lunes, 16 de septiembre de 2024

En el kiosko

Ni bien lo vio, supo que tenía que hablar con él. Surgió de su interior ese sentimiento de protección, de querer abrazar y rodear con sus brazos a ese ser que necesitaba de ella, de sus cuidados. De inmediato un sentimiento profundo pero genuino hizo que simpatizara con ese gesto reconcentrado que parecía pintado en su rostro. Se imaginó su persuasivo pero tímido tono de voz dirigiéndose a él, con sus labios muy cerca de su oído, con un acercamiento seguro aunque no agresivo, ella no quería que se la malinterpretara, no pensaba dar muchas explicaciones aunque tampoco quería dar una mala impresión. Menos deseaba mancillar su orgullo de hombre que intuía algo endeble, teniendo en cuenta su ropa de poco gusto y la mirada alerta, un poco a la defensiva. 

Conforme se acercaba paso por paso, iba pensando en cómo reaccionaría él, un poco sorprendido, otro poco apenado y ese gesto se transformaba de golpe en una sonrisa de vergüenza pero también de agradecimiento porque su ego no se había visto expuesto sin necesidad, y ella imaginaba que su advertencia no tenía para nadie mala intención, simplemente el destino había hecho que ella se diera cuenta antes, nada más, nada definitorio. Hasta se imaginó su aroma, un poco de hombre curtido bajo el sol, otro poco de calle recorrida una y mil veces y una pizca de colonia y un escalofrío la recorrió, haciendo que sus rodillas se golpearan entre sí suavemente y un cosquilleo de placer la embargara sin querer. 

Se imaginó cómo a partir de su acercamiento comenzaban a reconocerse cercanos, esos seres que nacieron para compartir el mismo aire. Con una sonrisa cada vez más amplia y pensando en que él agradecería con esa mirada plena de sus ojos pardos, iluminados por la alegría y reflejados en los de ella, que lo mirarían con adoración, con esa conexión que no quería aún aceptar, caminó un par de pasos hacia su encuentro y así poder decirle aquello que le explotaba en la garganta.

De la nada y sin demorar un segundo él sacó un revolver feroz y con voz firme y amenazante, aunque sin gritar, pidió a los presentes que le entregaran el dinero y celulares y cosas de valor. Todos hicieron caso, no valía la pena morir en manos de un delincuente con la bragueta abierta…

domingo, 8 de septiembre de 2024

El cerro

Era un lugar mágico, se veía increíble desde la cima del inacabado cerro. Allí, cerca de la ciudad, podías trasladarte a cualquier lugar que quisieras, sólo con la mente... La visión abarcaba todo el mundo, o por lo menos esa era la sensación. Podías imaginar cómo el globo se iba doblando como succionado por un poderoso centro de gravedad, curvándose hasta cerrarse sobre sí mismo y plegarse en el otro lado. El viento que allí hay en forma permanente completa la fortaleza de los poderes naturales arrastrándote hasta el borde y obligándote a aferrarte a las rocas para no caer. Los árboles tachonan el faldeo del cerro y las planicies en oscuros montes siniestros. Los cables de acero que apuntalan las gigantescas antenas, forzados por el aire en movimiento, crean sonidos lúgubres, con una deprimente cadencia que hiela la sangre. Al este, bien en la lejanía, casi cayéndose del cuadro, reposaba tranquilamente el desvelo de mis noches de verano. Aquel inaccesible cerro me turbaba los sueños, se metía en mis conversaciones, creaba un desconcierto que yo no podía controlar y una angustia me invadía cada vez que lo miraba, cada vez que lo pensaba.

Es un espectáculo que no cansa la mirada pues tiene esa originalidad que es única en la naturaleza. Sólido contra el azul frío del cielo, perdido entre las nubes de algodón, oculto tras las tormentas de verano, coronado por la neblina de la mañana, estoico en lucha con el viento. A veces, desde la ruta que lo bordea por el sudoeste, se lo puede ver, flanqueado por su hermano menor, marcando su orgulloso perfil e imponente en su altura. Yo lo veía y no sabía darme cuenta qué era lo que me quería decir...

