martes, 14 de octubre de 2025

Los lugares cotidianos

A veces, para sentirnos más protegidos, buscamos lugares de apoyo, puntos familiares de esos que queremos ver todos los días, miramos calles, árboles, vientos y temperaturas medias. Buscamos orientarnos en un mundo que intenta aplastarnos con su infinitud, que abre ante nosotros un mapa enorme para nuestro espíritu de hormiga.
¿Y saben qué buscamos? Rostros cotidianos.
La vecina del frente, con los ruleros y el mini perro en brazos, el abogado de la esquina, lleno de celulares y el pelo siempre peinado a la humedad, el político que nunca se ve pero imaginamos de memoria sus canas y su poblado bigote. Los coches que pasan a la misma hora llenos de chicos en dirección a la escuela; el chirrido de los frenos del colectivo; el pitido del semáforo que indica que está cambiando de color.
Estos mínimos personajes, esos sonidos de rutina, nos aseguran que estamos en el escenario correcto. Porque podemos equivocarnos de teatro y de golpe, tener un elenco diferente, un decorado desconocido. Y ahí, desamparados, empezamos a encontrar (porque no los buscamos, por lo menos en forma consciente) rostros que nos parecen familiares. Hasta rostros de quienes menos conocemos o apreciamos se aparecen en esa danza caótica de transeúntes ubicuos. 
A mi personalmente me asusta, mi espíritu sencillo se ve atemorizado por la posibilidad de una intervención canallezca, tal vez diabólica. Me cuesta creer que es casualidad que se den estos eventos repetitivos, lo mismo que la presencia aleatoria de caras conocidas; aún así no puedo evitar encontrarme con ellos, y cuando los veo me sonrío, sólo para ocultar el temor y ganarme su simpatía. Debo reconocer que no confío en ellos, los rostros cotidianos no logran engañarme, sé que quieren convencerme y transmitirme seguridad pero no, no lo van a lograr. 

viernes, 26 de septiembre de 2025

Hola primavera!

 El día de la primavera empezó temprano, el sol alumbró la carpa y enseguida empezó a hacer calor en su interior. El cierre cremallera subió veloz, el joven salió y otro cierre bajó para dar lugar a la primera meada del día, densa y urgente, cargada de cerveza y otros líquidos menos definidos. Alrededor, en un gran espacio arbolado se esparcían decenas de carpas, iglús de diferentes tamaños, alguna que otra casilla y parrillas que ya empezaban a echar humo. Latas, botellas y platos sucios se acumulaban sobre la mesa de hormigón y en el piso, colillas decoraban la tierra junto a piedras y algún que otro pedazo de vidrio.
Abrió los brazos, los sacudió y emitió un fuerte bostezo; los pocos que estaban despiertos lo miraron y lo saludaron con un leve agitar de manos. Abrió un táper y miró qué había adentro: dos pedazos de tarta de jamón y queso, una empanada de carne y varios trozos de asado y hamburguesas; mientras esperaba que se caliente el agua para el mate mordió la tarta distraído. Al mismo tiempo que la pava comenzaba a vibrar, escuchó un quejido sordo que venía desde dentro de la carpa, así que apuró el llenado del mate y se cebó el primero y los dos siguientes para asegurase que no esté muy amargo. Puso el agua en el termo y con el mate listo se metió en la carpa.
Al fondo una cabellera oscura y algo despeinada se empezó a mover; en el otro extremo los pies empujaban la frazada, dejando al descubierto unos estilizados talones. Posó su mano sobre el muslo y la fue subiendo lentamente hacia su nalga; con ternura lo apretó mientras susurraba algunas palabras.
Unos ojos miel aparecieron tras los párpados soñolientos; las comisuras se curvaron hacia arriba en una media sonrisa al ver frente a su rostro el mate humeante.
- Buen día dormilona- dijo a media voz - acá te traigo un matecito calentito.
Se apoyó en el codo y se inclinó hacia ella, apoyó sus labios en los de ella en un tierno beso, apenas mordiendo la piel, apenas sintiendo el brumoso aliento.
Ella se tomó en dos sorbos el mate, lo apoyó al costado de la colchoneta y arrastró su cuerpo cálido hasta el de él, puso la mano en su nuca y alineando sus caderas, empezaron a disfrutar de la primer mañana de la primavera. 

lunes, 15 de septiembre de 2025

Sueño

Ya en el final de un día extremadamente ocupado, después de esa ducha caliente que relaja y se lleva toda la tensión acumulada y la ceniza del estrés, recosté mi exhausto cuerpo en relativa posición horizontal, lo cubrí con un entrelazado de hilos más o menos de calidad y como premio por la actividad realizada en la jornada cerré los ojos queriendo potenciar el estado de inerte relajación que mis extremidades ya sentían.

Y me dormí.
Y así soñé que tenía alas, que podía moverme con eterna libertad en un espacio sin fronteras; allí había miles de seres que no se diferenciaban unos de los otros sino por sonidos muy agradables.
Soñé una cúpula grandiosa que protegía todo el entorno y puertas que se abrían dejando entrar una nueva brisa; en el centro una fuente surtía incansable a quien quisiera servirse un potaje de efecto desconocido.
Allí a la sombra de un muro me reconocí con los ojos cerrados, soñando. Estiré mi mano para intentar tocarme y no eran manos sino cañas de azúcar o ramas de algún frutal incierto.
De golpe, las alas ya no eran livianas y no me podían sostener, empecé a caer hasta que se desintegraron en una arenilla que se alejó flotando y mi cuerpo que ahora no tenía forma reconocible seguía girando sin control.
Mientras, yo caía hacia el fondo en el que se podía ver una pantalla gigante con imágenes de otra época, a veces en colores estridentes, otras veces en diferentes tonos de grises, blanco y negro. Sonidos atronadores e incoordinados no dejaban escuchar ninguna otra cosa, aunque podía imaginar un hilo musical ya que veía las notas flotar de un árbol a otro. 
Y pude ver en mi sueño, lo que intentaba soñar. Porque todas estas imágenes no eran impuestas, eran imaginadas y pensadas por mi.
El personaje soñado, ahora lo podía ver por una de esas pantallas, soñaba que los deseos de todos se cumplían, sin excepción. Eran globos de colores que no se pinchaban, se elevaban cada vez más hasta perderse de vista; uno de ellos se posó en su pecho, al tiempo que abría los ojos y, a través de la pantalla, me miró fijo directo a los ojos.

De golpe, sentí que un peso se acostaba cerca de mis piernas y me despertó sobresaltado. Ronroneando, Canela se enrolló sobre sí, apoyó sus patitas sobre el acolchado y cerró de nuevo sus ojos.