercaderías pensando que ese día sería diferente.
Control, control, se repetía una vez tras otra dentro de su cabeza, la palabra que era frase, que se hacía idea. Caminó unos metros hacia el fondo del depósito, era un galpón enorme con deficiente iluminación y atiborrado de mercancías y se ocultó con el firme propósito de empezar a controlar su vida, no sabía cómo pero lo haría. Y estaba en esos rumbos del pensamiento cuando se cruzó inesperadamente con su supervisor, Qué hace acá González, inquirió descortés el hombre a cargo, Nada, recién acabo de entrar y estoy revisando las tareas que hay que hacer, Pues entonces apúrese porque han llegado dos camiones, uno de artículos de limpieza y el otro de gaseosas que hay que descargar, dijo el encargado en forma desagradable. Martín deseó en ese instante tener el valor de tomarlo del cuello, apretarlo lenta pero firme, con las dos manos hechas puños, ver las sucesivas transformaciones que le deformaban el rostro en horribles muecas, los cambios de color y los sentimientos que variaban conforme el aire abandonaba los pulmones, sofocar los gemidos desesperados y mitigar los sonidos que rebotaban y se hacían eco al golpear los botines en el suelo de cemento alisado. Vio cómo la luz se apagaba de los ojos ya inexpresivos, aquellos ojos que lo habían hostigado por tanto tiempo ya no lo molestarían más.
Esta recreación lo dejó agotado, le dolían las manos y los hombros e incluso le sangró la nariz, pero se sentía desahogado, liviano, con un confort que nacía en ese lugar que no se puede ubicar dentro del cuerpo y se expandía hacia todos lados, se le notaba en la forma de caminar, iba como flotando, no le costaba ningún esfuerzo trasladarse. Fue al baño a limpiarse, luego se aproximó al portón de acceso de la mercadería y con ayuda de la zorra, ese carro con accionar hidráulico que hay en todos los depósitos, comenzó a bajar pallets de los camiones y así estuvo todo el día, sin que nadie se metiera con él.
Se sorprendió a sí mismo entusiasmado, eufórico, independiente; sí, era eso, se sentía libre, sin ataduras, sin compromisos. Se creía capaz de todo, y así lo siguió creyendo de camino a su casa.
Desde atrás de las cajas de sidra y pan dulce que se colocarían la semana entrante, los párpados rígidos, abiertos del encargado confirmaban esa idea.
Esa es siempre... una de mis dudas...¿hasta cuánto soportamos?
ResponderEliminar¿no llegará un momento en que "se me salga la cadena" y haga un desastre?. Por eso prefiero hablar. ¡El que avisa no traiciona!
Beso Etienne... y buen fin de semana largo!
Cuántas veces habremos tenido ganas de convertirnos en Gonzalez, no?
ResponderEliminarCuántas mentecitas habrán recreado la forma de asesinar a un jefe rompe bolas fantaseando con un palazo en la nuca.
Aunque reconozco que esos ojitos abiertos me dieron un poco de impresión para arrancar el sábado =p
Buen finde amigo!
Muá!
etienne me gusta este tono más lírico... brindo por ello!
ResponderEliminarEs tan fácil perder el control… pero es tan fácil no perderlo. Pero así son las cosas: "No se puede pretender como propio algo que nunca nos perteneció"
ResponderEliminara veces, hay que explotar y ya
ResponderEliminarY después que no me vengan con que tener una buena capacidad de imaginación no sirve para nada!!!
ResponderEliminarSole, hay que hablar, no digo lo contrario y es cierto que el que avisa no traiciona. Pero, y acá está la cuestión, ¿tenemos la obligación de soportar todo eso?
ResponderEliminarYo espero que hayas tenido un finde largo igual al que me deseaste!!
Besos!!
Blonda, honestamente no puedo decir que lo haya hecho, escribirlo ya fue una descarga emocional grande en sí misma!
Es que producir esa impresión era la idea mi querida!!
Besos!!
Julia Q, dime en qué tono querés que te cante y lo intento!!
Brindo por ti!!
Pau, cuando perdemos el control nos estamos dejando llevar. Ese orden de cosas nos lleva a luchar para obtener lo que queremos, pretenderlo es un primer paso.
Besos!!
Bustrofedonia, a veces las explosiones son buenas, siempre y cuando nos agarremos con la persona o cosa que se la merece.
Bienvenida a la Ciudad!!
Lola, la imaginación al poder!!
Besos!!
"...No se puede pretender como propio algo que nunca nos perteneció..."
ResponderEliminarHete aquì el quid de la cuestiòn tal vez (?)
P.D.:El egoìsmo tiene apellido Gonzàlez (?),quièn lo sabrà verdàt...
BESULIP
Fucking BLOGGER nu me deja loguerme!!
Buen texto!
ResponderEliminarSaludos desde Mundo AQuilante!
Ahhhh que horror!!..
ResponderEliminarLos pan dulce con olor a difunto!!:S
GABU, no voy a decir que los Gonzalez son egoistas porque se me arma: son como mil!!
ResponderEliminarMaldito blogger (jeje)
Besulines!!
Mundo Aquilante, gracias por su aprecio!!
Saludos desde la Ciudad Visible!!
Killer, jeje, no te preocupes que los paquetes están cerrados al vacío! Por las dudas, preferí los budines!
Besos!!