lunes, 26 de agosto de 2024

Dimes y diretes

 Viste cuando lo sentís? Así de poderoso era, así de intensa era. Levanté la vista y me estaba mirando fijamente, sin motivo alguno más que lo que le rondaba en la cabeza.

- Ya no puedo más. - escuché que decía.
- Siempre decís lo mismo, si alguna vez hicieras algo al respecto...
- Podría hacerlo, pero al segundo me arrepentiría. No le veo salida.
- Opciones hay, todas tienen riesgos y también oportunidades de ser una mejor persona.
- Vos lo decís porque no te importa nada, como dice ese graffitti en la pared.
- Dependo de vos, depende de cómo lo veas, tengo mucho que perder.
- ¿Me estás diciendo inestable? Yo no soy una persona impulsiva, menos...
- Bla, bla, bla! - en tono burlón.
- Me harté, no se puede hablar con vos.

Al volver a la cocina, ya estaba de mejor humor. No porque le gustara estar ahí ni hacer lo que se suele hacer ahí, sino porque el sol le había entibiado el hombro y los huesos ya no le molestaban tanto.
- Podría hacer algo, tal vez sentarme a tomar un vaso de cerveza.
- Eso apenas puede considerarse hacer algo.
- Siempre hay una observación a todo, no? No podés aceptar la cosa tal cual viene, siempre hay que tratar de corregirla.
- Pero tengo razón, no? Para mi, hacer algo implica al menos transpirar un poco. Mover los músculos, esa clase de "hacer cosas".
- Ya de oirte decirlo me acalambré. Aunque lo que me molesta no es que tengas razón, sino la forma de decirlo, con esa soberbia arrogante, con ese desdén sabelotodo.
- Alguien tiene que decirte las cosas, nunca hacés caso.
- Quisiera hacer caso, de verdad, pero también arruinás tu buena intención con horribles formas.
Frunció la boca, entornó los ojos pero no dijo nada. Eso fue nuevo a decir verdad, cada vez que esta conversación tenía lugar, la réplica no se hacía esperar pero esta vez, el silencio reemplazó a la burla.

- Gracias.
- Por qué me agradecés?
- Por salvarme. O intentar hacerlo...

domingo, 11 de agosto de 2024

Infinita metáfora de cualquier vida regular

Ante un determinado problema, un escollo a sortear, un entuerto que resolver, tenemos múltiples herramientas y opciones que solemos algunas veces ignorar, otras veces confundir y la mayoría de las veces transformar. Otros problemas nos enfrentan a nosotros mismos, siendo a veces desafíos que terminan cambiando muchas de las estructuras que consideramos vitales.

Tratar de buscar y en efecto encontrar un elemento que sirva para satisfacer alguna necesidad que crece incontrolable en medio de nuestro pecho tal vez no solucione del todo el problema, tal vez incluso origine un nuevo estado de pasajera, falsa alegría. Una solución parcial, una escapatoria fácil o un desvío necesario.

Pero a fin de cuentas necesitamos esas pequeñas, diminutas islas de placer para continuar con la cabeza en alto y no aflojar a mitad de camino.

Hay también una posibilidad que esta volátil felicidad pueda ser compartida por algún otro personaje que muy probablemente se haga partícipe él mismo de nuestro sentimiento y lo haga propio multiplicando el efecto motivador. Bien vale que esparzamos las sonrisas que de esto surgen, son excelentes subproductos y poseen positivos efectos en quienes las perciben.

Y si naufragamos en la escasez y la fugacidad del bondadoso efecto reparador no quedará otra opción que entrecerrar los ojos para evitar que la arena nos hiera, ahuecar los brazos en busca de calor y encasquetar bien fuerte el sombrero y seguir con la mirada al frente, sin mirar atrás.

Dejar la isla de comodidad para enfrentar el río turbulento y terminar de cruzar hacia la otra orilla, ese fue siempre el objetivo a cumplir.

domingo, 4 de agosto de 2024

El momento de callar

Cuando es difícil hallar las palabras que expresen con precisión lo que tu mente imaginó, cuando se torna una peligrosa misión explicar sin temores a malas interpretaciones lo que quiere a golpes salir de tu pecho, eso que te dibuja una exuberante sonrisa en los labios, eso que de a uno no alcanza a madurar, eso que no acepta ser manejado por nadie ni por nada.

Cuando el verde cristalino te enfoca sin pestañear, cuando las palmas transpiran de solo sentir su proximidad y el entorno de golpe se silencia para dar espacio al más vertiginoso suspenso. Cuando ya no existe palabra inventada ni por inventar que perfeccione ese momento.

Cuando escasean las palabras, desaparecen los sinónimos, se oculta por completo el alfabeto, cuando en lugar de articular perfectas frases decoradas de exactos adjetivos y míticos modificadores (directos e indirectos), sólo hallamos monosílabos o sonidos guturales, nada más, es allí el momento, el instante único en que sin anestesia de ningún tipo, sin ataduras, sin camuflajes en que la acción reemplaza a las palabras.