lunes, 25 de noviembre de 2024
No vayas hacia la luz
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Quebranto emocional
Hay veces que paso de largo, cuando voy apurado, con cosas en la cabeza, tal vez hasta llegando un poco tarde al trabajo porque ya me sé de memoria la secuencia. Pero en general aminoro el paso, me hago el ocupado en mis pensamientos y hasta simulo escribir un mensaje de texto en el celular, me gana la curiosidad morbosa del ser humano.
Y tiene lugar el acto...
miércoles, 13 de noviembre de 2024
La gravedad de cualquier asunto
miércoles, 6 de noviembre de 2024
La caja misteriosa (relato de los jueves)
Extiendo la mano y empujo la tapa que parece ser de cartón o madera, cede apenas y suena con un chirrido que perturba el silencio del vacío desván. La caja de la que emerjo no tiene más que unos veinticinco centímetros de lado, sin embargo de ahí sale mi cuerpo de casi 2 metros y caigo de rodillas sobre las maderas polvorientas. Atrás dejo una guerra interestelar entre la Magowi y los Kgrlogmni, dos razas de pura energía que combaten por la ocupación de un ínfimo rincón del universo, que me tuvieron primero como mediador y luego como prisionero.
Miro hacia abajo y veo por la ventana un perro lanudo jugando con una especie de cubo con letras apenas visibles en sus caras. Bajo cauteloso la escalera que conecta el altillo con el resto de la casa a través de un pasillo lleno de cuadros; llego a la planta principal, abro la puerta de entrada de la casa, hago unos tres o cuatro pasos en dirección al perro y, sin que lo pueda anticipar, una luz enceguecedora primero me envuelve y después me desintegra. Cierro y abro los ojos y veo ante mi la enorme cara babosa del líder de los N’gonzi que me amenaza con finalizarme si no le devuelvo la caja mágica. Así le llama al dispositivo que utilizo para mis viajes interestelares, temporales, galácticos y que alguna vez le gané en una épica jornada de póker en su propia casa.
Y así también huyo, con un movimiento circular del brazo, saco la caja del morral y en un veloz arco desaparezco para llegar en un pestañeo al Planeta Miller, donde como se sabe, el tiempo pasa bastante diferente que en otros lugares del espacio. Me apuro y me sumerjo en la caja antes de que la ola enorme me atrape y me haga perder otros cincuenta años terrestres.
Después de un par de escalas por mundos extraños, llego justo para tu cumpleaños número 550, te abrazo y te prometo que voy a dejar este trabajo, que la paga no justifica las ausencias y me quedo pegado a tu cintura, disfrutando del pastel de merengue y dulce de leche.
lunes, 4 de noviembre de 2024
Amalgama natural
En mi última noche en el resort, decidí que no quería pasarla en soledad. Regresé a la habitación, me duché y salí a buscarla. La había visto hacía ya unos días al borde de la pileta, hablando con unos turistas canadienses. Después de eso, me acerqué y hablamos un par de veces estableciendo confianza, de nada en particular aunque mi mirada le decía inequívocamente lo que pensaba, lo que quería. Esa noche, la encontré en el bar, me senté junto a ella, acerqué mi boca a su oreja y le hablé sin rodeos. Ella me miró con sus ojos brillantes, introdujo su mano por debajo de mi camisa y me quemó con su piel, sin decir una palabra.
No perdimos ni un segundo más de tiempo.
Llegamos a tientas hasta la puerta de la habitación de tan absortos que estábamos en explorarnos los cuellos. Su aroma caribeño me intoxicaba, sus labios me inyectaban adrenalina, sus dedos al tocarme me producían descargas eléctricas.
No llegamos a la cama, caímos al suelo y rodamos en un tobogán infinito de placeres carnales y éxtasis, torbellino natural...
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Amaneció temprano. Quiero decir, sale el sol y aclara con sus rayos el dorado de la arena y el turquesa del mar. Que no quiere decir que porque amanezca temprano uno deba levantarse de la cama. Aún hay tiempo, me dije y volví a abrazarme a su cintura.
El contacto con su piel me hizo estremecer cuando acerqué mi cara a su espalda y pude así sentir ese aroma bestial de mujer. Allí, al borde de la playa, la escena podría parecer idílica, y de verdad lo era. Pero era aún mas trascendental, sentía que se había formado alguna especie de lazo.
Suavemente me deslicé fuera de la cama, fui al baño, me vestí lentamente y con desgano. Las cortinas se mecían al son de la brisa caribeña. La ducha húmeda y las toallas arrugadas, daban cuenta de lo ocurrido la noche anterior, al igual que ciertas prendas desperdigadas por el suelo de la habitación y la silla tumbada al pie del lecho compartido.
Apenas su pecho se levantaba, suave ritmo que hipnotiza; apenas los pies cubiertos por el borde de la sábana, apenas el vórtice protegido por sus piernas no menos acariciadas.
Busqué con la mirada la puerta, me di vuelta una última vez memorizando sus sinuosas curvas, dejando la despedida pendiente y salí sin hacer ruido. El avión salía esa tarde y aún así, no importaba, sabía que no necesitaríamos una excusa para reencontrarnos en otra ocasión.