lunes, 15 de diciembre de 2025

Carrousel de fin de año

Llega el fin del año en este comienzo de semana que antecede a las fiestas y una tranquilidad infinita se apodera de mi cuerpo, después de haber circulado el año a máxima velocidad y sin parar. De golpe, percibo las cosas con una serenidad exagerada, una especie de cámara lenta, slow motion más indolencia que otra cosa. Si la ciudad cayera presa de un hipnótico sueño a partir de este momento no podría ser más estática ni más invisible que lo que es ahora para mi. Abro la puerta de mi casa, me asomo a la vereda a mirar hacia un lado y hacia el otro y la soledad de la calle se hace contundente y pienso que ese silencio son intenciones vacías y no vehículos que no existen, son invitaciones, son alegrías y tristezas, son voluntades buscando un camino.
Los amigos descansan lejos o se cansan de esperar y sin mirar atrás se marchan aún más lejos. Y no es porque uno no pueda brindarles nada, es porque la simple complejidad de lo cotidiano hace imposible una simple coincidencia (de coincidir, estar de acuerdo) y pasamos a depender del azar para comunicarnos.
De golpe y sin previo aviso, el acelerador de la vida se traba en el fondo de nuevo llevando al extremo el vértigo. Me arrastra, me lleva a lugares donde no deseo estar y a pasar momentos con gente que no quiero ver; mi voluntad consciente tiende a alejarse como magnetizada con el mismo polo, rechazando de golpe lo que sucede.
A la larga los individuos se acostumbran a determinados comportamientos extraños porque su repetición los hace tolerables. Aunque seamos honestos, es mucho más interesante no recibir cuestionamiento alguno que poner un esfuerzo en entender; mucho más sencillo enfrentarse a un espejo que me devuelve lo conocido que a un maniquí que nos enfrenta sin miedo.
Tal vez sea mucho hablar de diversidad, digamos disenso o confrontar pensamientos con opiniones, extremos opuestos que piensan igual. Total, nos vamos a quedar con la duda de todas maneras porque no llegaremos a ver el resultado en esta existencia, si es que alguna vez se concreta.

martes, 2 de diciembre de 2025

Hombres analógicos

A los hombres de vida sencilla, de acontecer cotidiano, de costumbres locales y de alma pequeña e irresoluta les está vedado el mundo de vida social mundana, globalizada.

A los hombres de vida sencilla se les niega el acceso como a un night-club súper exclusivo esa vida de avatares varios y ajetreos llamados comunes.

A los hombres de vida sencilla no se los acepta por ser considerados ignorantes de la verdadera vida, no conocedores de algún vulgar secreto social, político, vivencial.

Sin embargo, ¿alguien le preguntó a los hombres de vida sencilla si deseaban entrar a esa vida más compleja?

Se ven rostros preocupados por cómo luce la foto de perfil, por cómo la cantidad de aprobaciones a través de un me gusta va en declive. Se ven almas errantes soñando que viven mil vidas, que son reconocidos por todos y que impulsan con sus actos cambios relevantes en el mundo.

Desde mi perspectiva de hombre sencillo y una sola vida real, le cuento a quien quiera escuchar que podemos parecer ignorantes, toscos e incluso algo idiotas, pero les aseguro que no estamos disgustados con nuestra simple y llana vida, escasa en complicaciones, vencimientos, culpas o tarjetas sin fondos. Es más, hasta podría decir que nos alegra no poseer nada más que esas pequeñeces, nos satisface tener pocos amigos, pero reales de carne y hueso.

A pesar de todo tenemos un buen talante dispuesto a albergar sollozos y penas de quien quiera confiar en estas almas vagabundas, simples pero a su manera, complejas.

viernes, 21 de noviembre de 2025

Insanía ciudadana

Miro por la ventana y veo gente anónima que camina a paso cansino o apurado, del brazo de una señorita o tirando una correa con una mascota. Veo gente en bicicleta y en moto llevando en el portaequipaje elementos de estudio o de trabajo. Puedo intuir sus dudas y sus miedos pero también sus esperanzas y sus energías. Pueden ser algunos de ustedes los que también levantan la vista y miran hacia esta ventana e intuyan las ansiedades de quien se oculta tras ese vidrio esmerilado.

Camino por las veredas desparejas esquivando charcos, mirando de frente a quien se cruza conmigo para descubrir en el fondo de sus ojos qué desearía pedirle de regalo a la vida. Ninguno de los caminantes alza la vista, evitando ese momento entre incómodo y absurdo; tampoco alzan la voz, casi todos se demoran en un silencio atronador, los más se cubren los metejones con auriculares y los menos los exorcisan cantando entredientes.

Atravieso la calle por la esquina y recibo de frente el tufo de los radiadores que nada tienen que ver con quien los conduce. Lo que si me revela muchas cosas es la forma en que agarran el volante: imposible encontrar la mirada de quien aferra el volante con las dos manos a la altura de los hombros. Más fácil es conectarse con quien tiene el codo sobre la ventanilla, entonando alguna canción de moda o escuchando el partido augurando otro gol que asegure la victoria.

Doblo en una esquina cualquiera de esta ciudad de mentira que ha cobijado sueños inverosímiles, anécdotas oscuras, cuentos terribles, textos robados, se ha nutrido de lo cotidiano, de lo que nos pasa a vos, a ustedes y a mi también y por qué no de cosas que deseamos que sucedan alguna vez y busco la puerta que debería estar acá nomás. Es terriblemente enervante creer que llegamos a casa y en vez de eso, estamos todavía a unas cuadras de distancia; mi cara hace gestos que son imposibles de reproducir con palabras y apuro el paso.

 Acá estoy, esperando que nuevos vecinos se apropien de mis veredas, mis plazas y mis balcones y que las hagan suyas de la mejor manera posible, mientras vuelvo a mirar por la ventana, ya más tranquilo y relajado, habiendo preparado un mate y puesto el agua para los fideos.