A veces, para sentirnos más protegidos, buscamos lugares de apoyo, puntos familiares de esos que queremos ver todos los días, miramos calles, árboles, vientos y temperaturas medias. Buscamos orientarnos en un mundo que intenta aplastarnos con su infinitud, que abre ante nosotros un mapa enorme para nuestro espíritu de hormiga.
¿Y saben qué buscamos? Rostros cotidianos.
La vecina del frente, con los ruleros y el mini perro en brazos, el abogado de la esquina, lleno de celulares y el pelo siempre peinado a la humedad, el político que nunca se ve pero imaginamos de memoria sus canas y su poblado bigote. Los coches que pasan a la misma hora llenos de chicos en dirección a la escuela; el chirrido de los frenos del colectivo; el pitido del semáforo que indica que está cambiando de color.
Estos mínimos personajes, esos sonidos de rutina, nos aseguran que estamos en el escenario correcto. Porque podemos equivocarnos de teatro y de golpe, tener un elenco diferente, un decorado desconocido. Y ahí, desamparados, empezamos a encontrar (porque no los buscamos, por lo menos en forma consciente) rostros que nos parecen familiares. Hasta rostros de quienes menos conocemos o apreciamos se aparecen en esa danza caótica de transeúntes ubicuos.
¿Y saben qué buscamos? Rostros cotidianos.
La vecina del frente, con los ruleros y el mini perro en brazos, el abogado de la esquina, lleno de celulares y el pelo siempre peinado a la humedad, el político que nunca se ve pero imaginamos de memoria sus canas y su poblado bigote. Los coches que pasan a la misma hora llenos de chicos en dirección a la escuela; el chirrido de los frenos del colectivo; el pitido del semáforo que indica que está cambiando de color.
Estos mínimos personajes, esos sonidos de rutina, nos aseguran que estamos en el escenario correcto. Porque podemos equivocarnos de teatro y de golpe, tener un elenco diferente, un decorado desconocido. Y ahí, desamparados, empezamos a encontrar (porque no los buscamos, por lo menos en forma consciente) rostros que nos parecen familiares. Hasta rostros de quienes menos conocemos o apreciamos se aparecen en esa danza caótica de transeúntes ubicuos.
A mi personalmente me asusta, mi espíritu sencillo se ve atemorizado por la posibilidad de una intervención canallezca, tal vez diabólica. Me cuesta creer que es casualidad que se den estos eventos repetitivos, lo mismo que la presencia aleatoria de caras conocidas; aún así no puedo evitar encontrarme con ellos, y cuando los veo me sonrío, sólo para ocultar el temor y ganarme su simpatía. Debo reconocer que no confío en ellos, los rostros cotidianos no logran engañarme, sé que quieren convencerme y transmitirme seguridad pero no, no lo van a lograr.
Ya aprendimos en el show de Truman lo que se encuentra tras esos actos repetidos en los que nos refugiamos, por eso nunca voy al trabajo dos veces por el mismo camino ni repito el menú de la cafetería.,. La vida es mejor con una dosis de caos ;)
ResponderEliminarYo planteo una doble lectura de la rutina y los actos que la componen; para uno significa anclaje y seguridad, reconocimiento del escenario repetitivo y para otros es complot, planificación y encubrimiento. Entiendo el sentido de cambiar, improvisar y no ser previsible, aunque a veces también tiene su lado seguro.
EliminarAbrazo!
Es curioso que mientras se busque esa estabilidad, en cierta forma la literatura busca volver todo ficticio. ¿sera ese un escapismo a la rigidez de la estabilidad cotidiana?
ResponderEliminarToleramos en los cuentos naves espaciales, apocalipsis, mundos oniricos, magos, dimensiones ocultas, piratas, espias, etc....pero en la vida cruda y dura necesitamos que el mismo chofer del bus sea el que lo maneja a las 8am todos los dias del año escolar.... como que eso da seguridad de que el mundo va por buen camino.
PD: Nada es mas incomodo y grave que ver que el chofer del bus escolar que recoge a tu hijita de 6 años hoy, no es la persona acostumbrada.... da TERROR ver una cara desconocida al volante.
EliminarPlanteas algo interesante, la literatura que habla de la vida real suele ser percibida como forzada, aumentada y con licencias, mientras que si es ficción tiene que ser bien alocada y con múltiples matices. Yo lo resumo en que la vida real tenemos un solo fichín y luego es game over; las peliculas son más flexibles con esa cuestión.
EliminarSomos animales de costumbres...
ResponderEliminarSaludos,
J.
La costumbre da una sensación de seguridad. En contrapartida, impide el avance y desarrollo y en general es estática.
EliminarSaludo!
Etienne, hoy mas que nunca buscamos esa seguridad de lo cotidiano.
ResponderEliminarCuando veo un auto que no es del barrio estacionado en mi calle me da temor, pienso será un ladrón, acá estamos como en tierra de nadie, te roban y te matan por un celular.
Por eso lo cotidiano me da seguridad, antes era aventurera pero los tiempos cambiaron.
Etienne, gracias por visitar mi blog.
Maravilloso
Besos
Antes no quedaba otra opción que ir a grandes ciudades en busca de trabajo y miro cómo vive la gente en Buenos Aires y me digo que eso no es vida, mirar para todos lados antes de entrar a tu casa, desconfiar de todos, que te maten por un celular, eso tiene que ser un alerta. Hoy hay muchos trabajos en los que no es necesario estar presente, se hace on line mientras miras por la ventana un paisaje diferente.
EliminarHay que buscar vivir mejor, eso creo yo...
Besos para vos!