martes, 29 de abril de 2014

La ciudad se muestra extraña

En la búsqueda de lugares de apoyo, puntos familiares y cotidianos, miramos calles, árboles, vientos y temperaturas medias. Buscamos orientarnos en un mundo que intenta aplastarnos con su infinitud, abre ante nosotros un mapa enorme para nuestro espíritu de hormiga.
¿Y saben qué buscamos? Rostros cotidianos.
La vecina del frente, con los ruleros y el mini perro en brazos, el abogado de la esquina, lleno de celulares y el pelo siempre peinado a la humedad, el político que nunca se ve pero imaginamos de memoria sus canas y su poblado bigote.
Estos mínimos personajes nos aseguran que estamos en el escenario correcto. Porque podemos equivocarnos de teatro y de golpe, tener un elenco diferente, un decorado desconocido. Y ahí, desamparados, empezamos a encontrar (porque no los buscamos, por lo menos en forma consciente) rostros que nos parecen familiares. Hasta rostros de quienes menos conocemos o apreciamos se aparecen en esa danza caótica de transeúntes ubicuos. A mi personalmente me asusta, mi espíritu sencillo se ve atemorizado por la posibilidad de una intervención canallezca, tal vez diabólica. Pero no puedo evitar encontrarme con ellos, y cuando los veo me sonrío, sólo para ocultar el temor y ganarme su simpatía. No confío en ellos, los rostros cotidianos no logran engañarme, sé que mi lugar no es este, aunque insistan.

miércoles, 23 de abril de 2014

Extraños sueños

Me desperté pensando que había tenido un sueño. 

Miré alrededor mío y no pude reconocer la habitación en la que estaba; incluso tenía la sensación de haberme acostado solo, recuerdo que contrastaba contundentemente con el cuerpo desnudo de la dama que yacía del lado izquierdo de la cama. Me levanté y busqué las ojotas que siempre dejaba al borde de la alfombra; no estaban. Caminé hasta la puerta y donde debería haber un pasillo había en cambio un bebesit colgando de un hueco en la pared; es extraño considerando que no tengo hijos. Ya un poco más nervioso, corrí a lo que supuse era la cocina (ya no reconocía ni mi propia casa) y me encontré con un espacioso ambiente, mitad comedor y mitad cocina y una pareja haciendo el amor desinhibidamente sobre el futón; no me preocupé, el material es lavable. De golpe, empecé a sofocarme. Una sensación de agobio, de ahogo me invadió de repente de forma insoportable, que me obligó a aferrarme la garganta con las dos manos (si piensan que eso soluciona algo, se equivocan) y a postrarme de rodillas. Los amantes ya no estaban, en su lugar había un par de jóvenes jugando a la play. Arrodillado como estaba y ya con la mirada nublada me miré las manos, eran manos manchadas y arrugadas, como de un viejo. Lo último que recuerdo antes de desmayarme es la preocupación por no haber sacado la bolsa de residuos a tiempo para que la levantara el recolector.

Me desperté seguro de que había tenido un sueño

miércoles, 16 de abril de 2014

Noticia de último momento

El día iniciaba de la misma forma que siempre. No estaba jubilado ni tenía edad para hacerlo pero ya empezaba a cultivar las típicas rutinas de aquellos que ya no tienen la obligación de cumplir tiranos horarios. Pasaba arrastrando los pies del dormitorio al cuarto de baño, allí se afeitaba y enjuagaba los dientes y luego iba a hervir el agua para prepararse el té en hebras, costumbre heredada de cuando vivía en el campo.
Siempre a oscuras, hacía el recorrido que de tan visitado le era ya innecesaria la iluminación, volvía al cuarto a sacarse el pijama, ponerse la camisa y el resto de la indumentaria, menos los botines que se los pondría al trasponer la puerta de salida. Justo cuando la pava le anunciaba que el agua había superado la temperatura del hervor estaba agarrando el diario del buzón. 
Apartó los suplementos de economía y de espectáculos, le incomodaban para leer el resto de las noticias y, mientras cortaba el pan para hacer las tostadas, empezó con los titulares.
Las mentiras globales de los políticos, hipocresía y avaricia, doble moral presente en cada una de sus pulcras palabras, vaticinios de renuncias y amenazas de paros y juicios por injurias a mansalva. Más adelante, entre promociones, aparecían los éxitos terrenales de los deportistas de cabotaje y las proezas sobrehumanas de aquél que no parece de este mundo. Casi al final, la cartelera de shows, horarios de cines y farmacias de turno, justo antes del chiste final. 
La tostada se le cayó de la mano, por supuesto del lado de la mermelada, al piso lustroso. La mandíbula se le paralizó a mitad de camino de un mordisco y un frío le caló los huesos. A tientas buscó los lentes, se los calzó sobre el puente de la nariz, y volvió a leer con incredulidad. 
Allí, en la anteúltima página del diario destinada a obituarios y sin sombra de duda, su nombre encabezaba la lista de personas que querían ser recordados por amigos y familiares tras su paso a mejor vida.

