viernes, 14 de febrero de 2025
De ti amo
jueves, 23 de enero de 2025
Delirando de calor, pensamientos aleatorios
Todo lo que hacemos y lo que decimos, incluso aquello que sentimos tiene una profunda implicancia en aquellas personas que nos rodean, que a diario nos acompañan.
A todos nos gustaría lograr en ellos un entendimiento completo, un acompañamiento total de nuestras acciones sin considerar la posibilidad de un tropiezo doloroso. Y de golpe nos encontramos con que nadie dejará de opinar en contra, nadie dejará pasar la oportunidad de sembrar esa duda maligna, ese malestar incómodo.
El fracaso en la comunicación existe, es un fantasma que vigila, que nos ronda expectante esperando su oportunidad para apresarnos, para hacernos sus víctimas; no discrimina, no hace diferencia y no le importa que comamos a horario, que recemos antes de ir a dormir, que cumplamos con la ley.
Todo aquello que nos forma como personas se transforma en substancia única, irrepetible, absolutamente intransferible.
La tolerancia ásperamente tácita, irónicamente explícita y cualquiera de sus
variantes, siempre se constituirán en el previsible regalo traslúcido en
los ojos de quienes nos ven, esforzados en el imposible consenso, deseando con silenciosa desesperación esas ariscas palabras de solícita
comprensión.
Pero
tiene un defecto incorregible en su esencia y es que siempre hay otra
posibilidad, una segunda vez en la cual salir airoso, porque la vida
siempre da revancha, dependiendo solamente de uno mismo dejar que el desaliento nos gane otra vez.
Lo bueno de la vida es que no termina en una derrota, en una caída; siempre hay otra oportunidad para reivindicarse, para seguir adelante.
lunes, 13 de enero de 2025
El silencio de la ciudad
Ahora que las vacaciones están transcurriendo y el año nuevo se va desgajando de a poco, sobre la ciudad pesa un
extraño silencio. A veces, un murmullo de brisa se cuela por entre las
ramas de las acacias y los plátanos refrescando la vereda recién regada.
Otras, un remolino de viento cálido arrastra los papelitos que dormían
al reparo del cordón cuneta. El calor agobia y es tal vez un elemento que apaga las voces, las acalla y modera y los raros paseantes que pisan las veredas cubiertos por sombreros y anteojos de sol avanzan en esforzado silencio.
Una calle en la que tradicionalmente es
imposible encontrar un sitio para estacionar, ahora ofrece múltiples
opciones; pero tampoco hay autos que quieran ocupar esos espacios
vacíos. Si uno se instala en medio de esa calle y mira hacia el frente
se pueden apreciar sin barreras ni peligro de sufrir un atropello los
árboles que delatan el arbolado parque a algunas cuadras de distancia.
Sentado
en un cantero donde reverdece un paraíso se puede disfrutar del
silencio, tachonado en forma esporádica por algún taxi perdido o una
moto que reparte pedidos de aplicación. Se echan de menos (o por lo menos se nota su
ausencia) los golpes rítmicos de un bombo protestón, las frenadas
desafinadas de los internos de la línea 18B y los graves de la música
electrónica brotando de un exagerado auto modificado.
El calor
aplastante, el sol que amenaza con sus rayos y el asfalto recalentado
hasta lo imposible el aire, tanto que se vuelve irrespirable, silencian durante la siesta los cantos de las aves y
hasta el perro que le ladra a las bicicletas de la bicisenda yace con la lengua afuera en la
vereda.
El silencio se esparce, se derrama por la ciudad, rebota en
las vidrieras cubiertas de lonas, descansa en la sombrita de un zaguán y
se esconde en el fondo de un baldío.