viernes, 27 de diciembre de 2024

Tarot o la suerte de fin de año

La señora que arrullaba el mazo de cartas de tarot en sus manos tenía un perfil hermoso, hasta de modelo diría yo. Pero eso era cuando estaba con el semblante risueño, que fue cuando me recibió, el resto del tiempo una especie de bruma gris se le posaba en los ojos que los hacía parecer velados y se le ensombrecía el rostro.

- No, no... -dijo meneando la cabeza y dejó el suspenso colgado del inacabado final de esa frase que decía demasiadas cosas.
- Vine aquí a saber, no a esconder la cabeza como el avestruz -dije con algo de prepotencia, queriendo sonar seguro pero la voz me sonaba algo quebrada.
- Le puedo decir que el centro de su vida lo sintetiza una persona morocha de naturaleza algo caótica, algo inestable, que juega con sus decisiones como a la rueda de la fortuna. Le puedo decir también que le va a ocasionar conflictos en su trabajo, algún encontronazo, alguna discusión.
- No me gustaría tener conflictos laborales en plena crisis.- En ese momento pensé que comprar dólares había sido una idea extraña.
- Hay algo más, una especie de golpe de suerte parecerá que le soluciona los problemas, pero será solamente el comienzo de una larga desventura.
- ¿Puede darme una buena noticia? - aventuré algo ansioso.
- Lo que es bueno para alguien, es malo para otro.- murmuró una frase con pretensión de máxima. 
Miré hacia arriba y me encontré con la mirada fija de un búho negro; me corrió un escalofrío por la espalda.
- Me gustaría salir con algo concreto de esta visita...
- Eso lo tendrá que descubrir usted. Yo simplemente expongo los hechos, no les pongo adjetivos.

Ahí me dí cuenta que no había soltado el vaso de agua que había tomado por costumbre al comienzo de la sesión. Lentamente lo solté, asimilé el reto que bien merecidamente me propinó y dije, desafiante:
- Podría por una vez darme algo concreto. Siempre son cosas que se le podrían aplicar a cualquiera.
- Usted, un hombre que viaja bastante, por trabajo o placer, está esperando una mejora en su trabajo, noticias que dudo que lleguen.- hubo un chasquido imperceptible, como de una ramita al quebrarse- Y también le puedo aventurar que el carácter volátil de una persona, que está vinculado con usted por temas laborales, generará luchas de poder dentro de su grupo más cercano.
- ¡Basta, no siga! -grité al mismo tiempo que saltaba de la silla.
- Es más, salió en las cartas pero me cuidé de dejarla al costado. Ahora que me ha alborotado la sesión se lo diré: hay una mujer, una mujer hermosa y maligna por igual y no podrá huir de su influencia. Y sepa que será su perdición.
El búho despegó sus alas en un batifondo de plumas y se arrojó sobre la mesa desparramando las cartas y rozándome la cabeza con la punta de sus garras. Sorprendido, traté de mirar hacia adelante pero una luz me encandiló dejándome tambaleante.
- Su destino está sellado, lo dicen las cartas. Ahora váyase con su suerte.
Agachó la cabeza, y quedó en el fondo de un trance, desconectada del cuerpo. El búho me toreó y no me quedó alternativa que salir de la carpa.
Afuera, el sol de verano seguía brillando para todos. Para mi, se había ensombrecido el horizonte.

