Ahora que las vacaciones están transcurriendo y el año nuevo se va desgajando de a poco, sobre la ciudad pesa un
extraño silencio. A veces, un murmullo de brisa se cuela por entre las
ramas de las acacias y los plátanos refrescando la vereda recién regada.
Otras, un remolino de viento cálido arrastra los papelitos que dormían
al reparo del cordón cuneta. El calor agobia y es tal vez un elemento que apaga las voces, las acalla y modera y los raros paseantes que pisan las veredas cubiertos por sombreros y anteojos de sol avanzan en esforzado silencio.
Una calle en la que tradicionalmente es
imposible encontrar un sitio para estacionar, ahora ofrece múltiples
opciones; pero tampoco hay autos que quieran ocupar esos espacios
vacíos. Si uno se instala en medio de esa calle y mira hacia el frente
se pueden apreciar sin barreras ni peligro de sufrir un atropello los
árboles que delatan el arbolado parque a algunas cuadras de distancia.
Sentado
en un cantero donde reverdece un paraíso se puede disfrutar del
silencio, tachonado en forma esporádica por algún taxi perdido o una
moto que reparte pedidos de aplicación. Se echan de menos (o por lo menos se nota su
ausencia) los golpes rítmicos de un bombo protestón, las frenadas
desafinadas de los internos de la línea 18B y los graves de la música
electrónica brotando de un exagerado auto modificado.
El calor
aplastante, el sol que amenaza con sus rayos y el asfalto recalentado
hasta lo imposible el aire, tanto que se vuelve irrespirable, silencian durante la siesta los cantos de las aves y
hasta el perro que le ladra a las bicicletas de la bicisenda yace con la lengua afuera en la
vereda.
El silencio se esparce, se derrama por la ciudad, rebota en
las vidrieras cubiertas de lonas, descansa en la sombrita de un zaguán y
se esconde en el fondo de un baldío.
lunes, 13 de enero de 2025
El silencio de la ciudad
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¡Qué bonito chingada madre! todo tan, no sé, o sea de ahí para adelante venía una entrada más bloguera de la vida cotidiana, que digo, más cotidiana de lo que dijo en esta no se puede, pero sí me hubiera gustado algo más... no sé, de asté, que haya llegado a su humilde morada y cosas pasen de lo cotidiano, chingá o no puse atención o me estoy poniendo más raro con el tiempo, tengo frío, sueño, pereza de escribir, odio al mundo, el mundo me odia... al carajo, voy a comer.
ResponderEliminarMe gusta cuando las ciudades contienen la respiración... se vuelven, ¿más humanas?
ResponderEliminarAy qué bonito.
ResponderEliminarMe llevaste a ese Buenos Aires de tórrido calor, de tardes asfixiantes y todo ese silencio cayendo como un manto.
Precioso!
Un beso!
bello lo que escribes
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