El viaje empezó temprano, quizás demasiado para mi gusto. No es que me cueste
levantarme, es mi costumbre pensar que el día empieza más o menos cuando el sol
arrima a su punto más alto. Éramos cuatro, contando a Javito, el hermano menor
del Chato, el Tano Garini y yo, sentados en el banco de la estación de tren. El
silencio reinaba en la madrugada de ese sábado aunque el andén no estaba vacío;
era una mañana oscura, de esas que no termina el sol de decidirse a salir por
entre la bruma gris. La gente que esperaba ansiosa el convoy caminaba
insensible, restregándose las manos más de nervios que de frío. Se hacía desear
el condenado. No nos dimos cuenta de que todavía no era la hora de llegada, mirábamos
los bolsos con los ojos fijos en una expresión estática de impaciencia y
somnolencia. Después de un momento, llegó estridente la locomotora, y en menos
de nada estuvimos acomodados en el asiento, apretados para no sentir la humedad
que penetraba por los vidrios astillados. El cuero ajado del asiento había cedido
en la lucha contra el acero del resorte y la madera denunciaba en trazos
limpios que allí se había sentado Ernesto y que amaba a Flopy. El vagón comenzó
lentamente a mecerse de un lado a otro y a tomar velocidad corriendo detrás del
motor diesel que rezongaba en el vientre de la locomotora. Este tren nunca a
levantar más de cuarenta kilómetros por hora, dije cínico, mientras el Tano
firmaba con mano diestra el respaldo del asiento de enfrente. Javito se levantó
y recorrió de punta a punta el tren y encontró un carro que servía café y otro
que vendía golosinas, posiblemente del siglo pasado. Volvió medio mareado, el
carro saltaba y se movía de lado a lado sin control, rebotaba contra los rieles
y nosotros lo hacíamos contra el techo. Pasaron tres estaciones sin novedad, el
paisaje se deslizaba con lentitud, el Chato dormitaba abrazado a la mochila y
yo le pintaba bigotes de crema de afeitar cuando, con un bufido de agotamiento,
la locomotora dejó su fuerza en medio de la pampa bonaerense. El guarda, con
cara de inocencia nos comunicó que deberíamos esperar tranquilos a que nos
vengan a buscar, que la compañía se haría cargo del traslado. El Tano propuso
averiguar dónde estábamos; a unos 4 kilómetros de Tres Picos informó un
pasajero de otro vagón. Podemos caminar, dijo Javito. Tomamos por un camino que
corría paralelo a la vía. A la media hora más o menos vimos pasar dos combis y
algunos coches. Seguro que van a buscar gente, dije arrastrando los pies. La
mañana ya se había instalado, hacía calor y buscamos sombra en un montecito
cercano a un cerro para tomar algo fresco. Qué hacemos, pregunté indeciso a
nadie en particular. Y nadie me contestó, sólo un gruñido perezoso bajo una
campera. Me saqué la remera y caminé lentamente hacia el cerrito y ya arriba aprecié
el perfil de las sierras y respiré el aire cálido y seco que venía del
noroeste. De inmediato, percibí un olor acre, a lo lejos se elevaba en ángulo
irregular una columna de humo. Algo se prendió fuego; la locomotora me dije con
sorna y bajé lo más rápido que pude, aunque no fui cuidadoso porque unos metros
antes del alambrado pisé mal, reboté con la rodilla contra una piedra y mi
frente fue lo último que tocó el suelo justo arriba de un arbusto. Me levanté,
tambaleante y así llegué junto a los muchachos. Me senté a descansar y revisar
los daños. Nada grave acotó Javito después de que les contara mi aterrizaje y
me limpiara la cara con un poco de agua del bidón. Al rato estábamos en el
pueblo, buscando quién nos llevara hasta la ruta. Preguntamos primero en un bar
que parecía sacado de un documental y en la estación de servicio. Un viajante
tenía lugar en su camioneta, una F-100 con cúpula, dentro de la cual nos
apretamos entre encomiendas y paquetes. Media hora después hacíamos dedo a
Bahía con un cartel improvisado en la tapa de un cuaderno. Cuando un coche
pasaba con lugar y ni siquiera disminuía la velocidad el Chato, con un original
rosario de insultos, le deseaba al incauto que pasaba toneladas de males y
enfermedades. Al cabo de un rato llegamos a Bahía, ya era la tardecita y nos
fuimos derecho al centro a mirar las vidrieras y las chicas que paseaban. Es la
mejor carne que he visto en la zona, dijo Javito emocionado que saltaba de una
rubia a una morocha. El Tano embobado con una que tenía carita de ángel movía
la cabeza y entornaba los ojos para darse aire interesante. El Chato y yo le
decíamos guarradas a todas las que pasaban. Las chicas nos miraban, desaliñados
como estábamos, con una especie de curiosidad zoológica y un airecillo superior
que para nosotros era una especie de aliciente. Así se nos fue arrimando la
noche. Empezamos a caminar despacio por la avenida Alem para volver al pueblo.
Con su cara pícara de adolescente, el Chato me miró y me susurró con voz
difónica, Che el finde que viene volvemos eh? Yo le devolví la mirada, ya sabía
la respuesta y no lo tuve que pensar mucho…
domingo, 6 de marzo de 2022
Crónica de una excursión
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Muy buen escrito.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana.
No te vuelas a ir Escribes tan tan bien Te dejo un abrazo desde mi corazon
ResponderEliminarUna delicia de relato Etienne...ese viaje me llevó al mío de egresadas, hace mil años, cuando en tren llegamos a Bariloche, y debía ir a 40 como decís,ya que estuvimos 36 horas viajando!
ResponderEliminarMe recordó cada frase de tu relato a ese viaje lleno de inconvenientes,obstáculos pero sobre todo de una libertad que pocas veces uno vuelve a sentir..
Precioso!
GRACIAS!
Un beso enorme.
Hola Rocío!
ResponderEliminarViniendo de una lectora avezada como vos, no me queda más que sonrojarme y agradecer.
Besos!!
Hola Mucha!
No me fui a ningún lado, soy el Intendente de este Ciudad, recuerdas? Puedo espaciar la publicación o los comentarios, pero de acá, de la única forma que me sacan es con los pies para adelante y la etiqueta colgando del dedo gordo.
Besos!!
Hola Luna!
Ah si, digamos que es un golpe bajo a la nostalgia, un disparador artero de recuerdos. Pero a su vez, un lindo viaje al arcón de las anécdotas y la sonrisa asoma infalible.
Me alegro que hayas podido revivir ese viaje una vez más!
Besos!!