martes, 17 de diciembre de 2024

Tiempo

Hace algo de fresco y la noche de verano está agradable; los aislados ruidos nocturnos parecen ser más nítidos, más puros y por eso mismo más intimidantes. Y sentado en un sillón tengo tiempo de pensar, poner la cabeza en foco y dejarla fluir sin interrupciones del mundo exterior.
Es que uno, sumido en la velocidad cotidiana, en los compromisos urgentes, en las nimiedades y detalles superfluos, no se hace una pausa para reflexionar y lo deja, con suerte, para estos autoexámenes de fin de año. No hace falta mucho tiempo, solo unos momentos serán suficientes -me dije y puse la playlist que me empuja el alma hacia ese camino sinuoso que es la introspección- tiempo invertido para que el sueño no se haga pesadilla.
Pensaba en nuestra vida cotidiana, que repetimos conscientemente un día tras otro, tal vez con mínimas variaciones, pero si no nos damos cuenta de atesorar lo que nos ocurre y aprender de lo acontecido, no habrá valido la pena, y el "Tú estás aquí y yo estoy aquí" adquiere otra dimensión, otro valor. Ni hablar el contraste que la realidad tóxica nos arroja en el rostro, haciendo hincapié en la frágil existencia humana, en que lo que nos desvela suele ser una nimiedad y no a la inversa.
Miro un poco más allá y veo pasar un auto dejando tras de sí una estela de polvo, y tal vez un vecino que sacó a pasear a su perro y veo a jóvenes que en grupo y a los gritos van a disfrutar de la noche y pienso que ese tiempo ya pasó para mi y para mucha gente y habrá de ocurrir para otros muchos. Y no. Pasamos nosotros, nos sumergimos en el calendario cada vez más hondo, más profundo, mientras el tiempo simplemente es.
Las heridas encuentran su fin cuando las hojas del almanaque se acumulan de a decenas, desaparecen las marcas superficiales y queda la enseñanza, las cicatrices. Las heridas nos dicen que crecimos, que somos capaces de superarnos, de avanzar. Y en esa dimensión, el tiempo es otro ingrediente, un plano que hasta no hace mucho era ignorado.
Los objetivos que ayer nos deslumbraron hoy tienen una capa de óxido que los recubren y los envejecen; ni hablar los montones de cosas que pensamos nos darían nivel social que hoy regalamos por no encontrarles mejor destino. Hoy las metas son más sencillas y tienen un horizonte más cercano, nos conformamos con menos por más salud mental
Momento de silencio. Tiempo, pido gancho. Si pidiéramos recuperar todos esos minutos perdidos, todos ese tiempo desperdiciado en inútiles peleas, en agravios gratuitos, en lapsus voluntarios, en declaraciones pomposas, en filas infinitas, supongo que encontraríamos otras formas más elegantes de gastarlos. Es el destino final del tiempo, escurrirse intangible por entre los dedos como arena marina.
Y al tiempo no le somos importantes, nuestros dedos se arrugarán y desaparecerán y seguirá fluyendo ignorante de todo lo demás y aún más, infinito pasar que hasta el tiempo se supera a sí mismo hasta el fin de sí mismo.

martes, 10 de diciembre de 2024

Sin plan ni intención

Estoy acostado en mi cama, los luminosos rayos del sol entran pidiendo permiso por entre las cortinas de mi ventana, inexistentes nubes de un cielo celeste con ganas, las sábanas tiradas a un costado, la almohada toda desordenada en el piso junto a los zapatos.
Pienso en todos los sentimientos que mi corazón ha sentido, en todos los rostros pasajeros que mis manos han acariciado, mi memoria toda se recrea de gráciles recuerdos, imborrables palabras, ásperos abrazos traicioneros, agradables momentos vividos.
Recordar es un lindo ejercicio que desempolva en la memoria los hermosos ratos que nunca debemos olvidar; recordar mantiene joven el espíritu al mismo tiempo que nos facilita la aceptación de que al cuerpo le cuesta más hacerlo. Las experiencias vividas y el conocimiento adquirido no son gratis.

Estoy sentado en una silla mirando por la ventana mientras la música invade mis oídos en suaves arrebatos de ritmo muy controlado. El hilo musical vagabundea entre estilos y años, pero todas las piezas remiten a un momento, una persona, un hecho significativo, un abrazo tras un llanto, un cigarrillo luego de hacer el amor.
Pienso en todas las personas que a lo largo de mi existencia han respirado el mismo aire que yo, han caminado sobre las mismas huellas y han corrido junto a mi tras una meta en común sin más recompensa que la satisfacción personal.
Recordar a veces exalta el ánimo proponiéndonos continuar y desafiándonos a sumar más momentos al equipaje de nuestra historia. A veces aún no hemos vivido todavía el mejor recuerdo de nuestras vidas.

Estoy parado con las manos en los bolsillos, el suave viento meciendo mi cuerpo, observando como el sol de verano aprieta cada vez más con sus rayos la desprotegida tierra.
Pienso en todos los momentos en que pudimos hacer algo, sumar un granito de arena, hacer la diferencia como dicen por ahí, decir alguna palabra que aporte tranquilidad o un atisbo de solución al problema sin pensar en más que el bienestar del otro.
Recordar a veces no es más que un ejercicio de humanidad.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Limón, huye!

La humedad pegajosa del puerto se me mete entre medio de la lana del suéter, mientras estoy acuclillado detrás de unas cajas de madera, algún cajón de plástico y todo con un hedor a pescado que me hace saltar las lágrimas. La oscuridad de la noche se vuelca encima de la embarcación, que hierve de actividad. En dos o tres miradas detecto una veintena de hombres acarreando bultos de diverso volumen bajo la atenta mirada de otros cuatro o cinco hombres armados. Al costado de la fila de camiones, en el borde de la penumbra veo estacionado un lujoso auto en cuyo interior está la persona que me interesa. 

