Amanece en el valle, una mañana muy fría y soleada. Las vides perfectamente alineadas en prolijos surcos soportan
impasibles el paso del otoño arrugando sus hojas secas y convirtiendo en
pasas las pocas uvas que sobrevivieron a la vendimia estival.
En fila y aferradas a una guía, las plantas de malbec y merlot reciben
los primeros rayos de sol a la espera de la poda que pronto los
operarios llevarán a cabo; más allá las plantas de chardonnay reciben
por goteo controlado la dosis exacta de humedad para que sus racimos
luego meticulosamente combinados generen el mejor varietal.
Pasos trémulos a la entrada de la bodega, vacilantes. El enólogo,
embriagado de placer, prepara las botellas que el grupo de selectos ejecutivos
catará un poco más tarde; botellas que contienen vino de calidad de
exportación serán abiertas y disfrutadas en un almuerzo de negocios.
Mientras tanto, en la cocina, el chef realiza el maridaje más exquisito
entre los vinos seleccionados y el menú exclusivo sabiendo de la
importancia del evento.
Los comensales llegan de a poco de un paseo por el campo en el que han podido ampliar sus conocimientos sobre la materia. Se ubican uno a
uno en la mesa frente a las brillantes copas de límpido cristal; unas
tablas de quesos y fiambres variados otorgan a la mesa un aroma
campestre.
El vino tinto comienza a llenar las copas, los aromas recurren a
recuerdos para buscar similitudes, los sabores se revuelven tumultuosos
sobre la lengua y raspan gargantas delicadas. Los taninos, los
sedimentos, los brillos y ese inconfundible color bordó tiñen de
exóticos sabores los paladares de los comensales.
Finalmente, el color oro brilla dentro de las pequeñas copas. Dulce uno,
un poco más ácido el otro, la calidad y el esfuerzo se saborea en
finísimos elixires destilados con sabiduría. Las copas se entrechocan y prometen volver a encontrarse en otra oportunidad.
Paseo por el viñedo, hotel boutique, finos vinos y excelente comida: una manera diferente de pasar un fin de semana...