Un día de febrero, de esos en que uno está de mal humor, que perdés la paciencia al menor comentario inocente y que todo te cae mal, a eso de las dos de la tarde, me fui a limpiar el lava-pié en la entrada de la pileta riñón, para no tener que soportar los comentarios sarcásticos de Mirta, una simpática mujer que desde hace un tiempo dirige a su gusto el balneario municipal. Al bajar la escalera, se me ocurrió que nunca lo había entendido porque el mensaje no me llegaba, no lograba establecer contacto. Necesitaba encontrar una forma de calmar la inquietud en que me encontraba y pensé que la mejor manera de hacerlo era enfrentarme a él, y vencerlo. La temporada de los natatorios terminaba el fin de semana previo al comienzo de clases, por lo que el momento ideal era en Semana Santa. No había otra, estaba decidido. Por entre medio de las ramas del parque, veía que sin inmutarse, el cerro me esperaba.

Siempre es difícil desprenderse de las cosas aunque no sean más que eso, meros objetos. Pienso que debe ser que nos recuerdan momentos, vivencias o los consideramos una especie de amuleto para la suerte. Así fue que tuve que vender ciertos elementos de valor sentimental para comprar todo lo necesario, desde la mochila y la ropa más todo el equipamiento básico y alguna que otra cosa superflua pero que a los ojos del vendedor eran indispensables para que no muera lenta y dolorosamente en la aventura. El tiempo se me fue en preparativos, desde conseguir el permiso del dueño del campo, hasta alguna carta topográfica, sabios consejos de gente que había subido y todo tipo de recomendaciones útiles. Intenté la compañía de un amigo; no podía, era el cumpleaños de su novia. Una semana antes estuvo todo listo y yo, dominado por la impaciencia, dormía muy mal, andaba distraído y nervioso en el trabajo y dos veces estuve a punto de suspender la excursión porque el pronóstico del tiempo daba lluvias y tormentas para el fin de semana.

Cada vez era más claro el mensaje, se iba formando en mi cabeza, tenía forma, empezaba a saber cuál era el motivo, me golpeaba con fuerza, me provocaba un desconcierto sin control; un temor indefinido se me instaló firme en los huesos, una especie de incertidumbre comenzaba a invadirme. Todas estas sensaciones, el malestar físico que se hacía insoportable, el frío que me azotó en todo momento, todo desapareció cuando en un último paso, esforzado movimiento, me aferré con una mano a la gran antena y después de apoyarme con firmeza sobre los pies, levanté la vista y disfruté del homenaje que la naturaleza puede ofrecer a los ojos de un ser viviente.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Pasos

 Había llovido un poco y por eso la gramilla estaba más verde y reluciente que de costumbre, además de guardar en los pliegues de las hojas pequeñas gotas de rocío lo que hacía que mis zapatillas se humedezcan con cada paso. Hacía frío, el invierno en la pampa es intenso y la humedad cala los huesos.
Muchos pasos que me fueron acercando a la puerta que así cerrada parecía una barrera infranqueable, un obstáculo que esperaba ser traspasado pero a la vez una protectora del tesoro que tras su sombra se escondía para ser descubierto.
En el piso ahora las espinas secas de los pinos, testigos de años que pasaron, formaban un colchón marrón y suave que amortiguó mi caminar y silenció cualquier duda adolescente que pudiera tener. No había espacio ahora para retroceder, las palabras que se dijeron no dejaban espacio para ser malinterpretadas y no actuar en esa dirección traería consecuencias que mi aún endeble personalidad no podría superar. 
Golpeé con el puño encrespado y la nuca húmeda, las ideas que en mi cabeza giraban y se entremezclaban con los temores, no hicieron más que envalentonarme, quería estar allí y verla y por qué no, tocarla por primera vez.
Había estado pensando en que no era momento, en que no me interesaba, en que había otras cosas que ocupaban más mi mente, y sin embargo ahí estaba, había caminado de la punta del pueblo a la otra solo para enfrentar una situación que a lo mejor me haría sentir incómodo, pero también satisfecho.
Al abrir la puerta unos ojos oscuros pero profundamente luminosos me recibieron, una sonrisa nerviosa, casi tanto como mi torpeza, me dieron la bienvenida, tal vez una palabra como saludo que he olvidado y di otro paso más en dirección a su cintura.