Muevo la pierna para evitar el incipiente calambre que empiezo a sentir y me deslizo de costado hacia la escalerilla que baja hacia el espigón. Entre redes y enormes grúas me escabullo rodeando todo el lugar donde se está moviendo la mercancía hasta llegar a la inmediatez de la parte trasera del auto. Ahora veo que es de color azul muy oscuro, tanto que parece negro. Ahora, en un flash de la memoria, lo reconozco y lo ubico en dos o tres momentos de la investigación, cuando fuimos a allanar la casa de ese senador, cuando quisimos sin éxito proteger a un testigo de una tremenda balacera y tal vez el más personal, cuando explotó un dispositivo en casa de la fiscal, que también resultaba ser mi hermana. 

Una luz cegadora se posó de pronto enfrente mío, a la par que escuchaba el amartillar de un arma cerca de mi parietal derecho. Todo fue bastante rápido, no tuve que mover las piernas que sufrían el cosquilleo del calambre ya que me arrastraron hasta la puerta trasera del auto, para mostrarme el rostro de quien había estado tras toda esta fantástica operación.

- No podías dejarlo, tenías que meter tu nariz en lo que no te importa- me gritaron con desprecio.

- Así somos los sabuesos, no soltamos el hueso hasta el final. -respondí escondiendo mi sorpresa- Nunca pensé que pudieras traicionar así tus principios.

- No pensé que fueras tan inocente -dijo con bronca- todos sabemos que el principio de todo en este maldito mundo es el dinero.

lunes, 25 de noviembre de 2024

No vayas hacia la luz

El cielo se ponía cada vez más oscuro, lo normal en un atardecer en cualquier parte del mundo. En lo más profundo del horizonte incluso se podía ver alguna nube que se teñía de rosado y un poco más arriba el lucero vigilante. Ese era el escenario de fondo, del balcón donde la acción ocurría, inexorable. 
Abajo, en la calle oscilaban las luces ansiosas de los autos rozando las indefensas rodillas de los peatones, quienes agitaban sus puños en el aire mientras vociferaban insultos condenatorios. El semáforo guiñaba sus ojos aunque nadie parecía prestarle atención. Estos eran los actores secundarios del drama que estaba a punto de ocurrir, cuatro pisos de altura más arriba.
A ella siempre le llamaron mucho la atención esos puntos luminosos, esas luciérnagas mecánicas que avisaban infalibles el paso del móvil bajando desde la colina hacia la calle del fondo. Sus padres usaban esta treta cada vez que el insomnio provocaba la aparición de su mal humor, del llanto mocoso, del hipo estremecedor, del grito penetrante: la sacaban al balcón y la mecían frente a los brillantes colores y allí la paz recobraba terreno perdido, la niña abría apenas su pequeña boca extasiada, reconcentrada en perseguir la trayectoria errática y luego, con desesperación, estiraba sus brazos y se empujaba con fuerza como queriendo alcanzar y morder y tocar esa luz.
Y al final, de tanto empujar, de tanto arañar la piel del rostro de sus padres, encontró un escape hacia la libertad, pasó por sobre la baranda a pesar de los esfuerzos por rescatarla y saltó libre hacia esas luces que inscribían su nombre en la oscuridad.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Quebranto emocional

Hay veces que paso de largo, cuando voy apurado, con cosas en la cabeza, tal vez hasta llegando un poco tarde al trabajo porque ya me sé de memoria la secuencia. Pero en general aminoro el paso, me hago el ocupado en mis pensamientos y hasta simulo escribir un mensaje de texto en el celular, me gana la curiosidad morbosa del ser humano.

Y tiene lugar el acto...

La escena es siempre la misma. El auto estaciona frente a la guardería de niños y de él se bajan una mujer y una niña con la intención de ingresar al establecimiento del cual emerge otra mujer con delantal y camperita de hilo. Primero son algunas lágrimas tímidas que bañan las mejillas, los brazos siempre extendidos como buscando refugio, luego empiezan los gimoteos y las palabras que apenas se entienden, ahogadas por el llanto que empieza a ser más ruidoso y por los mocos que asoman por la nariz.
La señorita del establecimiento intenta con suaves palabras pero firme tono de voz convencerla de que es lo mejor, que no pasará nada, que más tarde se podrán reencontrar y jugar juntas y otros argumentos que varían de acuerdo a la imaginación de la docente. De a poco la llorosa va dejando el refugio, el hombro de la docente y ya más calmada recibe ayuda para limpiarse la nariz y secarse las lágrimas, hipando con un poco de vergüenza y mirando por el rabillo del ojo, agradece y se sube al auto rápidamente.