jueves, 10 de abril de 2014

Fin y principio en velocidad

De pronto, el viento que golpeaba su rostro le hizo sentir una inesperada, desconocida sensación de liberación de esas trampas que lo atenazaban todo el tiempo. Ya los gritos de su hermana pidiéndole plata, los ruegos de su madre para que se consiga un mejor trabajo y crezca y los desplantes de Laura no le parecieron tan insuperables. De ahora en más, los problemas los tendrían que solucionar ellos.
La velocidad en el rostro le despejó aún más sus pensamientos; ahora estaba claro que huía de esa vida que había construido a costa de sus propios sacrificios y modelada y diseñada por extraños que decían interesarse por él. El pelo largo que tantos reproches le había valido por parte de su padre, alimentando sus infinitos prejuicios y sus hirientes comentarios, se tensaba tras su cabeza tironeado por la fuerza del viento.
Imprevistamente, un grito le brotó por la garganta, se fue agrandando a medida que avanzaba hacia afuera y se potenció en su paso sobre la lengua. Desde afuera parecía un grito de terror pero bien sabía él que era un grito de libertad, la contraseña que todos saben y que nadie usa. Se sintió poderoso, capaz de todo y entornando los ojos se sumergió aún más en la velocidad.
Allí encontró que lo que siempre había sospechado, lo que nunca había podido ver con claridad, ahora se le presentaba sencillo, incluso hasta obvio. Desdeñó lo trivial y frunció el ceño menos de un instante por algo que le pareció importante: ¿quién le daría de comer a Chester, su gatito?.
Pero incluso esta cuestión dejó de tener importancia en el momento en que su frente se estrelló contra la vereda.

sábado, 5 de abril de 2014

En el fondo de esos ojos, yo viviré...

La mirada se le perdía entre la cantidad de gente que caminaba por la costanera. No buscaba entender qué los motivaba a soportar con estoicismo el frío que venía desde el mar ni la humedad eterna que amenazaba con mudarse al interior de sus huesos. Tampoco había venido a buscar ahogarse en ese par de ojos marinos que lo buscaban desde el kiosko ni ensuciarse con el marrón terroso de su piel norteña, aunque tal vez pasara más tarde a buscar consuelo, aún no lo sabía. 
Su mirada tenía una intensidad, un fuego interno que la alimentaba y la llevaba a apenas pestañear. Más de una vez recibió de vuelta reproches silenciosos de transeúntes incómodos; no le importaba e incluso le producía un extraño placer pero no encontraba indicio alguno de lo que quería encontrar.
Caminó despacio, el bolso del mate le colgaba bajo el brazo con una leve oscilación que hacía las veces de recordatorio (nunca se sentó a llenar el cuenco de yerba y agua caliente) y llegó al extremo donde la calle se topaba con el muelle y la pequeña playa se truncaba para darle paso al hormigón. dio media vuelta y encaró de nuevo a la gente, ahora con el sol poniente que le cegaba y lo obligó a ponerse los lentes oscuros. Así, la búsqueda se hizo más difícil, el tornasol dificultaba detectar aquél brillo que sabía existía en alguna parte.
Volvería. No dejaría que esos ojos que lo encandilaron, se pierdan en el ingrato destino mediocre de una existencia fútil. Él se encargaría de hacerlos revivir...