Su hija, testigo de la escena aunque con expresión ausente, corre rauda y feliz al interior del jardín para encontrarse con sus amiguitos.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

La gravedad de cualquier asunto

De pronto, el viento que golpeaba su rostro le hizo sentir una inesperada, desconocida sensación de liberación de esas trampas cotidianas que lo atenazaban todo el tiempo. Ya los gritos de su hermana pidiéndole plata para pagar deudas y los ruegos estilo telenovela de la tarde de su madre para que se consiga un mejor trabajo ya no le parecieron tan relevantes. De ahora en más, los problemas los tendrían que solucionar ellas, pensaba mientras trataba de acomodarse el borde de la campera. Ni hablar de los dolorosos desplantes que le hacía Laura, al recordar eso sintió una punzada en el pecho y una pequeña lágrima corrió por su mejilla.
La velocidad en el rostro le despejó aún más sus pensamientos; ahora estaba claro que huía de esa vida que había construido a costa de sus propios sacrificios y modelada y diseñada por extraños que decían interesarse por él. El pelo largo que tantos reproches le había valido por parte de su padre, alimentando sus infinitos prejuicios y sus hirientes comentarios, se tensaba tras su cabeza tironeado por la fuerza del viento.
Imprevistamente, un grito le brotó por la garganta, se fue agrandando a medida que avanzaba hacia afuera y se potenció en su paso sobre la lengua. Desde afuera parecía un grito de terror pero bien sabía él que era un grito de libertad, la contraseña que todos saben y que nadie usa. Se sintió poderoso, capaz de todo y entornando los ojos se sumergió aún más en la velocidad.
En un giro, recordó también el desprecio que sintió en la escuela, el aislamiento al que lo condenaron sus compañeros y la angustia que le hicieron tragarse por tantos años y se le anudó la garganta de bronca. Por fin se iba a sacar este peso de encima, qué mal les había hecho él para que lo trataran así.
Ahí en el veloz desplazamiento encontró que lo que siempre había sospechado, lo que nunca había podido ver con claridad y ahora se le presentaba sencillo, incluso hasta obvio. Desdeñó lo trivial y frunció el ceño menos de un instante por algo que le pareció importante: ¿quién le daría de comer a Chester, su gatito?.
Pero incluso esta cuestión dejó de tener importancia cuando el movimiento uniformemente acelerado de su cuerpo terminó en el momento en que su frente se estrelló contra la vereda.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

La caja misteriosa (relato de los jueves)

 

Extiendo la mano y empujo la tapa que parece ser de cartón o madera, cede apenas y suena con un chirrido que perturba el silencio del vacío desván. La caja de la que emerjo no tiene más que unos veinticinco centímetros de lado, sin embargo de ahí sale mi cuerpo de casi 2 metros y caigo de rodillas sobre las maderas polvorientas. Atrás dejo una guerra interestelar entre la Magowi y los Kgrlogmni, dos razas de pura energía que combaten por la ocupación de un ínfimo rincón del universo, que me tuvieron primero como mediador y luego como prisionero.

Miro hacia abajo y veo por la ventana un perro lanudo jugando con una especie de cubo con letras apenas visibles en sus caras. Bajo cauteloso la escalera que conecta el altillo con el resto de la casa a través de un pasillo lleno de cuadros; llego a la planta principal, abro la puerta de entrada de la casa, hago unos tres o cuatro pasos en dirección al perro y, sin que lo pueda anticipar, una luz enceguecedora primero me envuelve y después me desintegra. Cierro y abro los ojos y veo ante mi la enorme cara babosa del líder de los N’gonzi que me amenaza con finalizarme si no le devuelvo la caja mágica. Así le llama al dispositivo que utilizo para mis viajes interestelares, temporales, galácticos y que alguna vez le gané en una épica jornada de póker en su propia casa.

Y así también huyo, con un movimiento circular del brazo, saco la caja del morral y en un veloz arco desaparezco para llegar en un pestañeo al Planeta Miller, donde como se sabe, el tiempo pasa bastante diferente que en otros lugares del espacio. Me apuro y me sumerjo en la caja antes de que la ola enorme me atrape y me haga perder otros cincuenta años terrestres.

Después de un par de escalas por mundos extraños, llego justo para tu cumpleaños número 550, te abrazo y te prometo que voy a dejar este trabajo, que la paga no justifica las ausencias y me quedo pegado a tu cintura, disfrutando del pastel de merengue y dulce de leche.

 


 

lunes, 4 de noviembre de 2024

Amalgama natural

En mi última noche en el resort, decidí que no quería pasarla en soledad. Regresé a la habitación, me duché y salí a buscarla. La había visto hacía ya unos días al borde de la pileta, hablando con unos turistas canadienses. Después de eso, me acerqué y hablamos un par de veces estableciendo confianza, de nada en particular aunque mi mirada le decía inequívocamente lo que pensaba, lo que quería. Esa noche, la encontré en el bar, me senté junto a ella, acerqué mi boca a su oreja y le hablé sin rodeos. Ella me miró con sus ojos brillantes, introdujo su mano por debajo de mi camisa y me quemó con su piel, sin decir una palabra.

No perdimos ni un segundo más de tiempo.

Llegamos a tientas hasta la puerta de la habitación de tan absortos que estábamos en explorarnos los cuellos. Su aroma caribeño me intoxicaba, sus labios me inyectaban adrenalina, sus dedos al tocarme me producían descargas eléctricas.

No llegamos a la cama, caímos al suelo y rodamos en un tobogán infinito de placeres carnales y éxtasis, torbellino natural...

_ _ _

 Amaneció temprano. Quiero decir, sale el sol y aclara con sus rayos el dorado de la arena y el turquesa del mar. Que no quiere decir que porque amanezca temprano uno deba levantarse de la cama. Aún hay tiempo, me dije y volví a abrazarme a su cintura.

El contacto con su piel me hizo estremecer cuando acerqué mi cara a su espalda y pude así sentir ese aroma bestial de mujer. Allí, al borde de la playa, la escena podría parecer idílica, y de verdad lo era. Pero era aún mas trascendental, sentía que se había formado alguna especie de lazo.

Suavemente me deslicé fuera de la cama, fui al baño, me vestí lentamente y con desgano. Las cortinas se mecían al son de la brisa caribeña. La ducha húmeda y las toallas arrugadas, daban cuenta de lo ocurrido la noche anterior, al igual que ciertas prendas desperdigadas por el suelo de la habitación y la silla tumbada al pie del lecho compartido.

Apenas su pecho se levantaba, suave ritmo que hipnotiza; apenas los pies cubiertos por el borde de la sábana, apenas el vórtice protegido por sus piernas no menos acariciadas.

Busqué con la mirada la puerta, me di vuelta una última vez memorizando sus sinuosas curvas, dejando la despedida pendiente y salí sin hacer ruido. El avión salía esa tarde y aún así, no importaba, sabía que no necesitaríamos una excusa para reencontrarnos en otra ocasión.

martes, 29 de octubre de 2024

Nacida y demás

Todo brilla bajo el helado resplandor del sol invernal. Un rayo traspasa el ventanal, reposa sobre la espalda del sillón y termina desparramado bajo la pata de la mesa.
Adentro del living atestado de muebles la atmósfera es cálida y así debe ser. Varias mantas descansan sobre el baúl del living y en las camas de ambas habitaciones, uno nunca sabe dónde y cuando las necesitará tener a mano. También pequeños trozos de tela para enjugar cualquier efluvio encuentran asilo en bolsillos urgentes.
A pesar del paso del tiempo, aún siguen viniendo visitas; el ritual es básicamente el mismo: timbre, abrazos, felicitaciones, regalo, mate, charla varia, saludos y despedida. No podría decir que las disfruto, tampoco que me molestan pero a veces una necesita (en la acepción más vital) de un poco de tranquilidad y silencio. Lo que mi heredera no podrá nunca reclamar es por la falta de presentes, eso no cabe la menor duda.
Todo lo que una madre pueda decir acerca de su vástago podrá ser (y con justa razón) tildado de parcial, el juicio nublado por cataratas de babas maternales impide hacer un despliegue honesto de características, subrayando las enormes capacidades que transformarán a nuestra hija en cualquier cosa sobresaliente que se nos ocurra e ignorando los ya de por sí inexistentes defectos. Los agudos gritos son interpretados como la afinación de una futura barítona, los intermitentes llantos pronostican a la sucesora de Andrea del Boca y los dedos largos auguran cualidades innatas para descollar tocando el piano. Toda ella está concebida para arrasar con los corazones humanos, sin distinción de género ni color, sus pestañas curvas hacen un aleteo hipnótico, sus brazos estilizados confeccionados para estrujar cinturas y sus infinitas piernas vadearán los océanos sin esfuerzo.
Atrás en el olvido quedarán las noches en vela, caminatas alrededor de la mesa aferrada a la esperanza de que sus ojos pronto encuentren descanso y mi cuerpo sosiego. Estas cosas no son más que detalles pintorescos de una relación que se fortalece con cada segundo que transcurre.
Si alguien alguna vez pudiera buscar y no encontrar una definición de belleza, que me llame sin dudar, una foto de ella será más que suficiente para simplificar el concepto.
Fuera, la fría noche se cierra haciendo de los transeúntes pequeñas fumarolas de vapor, la luna vigila espectante la ventana de aquel tercer piso, como queriendo compartir un pequeño momento con el sol que allí descansa.

lunes, 21 de octubre de 2024

Cuentos en el póster

Colmada de olvido vaga mi mente por parajes sin identificación, como queriendo perderse en el anonimato, negando todo aquello que se empeña en intentar herirla, ignorando con el mismo esfuerzo aquello que su bien pretende.
No se da cuenta que la capa protectora, el escudo benefactor la aísla también de todos los intentos de rescate porque en definitiva ella está con el rumbo perdido, ahogándose en ese océano infinito sin intentar siquiera levantar la voz pidiendo socorro. Aquella mano que se tiende, aquél abrazo que se otorga, no encuentran destinatario posible.
Y es que ciegamente erra por este laberinto desconocido, por esa maraña de encrucijadas que se multiplica por doquier y no puede escapar; esa intención de imaginarse un cuento le impide concentrarse en esa tarea vital.
Se va hundiendo cada vez más, sin remedio, arrancado de cuajo el bosquejo incipiente de libertad y olvidado el camino hacia la salida.
No se entera que ese otro espacio más luminoso, más vivo está allí, del otro lado de ese ínfimo lienzo, piensa que es vano empujarlo con la punta del dedo, que jamás cederá, que jamás la indultará.
Prefiere quedarse en el interior, buscar excusas para calentarse en los duros inviernos, prefiere no luchar arropándose con cuentos que adora como íconos incontrastables. Elige cubrirse tras la penumbrosa trinchera y agachar la cabeza timorata que empujar ese límite.
Prefiere la oscuridad segura y derramar secas lágrimas al desafío de rasgar la frontera y ocupar la siguiente casilla; elige el refugio del pasado y aferrar momentos de lujo, vidas mejores, que alentar la búsqueda de alientos de bocas sinceras, vientos renovadores del sur.

lunes, 14 de octubre de 2024

Límite para siempre

Hoy te pensé más de lo debido
te apoderaste de mi corazón sin piedad
te recostaste ante mis ojos
y te quedaste ahí
tan seria, con tanta determinación
que yo solo
me limité a observarte.

Hoy te extrañé más de lo debido
me ahogaste el recuerdo con tu sonrisa
me desmayé al caer en la cuenta
que no te tenía conmigo
y desesperé
y grité enroncando mi voz
lo mucho que te quiero.

Hoy te pertenecí más de lo debido
eché por tierra el orgullo
rompí las máscaras
del fanático y descabellado machismo
y me entregué
sin oponer resistencia
a tus brazos imaginarios.

Hoy te pensé, te extrañé
mi corazón lloró tu nombre
y mi voz se apagó prudente
y quise tu boca en mi boca
y extendí mis brazos buscándote
que atravesé los límites de mi razón
derribé mi orgullo y sometí mi vergüenza.

Aquel día entré en razón
caí en la cuenta
lo que para muchos es obvio
extrañarte más de lo razonable
es poner resistencia
cuando el sentido pierde el rumbo
y la razón su conciencia.

Durante todo ese día
traspasé líneas que durante mucho tiempo
me parecieron infranqueables
hoy, este límite de la vergüenza
ya no existe para mi, para vos,
más de lo debido
hoy, para siempre.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Aquel hombre

 Aquel hombre había absorbido del aire una suave manera de hablar, sus palabras eran brisa fresca para el que las escuchara, sus dichos eran bálsamo para las almas perdidas. Podía con su tono de voz tranquilizar incluso al más nervioso.

Ese hombre de tanto mirar al bosque había adquirido una mirada añosa, de verde paz, que ahora reposa en sus ojos cristalinos. Podía con su pacífica mirada transmitir una tranquilidad infinita a quien se perdiera en el inmemorial tiempo de su pestañeo.

Aquel hombre había aprendido de la inacabable soledad, del insondable silencio, una manera de ser pacífica, muy serena y cansina que se transmitía a todo aquel que se zambullía a la experiencia de compartir con él un momento de su vida.

Este hombre había aprendido a saber cuando era el momento adecuado para todo, cuando había que callar, cuando había que hablar y en ese caso, sabía con claridad las palabras que debía decir. Todos recurrían a él en busca de consejo, buscaban en él un guía, tal vez un gurú honesto que los sacara de cualquier predicamento que a alguien lo aquejara. 

Este hombre ya se marchó pero dejó en la arena una clara huella que no se borrará tan fácil en la marea alta.

domingo, 29 de septiembre de 2024

Pequeña escena de la vida nacional

Anoche hizo frío, tanto que ni siquiera la pesada frazada tucumana ni el brasero encendido fueron capaces de brindarme calor. Sentía el calambre que la helada me producía en la piel de las piernas, sentía el viento impiadoso ulular fuera de la casilla y pasar dentro sin permiso por entre las infinitas rendijas de la precaria pared de tablones mal cortados. La tierra suelta de la calle sin asfaltar parecía querer entrar y rellenar el piso del baño, la mesa de plástico blanco inclinada sobre la puerta impedía que ésta se golpeara contra la cocina; la única hornalla que funcionaba estaba coronada con una pava de aluminio, tiznada y abollada. En la otra pared, una pila de chapas espera ser clavadas algún fin de semana libre como techo protector.

Afuera en el centro de la toma, se escuchan algunos tiros que por milagro no matan a nadie. La policía llega y recibe piedrazos y abucheos en lugar de colaboración. Todo se dirime entre bandas  rivales como caballeros y a balazos. Me pertrecho con la cobija, como si fuera blindada y pienso que algún día el frío se va a terminar. En la cordillera el calorcito se demora en llegar, se hace desear y la nieve que a veces decora el escenario humedece las maderas de las casillas.

A la mañana siento el estómago aullar de hambre. No tengo otra solución que tres galletitas y un felipe de ayer, algo duro y húmedo. Mejora cuando lo sumerjo en mate cocido, aunque no mucho. El sol de la mañana mengua el frío y seca los trapos acompañado con una leve brisa. Después de eso, no hay más que subirse a la bicicleta y rumbear para el laburo, que no es lo mejor pero es lo que hay.

lunes, 16 de septiembre de 2024

En el kiosko

Ni bien lo vio, supo que tenía que hablar con él. Surgió de su interior ese sentimiento de protección, de querer abrazar y rodear con sus brazos a ese ser que necesitaba de ella, de sus cuidados. De inmediato un sentimiento profundo pero genuino hizo que simpatizara con ese gesto reconcentrado que parecía pintado en su rostro. Se imaginó su persuasivo pero tímido tono de voz dirigiéndose a él, con sus labios muy cerca de su oído, con un acercamiento seguro aunque no agresivo, ella no quería que se la malinterpretara, no pensaba dar muchas explicaciones aunque tampoco quería dar una mala impresión. Menos deseaba mancillar su orgullo de hombre que intuía algo endeble, teniendo en cuenta su ropa de poco gusto y la mirada alerta, un poco a la defensiva. 

Conforme se acercaba paso por paso, iba pensando en cómo reaccionaría él, un poco sorprendido, otro poco apenado y ese gesto se transformaba de golpe en una sonrisa de vergüenza pero también de agradecimiento porque su ego no se había visto expuesto sin necesidad, y ella imaginaba que su advertencia no tenía para nadie mala intención, simplemente el destino había hecho que ella se diera cuenta antes, nada más, nada definitorio. Hasta se imaginó su aroma, un poco de hombre curtido bajo el sol, otro poco de calle recorrida una y mil veces y una pizca de colonia y un escalofrío la recorrió, haciendo que sus rodillas se golpearan entre sí suavemente y un cosquilleo de placer la embargara sin querer. 

Se imaginó cómo a partir de su acercamiento comenzaban a reconocerse cercanos, esos seres que nacieron para compartir el mismo aire. Con una sonrisa cada vez más amplia y pensando en que él agradecería con esa mirada plena de sus ojos pardos, iluminados por la alegría y reflejados en los de ella, que lo mirarían con adoración, con esa conexión que no quería aún aceptar, caminó un par de pasos hacia su encuentro y así poder decirle aquello que le explotaba en la garganta.

De la nada y sin demorar un segundo él sacó un revolver feroz y con voz firme y amenazante, aunque sin gritar, pidió a los presentes que le entregaran el dinero y celulares y cosas de valor. Todos hicieron caso, no valía la pena morir en manos de un delincuente con la bragueta abierta…

domingo, 8 de septiembre de 2024

El cerro

Era un lugar mágico, se veía increíble desde la cima del inacabado cerro. Allí, cerca de la ciudad, podías trasladarte a cualquier lugar que quisieras, sólo con la mente... La visión abarcaba todo el mundo, o por lo menos esa era la sensación. Podías imaginar cómo el globo se iba doblando como succionado por un poderoso centro de gravedad, curvándose hasta cerrarse sobre sí mismo y plegarse en el otro lado. El viento que allí hay en forma permanente completa la fortaleza de los poderes naturales arrastrándote hasta el borde y obligándote a aferrarte a las rocas para no caer. Los árboles tachonan el faldeo del cerro y las planicies en oscuros montes siniestros. Los cables de acero que apuntalan las gigantescas antenas, forzados por el aire en movimiento, crean sonidos lúgubres, con una deprimente cadencia que hiela la sangre. Al este, bien en la lejanía, casi cayéndose del cuadro, reposaba tranquilamente el desvelo de mis noches de verano. Aquel inaccesible cerro me turbaba los sueños, se metía en mis conversaciones, creaba un desconcierto que yo no podía controlar y una angustia me invadía cada vez que lo miraba, cada vez que lo pensaba.

Es un espectáculo que no cansa la mirada pues tiene esa originalidad que es única en la naturaleza. Sólido contra el azul frío del cielo, perdido entre las nubes de algodón, oculto tras las tormentas de verano, coronado por la neblina de la mañana, estoico en lucha con el viento. A veces, desde la ruta que lo bordea por el sudoeste, se lo puede ver, flanqueado por su hermano menor, marcando su orgulloso perfil e imponente en su altura. Yo lo veía y no sabía darme cuenta qué era lo que me quería decir...

Un día de febrero, de esos en que uno está de mal humor, que perdés la paciencia al menor comentario inocente y que todo te cae mal, a eso de las dos de la tarde, me fui a limpiar el lava-pié en la entrada de la pileta riñón, para no tener que soportar los comentarios sarcásticos de Mirta, una simpática mujer que desde hace un tiempo dirige a su gusto el balneario municipal. Al bajar la escalera, se me ocurrió que nunca lo había entendido porque el mensaje no me llegaba, no lograba establecer contacto. Necesitaba encontrar una forma de calmar la inquietud en que me encontraba y pensé que la mejor manera de hacerlo era enfrentarme a él, y vencerlo. La temporada de los natatorios terminaba el fin de semana previo al comienzo de clases, por lo que el momento ideal era en Semana Santa. No había otra, estaba decidido. Por entre medio de las ramas del parque, veía que sin inmutarse, el cerro me esperaba.

Siempre es difícil desprenderse de las cosas aunque no sean más que eso, meros objetos. Pienso que debe ser que nos recuerdan momentos, vivencias o los consideramos una especie de amuleto para la suerte. Así fue que tuve que vender ciertos elementos de valor sentimental para comprar todo lo necesario, desde la mochila y la ropa más todo el equipamiento básico y alguna que otra cosa superflua pero que a los ojos del vendedor eran indispensables para que no muera lenta y dolorosamente en la aventura. El tiempo se me fue en preparativos, desde conseguir el permiso del dueño del campo, hasta alguna carta topográfica, sabios consejos de gente que había subido y todo tipo de recomendaciones útiles. Intenté la compañía de un amigo; no podía, era el cumpleaños de su novia. Una semana antes estuvo todo listo y yo, dominado por la impaciencia, dormía muy mal, andaba distraído y nervioso en el trabajo y dos veces estuve a punto de suspender la excursión porque el pronóstico del tiempo daba lluvias y tormentas para el fin de semana.

Cada vez era más claro el mensaje, se iba formando en mi cabeza, tenía forma, empezaba a saber cuál era el motivo, me golpeaba con fuerza, me provocaba un desconcierto sin control; un temor indefinido se me instaló firme en los huesos, una especie de incertidumbre comenzaba a invadirme. Todas estas sensaciones, el malestar físico que se hacía insoportable, el frío que me azotó en todo momento, todo desapareció cuando en un último paso, esforzado movimiento, me aferré con una mano a la gran antena y después de apoyarme con firmeza sobre los pies, levanté la vista y disfruté del homenaje que la naturaleza puede ofrecer a los ojos de un ser viviente.